Alemania
El sueño se ha esfumado, no la larga noche
Juan Carlos Tellechea
Inspirándose en la trilogía El vellocino de oro, del dramaturgo e hispanista austríaco Franz Grillparzer, cuya literatura teatral a su vez se vió influenciada en su tiempo por Friedrich Schiller, Lope de Vega y Calderón de la Barca, el laureado compositor alemán Aribert Reimann, de 83 años recién cumplidos, ha creado una Medea monumental, cuya excelente nueva producción fue estrenada entre clamorosos aplausos en el Aalto-Musiktheater de Essen con dirección escénica de Kay Link y musical de Robert Jindra.
Cuando Medea (maravillosa la soprano Claudia Barainsky) entra en escena todos los personajes sin excepción experimentan una vibración incontenible. Es el misterio de esta mujer, sacerdotisa de Hécate, que remite a la hechicería, la barbarie y la locura, arquetipo de la madre desnaturalizada asesina de sus propios hijos, la mujer autónoma e inusual traicionada por su marido (al que ama hasta el punto de haber sido desleal con su propio padre), quien se promete a otra, el amor de su juventud, una muñequita de lujo más joven que ella.
Todo el elenco alcanza un altísimo nivel: la desaprensiva Creúsa de la mezzosoprano portuguesa Liliana de Sousa, el Jasón del barítono Sebastian Noack y el rey Creonte del tenor Rainer Maria Röhr suenan con brillantez, elegancia vocal e histriónica singulares, sin destemplanzas, pese a los descarnados papeles que les toca interpretar. Estaba por venir todavía el heraldo (de los anfictiones) del contratenor Hagen Matzeit, insuperable en su rol.
La orquesta Essener Philharmoniker, dirigida con amor por el detalle, de forma muy equilibrada, diáfana y prolija por el checo Robert Jindra, sabe distinguir a la perfección entre nitidez y volumen. El estilo colorido, con tensión, suspenso y gran dramatismo le viene de perillas a los cantantes, muy bien respaldados en todo momento, para dibujar la obra sin impresionar estrepitosamente a la platea.
Las maderas, los metales y la percusión parecían astillarse, agrietarse y hacerse añicos en el colectivo e intimidaban a las cuerdas. Pero cuando el enviado de la anfictionía délfica (las 12 tribus de Grecia central) arribó para anunciar la proscripción y el destierro de Medea y Jasón y maldecirlos, inculpándolos de ladrones y asesinos mútiples, el gong, los platillos y los clarinetes convirtieron su canto en una escultura de estaño y plata rodeada con alambre de espino.
El lenguaje dramático de Grillparzer, apunta a nuestro tiempo, con breves oraciones, denso, aunque facil, resulta idóneo, un verdadero tesoro, tanto para la exigente y multifacética partitura, como para el consistente libreto de Reimann, escritos entre 2007 y 2009. De esa simplicidad inmanente proviene precisamente el patetismo que alcanza y que conmueve a la sala. Por ejemplo, cuando la nodriza Gora (que acompaña a Medea y a Jasón desde Colquis) de la sobresaliente contralto Marie-Helen Joël sentencia con voz terminante y profética: (Weggehaucht die Vergangenheit,/ alles Gegenwart, ohne Zukunft.) (Venteado el pasado, todo presente carece de futuro*).
En su claridad el compositor rastrea la esencia de la antigua saga y Claudia Barainsky (que dicho sea de paso fue alumna suya en la Universidad de las Artes de Berlín, y está muy familiarizada con los papeles de Richard Strauss) atraviesa el infierno con cada fibra de su ser y de su instrumento vocal para cumplir una ímproba labor sobrehumana. El dramático canto está repleto de salvajes coloraturas y éstas no son aquí una mera decoración, sino que han sido convertidas en síntoma de una gran tensión nerviosa, en hipérbole patológica de un arrebato febril. Las imágenes son muy fuertes, pero No soy un monstruo, no soy una asesina* (Bin kein Ungeheuer,/ keine Mörderin.), afirma la Medea de Reimann, sino que se la ve como una mujer con sentimientos profundamente humanos y rica en experiencias negativas de marginación, dolor, decepción, ingratitud e infidelidad (el amor traicionado por su marido).
La impresionante escenografía minimalista y futurista (Frank Albert, también vídeo y vestuario), con un edificio que se desplaza desde atrás hasta el centro del escenario, se hunde un escalón en él y gira sobre su eje rotatorio aprovechando las modernas y múltiples posibilidades técnicas del teatro, rinde tributo al Centenario de la escuela Bauhaus, y a todos sus movimientos precedentes y posteriores. Excepto el atuendo rojo intenso de la protagonista con reminiscencias de la Antigüedad, el vestuario de los intérpretes es moderno.
La producción de Kay Link nos habla metafóricamente de la exclusión de los extranjeros (verbigracia de los migrantes) de una fortaleza de prosperidad futurista (el espejismo de Alemania o de la Unión Europea para los que huyen de las guerras y la miseria). La aparición final de Medea con el vellocino de oro que quiere devolver al oráculo de Delfos, de donde fue robado originalmente, tiene su magia, ya que después de todo el horror vivido aún es posible un buen final.
Esta Medea, estrenada mundialmente en febrero de 2010 en Viena y en septiembre en Francfort (estreno alemán), aquí con Barainsky en el papel principal, antes de llegar a Essen fue presentada en Tokio en 2012 y en Berlín en 2017 (Komische Oper). El compositor estuvo presente también en el Aalto-Musikthteater de Essen para la primera función de esta puesta de Kay Link (Pforzheim, 1965) y fue ovacionado por el millar y medio de espectadores que colmaban la sala, como si hubiera sido éste un estreno absoluto,
Para Reimann fue además la oportunidad para un emocionado reencuentro con la ópera de esta ciudad de la Cuenca del Ruhr, donde el 12 de febrero de 1959 debutó asimismo con gran acierto su música para el ballet en tres actos Stoffreste (Retales), según un libreto del ya entonces celebrado escritor Günter Grass (Premio Nobel de Literatura y Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1999).
Cuando la Wiener Staatsoper le encargó Medea y le presentó El vellocino de oro de Grillparzer (que no conocía), hacía tiempo que Reimann buscaba un deslumbrante y altamente complejo personaje trágico femenino que equivaliera de alguna forma al triunfo que alcanzó con Lear (1976/1978), ópera en dos actos con libreto de Claus H. Henneberg (basada en William Shakespeare) y Dietrich Fischer-Dieskau en el papel protagónico, estrenada el 9 de julio de 1978 en el Nationaltheater de Múnich.
Para Medea, el compositor berlinés no solo se valió de la tercera parte (homónima) de la referida trilogía, sino que también tomó algunos pasajes de las dos primeras (El huésped y Los argonautas) del drama de Grillparzer, inspirado en las Argonáuticas, de Apolonio de Rodas, y en la mejor tragedia de Eurípides.
Noche a noche, el tiempo de actuar se prolonga, dándole cierto respiro a las desgracias de la Humanidad. Die Zeit der Nacht, der Zauber ist vorbei/ und was geschieht, ob Schlimmes oder Gutes,/es muß geschehn am offnen Strahl des Lichts (La hora de la noche, la magia ha terminado/ y lo que ocurre, sea malo o bueno,/ tiene que ocurrir a plena luz*), canta Medea al comienzo de la ópera de Reimann.
La Medea de Eurípides da a entender con total claridad su postura: Una mujer suele estar llena de temor y es cobarde, para contemplar la lucha y el hierro, pero cuando ve lesionados los derechos de su lecho (matrimonial), no hay otra mente más asesina, La de Reimann (inspirada en Grillparzer) vaticina antes de que Creúsa y su padre perezcan en el fuego que desata su poción venenosa: Doch sag ich euch: Bevor der Abend graut/ gebt ihr die Kinder mir./ Ich geh, doch komm ich wieder/ und hole das was mir, und bring was euch gebührt. (…)/ Die Rache nehm ich mit! (Os digo: antes del anochecer/ dadme mis hijos./ Me voy, pero vengo de nuevo/ y recojo lo que me corresponde y os daré lo que os corresponde (…)/ ¡Tomo venganza!*)
El susurro del tamtam y del fagot prepararon su entonación con una música muy suave que acariciaba tersamente la piel. El sueño ha terminado, tan solo la noche aún no*, dice la protagonista al final, mientras el sonido vuelve apaciguarse, se va diluyendo, con el aire y el aroma nocturnos, como si sucumbir en las tinieblas no fuera lo peor que le pudiera pasar a un ser humano que se ha quedado sin sueños.
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