Francia

Volcán de pasiones

Jorge Binaghi
viernes, 15 de febrero de 2019
Sagi: Lucrezia Borgia © Patrice Nin, 2019 Sagi: Lucrezia Borgia © Patrice Nin, 2019
Toulouse, martes, 29 de enero de 2019. Théâtre du Capitole. Lucrezia Borgia (26 de diciembre de 1833, Teatro alla Scala, Milán), libreto de F. Romani sobre la tragedia de V. Hugo y música de G. Donizetti. Dirección escénica: Emilio Sagi; escenografía: Llorenç Corbella;  vestuario: Pepa Ojanguren. Luces: Eduardo Bravo. Intérpretes: Annick Massis (Lucrezia Borgia), Mert Süngü (Gennaros), Andreas Bauer Kabanas (Alfonso d’Este), Eléonore Pancrazi (Maffio Orsini), Thomas Bettinger (Rustighello), Jérémie Brocard (Apostolo),  y otros. Coro y Orquesta del Teatro (maestro de coro: Alfonso Caiani). Dirección de orquesta: Giacomo Sagripanti
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Hacía mucho que no veía yo una representación de una de las óperas más perfectas y eficaces de Donizetti (la última vez fue en concierto en Barcelona). No es aún, y me temo que no lo vaya a ser nunca, parte del repertorio normal, y si es cierto que a ello pueden contribuir las dificultades que la partitura encierra, tampoco son más que otros títulos que, incluso sin garantías, suelen reaparecer con bastante frecuencia. 

El Capitole, como es su costumbre, lo ha hecho y, como siempre, ha sido serio y ha procurado llevar a cabo la operación en modo digno. No siempre los resultados han sido acordes al esfuerzo, pero eso es algo que sucede bastante en estas lides.

Se tomó una producción estrenada en Les Arts de Valencia, firmada por Sagi, que es adecuada sin más, con un vestuario muy bello, algunos momentos de iluminación eficaces, y unos decorados bastante minimalistas (el mejor, el del palacio de Alfonso en Ferrara con ese BORGIA en letras que son tubos de láser y se desplazan -a veces chirriando un tanto-). Lo menos logrado es la Venecia del prólogo, poco convincente (si la obra es oscura y está bien que la oscuridad reine soberana, justamente es allí donde puede/debe haber algo más de luz). No hubo mayor intento de caracterización de los personajes, aparte del beso que da Orsini a Gennaro y que parecería apuntar a un deseo homosexual unidireccional (no sé si a eso también se refería la muy femenina actuación de la cantante). Tampoco sé si algunos de los gestos un tanto impropios de un noble como el duque Alfonso son de imputar a quien lo interpretaba. 

Naturalmente, esta ópera está asociada siempre a una gran diva. No sé si Massis lo es, pero sí es una excelente cantante, segura de técnica y muy en estilo. Que sólo ahora acepte medirse con la parte habla de seriedad, ya que se trata de una típica coloratura francesa a la que el tiempo le ha concedido un centro -pero no un grave- de mayor enjundia aunque resulte opaco. Sin llegar a su magnífica prestación en Jérusalem hace dos años en el Festival Verdi de Parma ha sido una prestación más que buena. Cantó con exquisito gusto el aria de entrada ‘Com’è bello’ y con buen ímpetu los dúos del primer acto con marido e hijo, y llegó sin problemas a la ardua escena final, cabaletta incluida. Tampoco se le puede achacar que en algunos momentos se la oyera poco (en particular en el concertante que cierra el prólogo y donde mantuvo el dichoso pianísimo que dispara los relojes de todos los que miden a las sopranos por la mayor o menor duración de la nota, con dilemas del tipo ‘X se oía más, pero lo mantenía menos segundos que Z). En efecto, es la primera vez que un maestro que juzgo interesante como Sagripanti no me convence, o sólo lo hace parcialmente en el segundo acto, pero no en la primera parte (prólogo y acto I). Y después se dice que Donizetti es fácil. En esos momentos hubo tiempos precipitados, un volumen excesivo de la orquesta (que por otra parte sonaba muy bien), aunque el buen tino pareció volver después de la pausa. Asimismo el coro, que es bueno, estuvo excesivamente eufórico en su sección masculina. 

Del grupo de comprimarios destacó, por la calidad del timbre, Brocard, y por el canto y la interpretación el malvado Rustighello de Bettinger, que proabablemente pueda aspirar a partes mayores.

De los otros tres principales el mejor y más interesante fue el Gennaro de Sürgü. Joven, apuesto, bella voz de tenor lírico, debería dejar de forzar la zona aguda porque no le hace falta. Obtuvo su mejor momento, por suerte, en la más rara de las dos arias alternativas escritas por Donizetti luego del estreno, o sea, no la destinada a Ivanov que se ha convertido más o menos en habitual ‘T’amo qual s’ama un angelo’, sino la que dedicó en 1840 para las representaciones parisinas a Mario (‘Anch’io provai le tenere smanie’), y que yo oía por primera vez (lamentablemente no se recuperó el fragmento escrito para el otro célebre tenor, Moriani, llamado ‘el tenor de la bella muerte’, por especializarse en ese tipo de escenas, al final de la ópera: ‘Madre, se ognor lontano’).

Bauer no era, según creo, el primer cantante en que se pensó para el papel de Alfonso. Es joven, tiene figura y mucha voz. Más allá de eso no veo qué se pueda decir. El canto es monótono, carente de interés. 

Hoy en día el principal problema me parece que radica en encontrar una contralto para el papel de Orsini. O al menos una mezzo oscura. Nadie pretende que resucite Sigrid Onégin (pero es ilustrativo escuchar su grabación), pero hoy no digo ya Horne o incluso Podles, sino Barcellona (a quien escuché en los primeros años de la carrera en el papel), parecen de otra galaxia. Y el problema es que no hay forma de ‘suavizarlo’. Pancrazi es joven, simpática, una mezzo muy liviana, de poco grave (digamos) y correcto agudo, pero absolutamente insuficiente para el rol porque además el volumen es, aquí sí, escaso. 

En la inclemente noche invernal el público era numeroso y si se mostró parco en el aplauso durante el transcurso de la ópera, al final prorrumpió en vítores y aplausos.

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