Argentina

Turandot en el Colón: más para ver que para escuchar

Gustavo Gabriel Otero
lunes, 8 de julio de 2019
María Guleghina © 2019 by /Máximo Parpagnoli María Guleghina © 2019 by /Máximo Parpagnoli
Buenos Aires, martes, 25 de junio de 2019. Teatro Colón. Giacomo Puccini: Turandot. Ópera en tres actos. Libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni, basado en la fábula de Carlo Gozzi. Escena final completada por Franco Alfano. Roberto Oswald, concepción escénica y escenografía. Matías Cambiasso, director de escena repositor. Aníbal Lápiz, codirector de escena repositor y vestuario. Christian Prego, repositor de la escenografía. Rubén Conde, iluminación. María Guleghina (Turandot), Kristian Benedikt (Calaf), Verónica Cangemi (Liu), James Morris (Timur), Alfonso Mujica (Ping), Santiago Martínez (Pang), Carlos Ullan (Pong), Alejandro Meerapfel (Mandarín), Raúl Giménez (Emperador Altoum), Fernando Chalabe (príncipe de Persia), Laura Polverini y Gabriela Ceaglio (Doncellas). Orquesta, Coro Estable y Coro de niños del Teatro Colón. Director del Coro: Miguel Martínez. Director del Coro de Niños: César Bustamante. Dirección Musical: Christian Badea.
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El Teatro Colón demostró con esta Turandot de Puccini su capacidad de producción visual, dentro de un marco tradicional y lujoso, y los endebles solistas principales que puede convocar.

Christian Badea a cargo de la dirección musical no pudo salir de una decorosa rutina que en ningún momento consiguió algo más que una lectura correcta de la obra.

El Coro Estable se escuchó sólido y bien preparado y el de niños en su breve intervención no defraudó.

La soprano Maria Guleghina no convence del todo en el rol de Turandot. Si bien mostró amplio conocimiento de la partitura se notan en algunas partes del registro la fatiga vocal de su extensa carrera. No obstante sus agudos de acero y su enorme caudal compensaron un centro débil.

El tenor Kristian Benedikt ofreció un Calaf de voz potente y poca sutileza. No es un tenor que haga la función memorable pero es de una esmerada corrección.

Verónica Cangemi en un rol totalmente fuera de su repertorio fue una Liù de bello color vocal pero insegura en la línea de canto. En el primer acto mostró problemas en la homogeneidad del registro y en el fraseo, en especial en su aria ‘Signore Ascolta’, también tuvo algunos problemas en la afinación y para encarar los filados y sutilezas que la parte requiere.

Con algo de nostalgia se escuchó a James Morris en el rol de Timur con buen volumen, veteranía inocultable y emisión oscilante, a los que se sumó algún párrafo en los que cambió el texto por algunas palabras en italiano sin sentido.

Con buen empaste y sin excesos las tres máscaras que compusieron Alfonso Mujica (Ping), Santiago Martínez (Pang) y Carlos Ullan (Pong), quizás en los roles mejores cantados de la noche; lo cual significa algo excelente para estos tres artistas pero bastante grave en la evolución final del espectáculo.

El tercer veterano del elenco, luego de Guleghina y Morris, fue Raúl Giménez como el Emperador Altoum. En este caso su fraseo y su emisión continúan siendo de calidad.

Correcto el Mandarín de Alejandro Meerapfel así como el resto del elenco en sus breves roles.

En la faz visual se utilizó la idea original y los bocetos escenográficos que creó en 1993 Roberto Oswald con las adaptaciones realizadas por el artista en 2006. Técnicamente no se trata de una reposición pues las escenografías fueron construidas nuevamente en su totalidad en un concepto de reposición al menos extraño ya que la repetición de una puesta implica necesariamente la utilización de la escenografía original guardada convenientemente por los teatros y si bien es de justicia reponer la obra de uno de los directores escénicos más amados por el público del Colón la necesidad de construir de cero la producción no parece razonable.

Todo el planteo es monumental con uso de escaleras, rampas, diversos planos y colosales estatuas -que remedan los guerreros de terracota encontrados cerca de Xian- en el costado derecho -según la vista del espectador- y un gong enorme como abrazado por dragones -que sirve alternativamente como espejo para reflejar la luna, para que se vea a Turandot en el primer acto o para que salga de su interior en el segundo- en el fondo. Esta grandiosa ambientación se completa con pequeños cambios como por ejemplo los paneles en la escena de Ping, Pang y Pong en el segundo acto, el bosque del inicio del tercer acto, unas farolas o el velo para el dúo final que cae ante la nueva presencia del Emperador.

El vestuario de Aníbal Lápiz mostró sobriedad para el pueblo común, suntuosidad para la Corte, los Ministros, el Emperador y Turandot y buen gusto para Timur, Liu y Calaf; en un complemento perfecto de la concepción visual.

La gama de colores de la escenografía se conjuga con excelencia con el vestuario y con las disposiciones espaciales formando, en todo momento, cuadros de indudable belleza, una marca registrada por la tradicional dupla Oswald-Lápiz.

La reposición de la dirección de escena a cargo de Matías Cambiasso y Aníbal Lápiz respetó la concepción original de Oswald -que falleció en 2013- y combinó eficazmente las escenas individuales con la espectacularidad de las de conjunto. La misma fue iluminada muy eficazmente por Rubén Conde.

En suma: Una versión de Turandot donde hubo más para ver que para escuchar.

Comentarios
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ramon santos insua
23/07/2019 22:35:18

para mi fue una muy buena , Liu fue excelente dentro del contexto general




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