Argentina

Arruinando toda lógica

Gustavo Gabriel Otero
miércoles, 27 de marzo de 2019
Fabián Veloz © 2019 by Máximo Parpagnoli Fabián Veloz © 2019 by Máximo Parpagnoli
Buenos Aires, martes, 12 de marzo de 2019. Teatro Colón. Giuseppe Verdi: Rigoletto, ópera en tres actos, libreto de Francesco Maria Piave, basado en “Le roi s’amuse” de Victor Hugo. Jorge Takla, dirección escénica. Nicolás Boni, escenografía. Jesús Ruiz, vestuario. Matías Otárola, vídeo. Alejandro Cervera, coreografía. José Luis Fiorruccio. iluminación. Fabián Veloz (Rigoletto), Pavel Valuzhin (Duque de Mantua), Ekaterina Siurina (Gilda), George Andguladze (Sparafucile), Guadalupe Barrientos (Maddalena), Ricardo Seguel (El conde Monterone), Christian Peregrino (Marullo), Gabriel Centeno (Borsa), Sergio Wamba (Conde Ceprano), Mariana Rewerski (Condesa Ceprano), Alejandra Malvino (Giovanna), Sebastián Sorarrain (Ujier), Ana Sampedro (Paje). Orquesta y Coro Estable del Teatro Colón. Director del Coro: Miguel Fabián Martínez. Dirección Musical: Maurizio Benini.
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Ausente de la Cartelera del Teatro Colón desde diciembre de 2002, Rigoletto de Verdi fue la obra elegida para iniciar la Temporada Lírica 2019 de dicho ente artístico. Para la popularidad de la obra el Colón la ofreció pocas veces en su cartelera en los últimos 50 años y sólo con muy buen elenco en 1997 mientras que fueron olvidables las versiones de 1986 y 2002.

En esta ocasión por alguna razón desconocida, por falta de ensayos o por imposibilidad de cohesionar estilísticamente al elenco el resultado final fue razonable pero a juzgar por los artistas involucrados se podía esperar mucho más.

Jorge Takla propuso una visión escénica tradicional con poca marcación actoral y su único golpe de efecto fue la escenificación del preludio orquestal con la violación de la hija del conde Monterone y su encierro desnuda en una jaula, solución que escandalizó a algunos pero que finalmente no se aviene a la verdadera personalidad del Duque de Mantua que es un seductor que luego abandona sus conquistas y no un violador.

Nada en su puesta en escena resultó novedoso o al menos actoralmente bien trabajado. El resultado final, por lo tanto, fue de meritoria rutina.

La grandilocuente escenografía de Nicolás Boni con espacios enormes y eclécticos sirvió a los fines de la puesta. El primer cuadro muestra, nuevamente, una gran escultura semienterrada donde se ve parte de un torso masculino, la cabeza y parte del brazo que cubre la misma como previendo el horror que campea en todo el drama por venir y mirando hacia la jaula colgante en la que será encerrada la hija de Monterone; a eso se le sumam fragmentos de columnas rotas.

Con todo, la solución de la escultura enorme semienterrada es la tercera vez que se utiliza en menos de un año en las puestas del Colón y la segunda -de dos diseños escenográficos confiados al artista- de las realizadas por Nicolás Boni.

Un telón entre negro y gris más dos antorchas en los costados del escenario enmarcan la escena entre Rigoletto y Sparafucile solución inteligente para permitir el cambio de escenografía pero visualmente pobre. La siguiente escena se desarrolla en el jardín de la casa de Rigoletto o quizás en la misma calle y no dentro de la misma con visión de la calle, lo que hace incoherente la llegada del Duque y luego de los cortesanos.

Quizás la mejor ambientación fue la sala del Palacio del Duque del segundo acto con los fragmentos rotos de una columna al igual que el principio y fondos claramente renacentistas. En el último cuadro estamos en un puerto junto al mar y la casa de Sparafucile está formada por restos de barcos, solo unas maderas separan la casa del exterior y si bien esto permite a Gilda y a Rigoletto ver perfectamente lo que pasa dentro también los de adentro pueden verlos a ellos arruinando toda lógica. Con todo, los marcos escénicos de Boni son bellos.

De buen nivel el vestuario de época de Jesús Ruiz, rutinaria y poco atractiva la iluminación de José Luis Fiorruccio y correctas las danzas marcadas por Alejandro Cervera así como las proyecciones ideadas por Matías Otálora.

Maurizio Benini al frente de la Orquesta Estable desarrolló un adecuado trabajo de concertación aunque por momentos el desborde orquestal primó sobre la sutileza como en el final del primer cuadro del primer acto. La lectura fue tradicional y discreta con más fuerza que claroscuros pero con adecuado balance entre foso y escena en casi toda la obra.

En el protagónico Fabián Veloz aportó su voz bien timbrada y su poderoso caudal para redondear un Rigoletto de calidad. Línea verdiana, entrega y matices jalonaron la noche.

Ekaterina Siurina fue una muy buena Gilda. Su registro es parejo y cristalino. No es exuberante en sobreagudos y coloraturas pero su fraseo es elegante. Tuvo algunos problemas en ‘Caro nome’ quizás fruto de ensayos insuficientes o no productivos, pero su prestación general fue convincente.

El tenor Pavel Valuzhin como el Duque de Mantua evidenció buen caudal, emisión irregular, pocos matices y agudos forzados. Es joven y tiene mucho por delante si se despega de algunos vicios de emisión.

El Sparafucile de George Andguladze fue irregular en el principio y un poco mejor en el final pero finalmente intrascendente. Arrolladora Guadalupe Barrientos como Magdalena que personificó con sensualidad a flor de piel, registro robusto y aterciopelado y poderío vocal.

Ricardo Seguel mostró su valía como Monterone mientras que fueron un lujo para los pequeños roles de Giovanna y de la Condesa Ceprano las mezzosopranos Alejnadra Malvino y Mariana Rewerski. Fueron seguros y profesionales Christian Peregrino (Marullo), Gabriel Centeno (Borsa), Sergio Wamba (Conde Ceprano) Sebastián Sorarrain (Ujier) y Ana Sampedro (Paje), mientras que el Coro que dirige Rubén Martínez cumplió eficazmente su cometido vocal.

En suma: un Rigoletto de esmerada corrección general pero que no entusiasmó.

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