Alemania
Una divertida mezcla de horror y esoterismo,
Juan Carlos Tellechea

La reposición de El ángel de fuego (Огненный ангел — Ógnenny ánguel Op. 37), la ópera bufa y fantástica en cinco actos y siete cuadros con música y libreto de Seguéi Prokófiev, era aguardada con gran expectación desde hacía algún tiempo en la Ópera de Düsseldorf y por fin pudo ser otra vez ovacionada por un millar de espectadores que colmaban su sala.
Sobre todo las maravillosas interpretaciones vocales e histriónicas de la soprano rusa Svetlana Sozdateleva, en el papel de Renata, y del barítono ruso Boris Statsenko, en el del caballero Ruprecht, desataron estruendosas aclamaciones de la platea.
Ambientada en un manicomio del siglo XVI, atendido por monjas, la osada puesta en escena de Immo Karaman, estrenada el 13 de junio de 2015 en Düsseldorf, es espectacular, de gran vuelo artístico. La escenografía (Karaman y Aída Leonor Guardia, quien trabaja a menudo con Calixto Bieito) es sumamente ingeniosa y permite rapidísimos cambios.
El regisseur acepta el reto y se atreve con una mezcla de horror (a todas luces siente placer en ello) y esoterismo que roza lo grotesco y mueve a veces a risa, mientras se disfruta de la singular música de Prokófiev.
Karaman (Gelsenkirchen, 1972), nacido en el seno de una familia de inmigrantes turcos, formado en Bochum, Colonia y Berlín, presenta una bella y ajustada síntesis de su experiencia (junto a directores como Peter Konwitschny y Dietrich Hilsdorf, entre otros), su lastre cultural y su pasión por el género operístico, que agrada e interesa además a la platea por sus proyecciones psicológicas precisas.
Se luce además todo el elenco, la adivina de la contralto Renée Morloc, la abadesa de la mezzosoprano estadounidense Susan Maclean, el Dr. Agrippa von Nettesheim y el Mefisto del tenor ucraniano Sergej Khomov, el Dr. Fausto del bajo finlandés Sami Luttinen, el Jacob Glock del tenor Florian Simson, el Mathias del bajo Torben Jürgens, el exorcista y conde Heinrich del también bajo finlandés Heinrich de Timo Riihonen.
La orquesta Düsseldorfer Symphoniker dirigida por el taiwanés Kimbo Ishii, formado en Viena y en Nueva York, y desde 2010 director general de la Ópera de Magdeburgo (Sajonia-Anhalt), sonó exquisita, brillante, ajustada y equilibrada en la ejecución. La música de Prokófiev (comenzó a componerla en 1919, tras terminar su ópera satírica El amor de las tres naranjas) es excitante con sus audaces armonías, sugerente con sus disonancias y timbres extremos y hace áún más impactante el relato de esta historia. La magnificencia del coro de la Deutsche Oper am Rhein, sobresalientemente preparado por el maestro Patrick Francis Chestnut, contribuye asimismo a crear en la escena esa atmósfera enigmática y sombría que atrapa y pone en estado de trance al público.
Ironía del destino, el compositor le dedicó mucho tiempo y esfuerzo a una obra que lamentablemente nació bajo mala estrella y que al final nunca llegó a ver en escena. Prokófiev conoció la novela de Briúsov en su primera visita a Estados Unidos, alrededor de 1918, y pronto (1919) comenzó a esbozar la que iba a ser su ópera. En 1926 el legendario director Bruno Walter aceptó la pieza para la Staatsoper Unter den Linden de Berlín. La ópera quedó lista en agosto de 1927, pero era ya demasiado tarde para la temporada y Walter canceló la producción. El estrenó fue póstumo en el Théâtre des Champs-Élysées de París (versión concertante) en 1954 y en La Fenice de Venecia (versión escénica) en 1955. Aún hoy sorprende y parece mentira que sea ésta una ópera tan poco representada en todo el mundo. De todas formas, Prokófiev pudo reciclar parte de la música y utilizarla poco más tarde en su Sinfonía número 3 en do menor opus 44 (1928), estrenada por la Orchestre symphonique de Paris, bajo la dirección de Pierre Monteux en 1929. Parte de ella fue extraída para una suite vocal, su opus 37b.
Puede ser que el propio Prokófiev haya sido el responsable de renegar de esta pieza que involucra espíritus malignos, misterios cabalísticos, exorcismo, quema de brujas por la Inquisición y otros excesos religiosos. El compositor sopesó incluso en algún momento la posibilidad de destruir la partitura. Dicho sea esto de paso, al final de su vida llegaría a interesarse además por la ciencia y la religión cristianas.
Por una parte, la acción llega a inquietar a espectadores especialmente sensibles; la presencia de Lucifer, las piras flambeando brujas y herejes, cerebros extraídos de pacientes aún vivos que se desangran, situaciones de gran erotismo con monjas semidesnudas. La caricaturesca escena de exorcismo es espectacular y para desternilllarse de la risa a la vez. Reina aquí el oscurantismo orgiástico. Tenebrosos tiempos del abracadabra, de la superstición y del ocultismo de toda índole, aquellos que tan bien conocieran y sufrieran sabios como Galileo Galilei.
Es como si en una taberna discutieran sin sentido y enconadamente sobre religión un judío, un cristiano y un musulmán hasta arrancarse las barbas y que de pronto entrara Dios en el recinto. Cada uno trataría de convencer al Arquitecto del Universo de que su posición es la correcta, mientras la Divinidad se alejaría corriendo del lugar dando un portazo, tras espetarles que Él en asuntos de religión no quiere saber absolutamente nada de nada.
Casualidad o no, parece además como que se hubiera elegido puntualmente este momento propiciopara subir la obra de nuevo a cartel, en medio de los escándalos por abusos sexuales e inmoralidad imperantes en el seno de la Iglesia Católica (infiltrada nada menos que por el mismísimo diablo, según el papa Francisco quien otra vez no ve o no quiere ver la realidad de que los mefistofélicos son sus propios miembros que han perdido ya toda autoridad).
Otro lado triste del asunto es la seria búsqueda del regisseur que desnuda incluso su propia psiquis para mostrar la esencia de la humanidad y para entender la utopía de Renata, el ángel de fuego. Ésta, con su percepción de un mundo que anhela una supuesta armonía religiosa (un invento humano) y sexual (un apremio natural), se plantea la cuestión del por qué de la fe y del por qué de su fracaso. Ruprecht, en cambio, un racionalista empático, deja clara esta amplia brecha con el misticismo que puede llevar directamente a la locura (verbigracia, el curriculum vitae de Santa Teresa de Ávila o las biografías de quienes se han aventurado a profundizar en la Cábala). La actuación es agotadora y conducea los cantantes a límites físicos y emocionales extremos.
Por otra parte, no se lo tome tan en serio, amiga lectora o amigo lector, e imagine que alguien necesitara urgentemente de un transplante de cerebro y que los únicos órganos disponibles fueran los de estos dos flamantes y excelentes amigos, Donald John Trump y Jair Messias Bolsonaro (el Trump de los trópicos) que se han revelado últimamente. ¡Qué tragedia!!! Paralelismos como estos son los que llega a despertar esta fantástica puesta en la imaginación del público aferrado a sus butacas y que al final tiene que desembocar irremediablemente en la hilaridad por tanta exageración pedagógica rebuscada.
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