Alemania

No somos ni Romeo ni Julieta, ni estamos en la Italia medieval

Juan Carlos Tellechea
martes, 23 de abril de 2019
Ovidiu Purcel y Luiza Fatyol © 2019 by Hans Jörg Michel Ovidiu Purcel y Luiza Fatyol © 2019 by Hans Jörg Michel
Düsseldorf, lunes, 8 de abril de 2019. Deutsche Oper am Rhein Düsseldorf Duisburg. Opernhaus Düsseldorf. Romeo y Julieta (Roméo et Juliette), ópera en un prólogo y cinco actos con música de Charles Gounod (1818 – 1893) y libreto en francés de Jules Barbier y Michel Carré, basado en el drama homónimo de William Shakespeare (1564 - 1661), estrenada en el Théâtre Lyrique (Théâtre-Lyrique Impérial du Châtelet), de París, el 27 de abril de 1867. Régie Philipp Westerbarkei. Escenografía y vestuario Tatjana Ivschina. Iluminación Volker Weinhart. Colaboración en coreografía Victoria Wohlleber. Dramaturgia Anne do Paço. Intérpretes Luiza Fatyol (Julieta), Ovidiu Purcel (Romeo), Bogdan Baciu (Mercucio), Michael Kraus (conde Capuleto), Ibrahim Yesilay (Teobaldo, primo de Julieta), Marta Márquez (Gertrudis, aya de Julieta), Maria Boiko (Stefano, paje de Romeo), Joseph Lim (Gregorio), Bogda Talos (fray Lorenzo), Richard Sveda (el conde Paris), Sargis Bazhbeuk-Melikyan (duque de Verona), Maria Sauckel-Plock, Egon Reider (jóvenes enamorados), Maria Carlo Pino Cury (Manuela), Karina Repova (Pepita), Luisa Fernanda Piedra (Angelo). Coro de la Deutsche Oper am Rhein. Orquesta Düsseldorfer Symphoniker. Director David Crescenzi. 100% del aforo.
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Una interpretación vocal extraordinaria y una música maravillosa de Charles Gounod protagonizaron el primer estreno operístico de la presente primavera.

Lamentablemente, la régie de Philipp Westerbarkei (1987), con escenografía y vestuario de Tatjana Ivschina e iluminación de Volker Weinhart, es para llorar...de risa y de tristeza a la vez tras ver cómo puede echarse a perder una gran obra maestra y un clásico con una escenificación tan estúpida, tan llena de trivialidades y tan carente de ideas inteligentes. El límite entre lo trágico y lo grotesco es tan delgado aquí como el filo de una navaja.

La Julieta de la soprano rumana Luiza Fatyol y el Romeo del tenor tambien rumano Ovidiu Purcell fueron excelentes en esta nueva producción, lo mismo que todo el elenco, así como el Coro de la Deutsche Oper am Rhein, preparado por Gerhard Michalski, y la orquesta Düsseldorfer Sympohoniker, dirigida por David Crescenzi.

En estas épocas de internet, social media, i phones e i pods lo mínimo que se puede esperar de alguien que aspira a ser un buen director escénico de próxima generación es una versión más atractiva, imaginativa y talentosa, con un hábil uso de nuevas tecnologías. Si el director hubiera querido hacer una obra cómica, no le habría salido tan bien como ésta.

Fueron tres horas de desaciertos con decorados que no venían al caso, con movimientos sobre tablas sin sentido; y todo, aparentemente, porque el director creía que debía evitar a toda costa no caer en lugares comunes establecidos siglos atrás.

Verbigracia, en lugar de balcón, Julieta se vió obligada a convertirse en equilibrista y a cantar el dúo sobre la cúspide pobremente iluminada de una tambaleante pirámide de sillas como las de las tabernas.

Si no hubiera sido, porque Romeo se encontraba un piso más abajo y le tendió cortésmente la mano para que pudiera bajar de esa arriesgada posición, la protagonista estaria todavía hoy allí encaramada.

Es cómo para preguntarse, por qué alguien tan novato como este regista tiene la oportunidad de ensayar sus memezadas en óperas de tanto renombre, con un elenco de lujo y ante tanto público; y cómo es que llega a convencer a la dirección de una casa como la Deutsche Oper am Rhein (que tiene que mirar en gastos, como todo el mundo, aquí no nadan en dinero) para llevar a escena tamañas burradas.

Lo único acertado, por suerte, fue el sobresaliente reparto, el siempre impactante coro y los músicos de la orquesta; así como las grandes escenas de todo el conjunto (colaboración coreográfica Victoria Wohlleber), en las que cantan con gran energía y entrega.

Una lástima, porque si bien esta ópera de 1867 continúa en el repertorio de las mayoría de las óperas del mundo (fuera de Alemania) no está entre las más representadas en nuestros días, ni siquiera en Francia, pese a seguir mucho más de cerca la estructura de la famosa tragedia de William Shakespeare que, por ejemplo, I Capuleti e i Montecchi de Vincenzo Bellini, de 1830.

Como es tan habitual hoy, en el tratamiento de los clásicos, el director de escena está siempre ansioso por desafiar a las puestas tradicionales para trasladar la historia a un momento diferente. Esta puesta no es una excepción y aqui radica precisamente el origen del error. Es necesario pensar y mucho, para ser ocurrente y no caer con accionismos inconducentes en los tópicos finiseculares, como finalmente ocurrió.

Queriendo hacer algo bien distinto, Westerbarkei, quien en 2016 llevó a escena con éxito Trouble in Tahiti (1952), de Leonard Bernstein, en la plataforma Young Directors, puso a bailar al coro, hasta el colmo de la ridiculez.

Nada de lo hecho aquí proporciona una comprensión más profunda de la narrativa real; y ni que hablar de que el relato emocione a la platea. Ambientada en una fiesta al aire libre entre italianos, supuestamente en torno al 15 de agosto, día de la Asunción, con una pálida estatuilla de María relegada a un rincón, el público no se explica a qué viene todo esto.

Mercucio (Bogdan Baciu) parece ser el animador del sarao. Una gran roca sobre el escenario es tan poco accesible como las sillas del cuento. Como si fuera poco, los detalles son aún peores. Mercucio compite con Romeo por Julieta y juega un oscuro papel contra Tebaldo (Ibrahim Yesilay), a quien apuñala a la altura del hígado, pero la sangre parece manar del corazón.

El conde Capuleto (Michael Kraus) quiere que su hija se case con el conde Paris (Richard Sveda). Julieta no bebe la poción que le da fray Lorenzo, sino que la arroja lejos de sí. El vestido de novia se convierte en la mortaja de Tebaldo. Cuando su padre la quiere llevar al altar, aparece Romeo entre los presentes, se opone al matrimonio y pronuncia el discurso del escándalo en la boda.

Al final Julieta no yace tendida, sino que mira como Romeo se arrodilla desesperado ante su vestido de novia y bebe el veneno; ella no lo impide. Su padre la arrastra de nuevo a la fiesta para que no muera y siga siendo la esposa de alguien que no ama. Al fin y al cabo el presunto amor por Romeo fue nada más que un espejismo. A esta altura, para qué seguir escribiendo sobre esta tragedia real. La ficticia ya ha sido arruinada. Mejor olvidar todo.

Los estruendosos aplausos y ovaciones fueron para los cantantes, el coro y los músicos del colectivo; los más tibios, sin entusiasmo y formales (porque el público es muy amable) para los responsables de la puesta.

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