Argentina

Una inteligente mirada irónica sobre Ariadna

Gustavo Gabriel Otero
jueves, 1 de agosto de 2019
Carla Filipcic Holm © 2019 by Máximo Parpagnoli Carla Filipcic Holm © 2019 by Máximo Parpagnoli
Buenos Aires, viernes, 26 de julio de 2019. Teatro Colón. Richard Strauss: Ariadne auf Naxos (Ariadna en Naxos). Ópera en un acto con prólogo. Libreto de Hugo von Hofmannsthal. Marcelo Lombardero, dirección escénica. Diego Siliano, diseño de escenografía. Luciana Gutman, vestuario. Matías Otarola, diseño de vídeo. Ignacio González Cano, coreografía. José Luis Fiorruccio, iluminación. Carla Filipcic Holm (Prima Donna y Ariadna), Ekaterina Lekhina (Zerbinetta), Gustavo López Manzitti (Tenor y Baco), Jennifer Holloway (El compositor), Hernán Iturralde (Maestro de Música), Pablo Urban (Maestro de Danza), Luciano Garay (Arlequín), Santiago Martínez (Brighella), Iván García (Truffaldino), Laura Pisani (Náyade), Florencia Machado (Dríade), Victoria Gaeta (Eco), Pablo Urban (Scaramuccio), Carlos Kaspar (Mayordomo), Mariano Fernández (Un peluquero), Ariel Casalis (Un Oficial), Román Modzelewski (Un lacayo). Orquesta Estable del Teatro Colón. Dirección Musical: Alejo Pérez.
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No han sido muchas la oportunidades de presenciar ‘Ariadna en Naxos’ de Richard Strauss en Buenos Aires, si sólo contamos las versiones en su idioma original la obra subió a escena únicamente en 1964, 1982 y 1993, a lo que podemos sumar las versiones de 1942 y 1954 en traducción al italiano y, atento el tiempo transcurrido, ya sepultadas por la historia.

En esta ocasión el Teatro Colón recurrió a un elenco mayoritariamente local con el aporte de dos cantantes extranjeras y una dupla en la dirección de marcado nivel artístico y solidez interpretativa tanto para la batuta, confiada a Alejo Pérez, como al equipo visual que comanda Marcelo Lombardero.

Carla Filipcic Holm -una de las dos sopranos argentinas de mayor nivel artístico de la actualidad- tuvo una verdadera noche de triunfo. Actoralmente dúctil fue una Prima Donna caprichosa y una Ariadna de poderos medios vocales, excelente línea de canto, belleza de timbre y fina sensibilidad.

A su lado Gustavo López Manzitti encaró su tenor con la dosis justa de divismo y ansiedad que la puesta le reclamó y fue un Baco interpretado con profesionalismo, gran prestación vocal y amplio conocimiento del estilo.

La soprano rusa Ekaterina Lekhina fue una Zerbinetta de perfección actoral, impactante presencia escénica y brillante línea de canto.

El Compositor -aquí compositora- de la mezzosoprano norteamericana Jennifer Holloway sumó calidad vocal, línea de canto depurada y entrega escénica.

Hernán Iturralde puso sus mejores recursos vocales y actorales al servicio de su maestro de música, caracterizado a la perfección.

Laura Pisani (Náyade), Florencia Machado (Dríade) y Victoria Gaeta (Eco) fueron vocalmente impecables, solventes los integrantes de la troupe que acompaña a Zerbinetta integrada por Luciano Garay (Arlequín), Santiago Martínez (Brighella), Iván García (Truffaldino) y Pablo Urban (Scaramuccio), correcto el actor Carlos Kaspar como el mayordomo y adecuado el resto del elenco vocal.

Alejo Pérez concertó con refinamiento y exactitud logrando una muy buena respuesta de la Orquesta Estable. El resultado pareció ser mejor en el Prólogo que en la Ópera, pero sin dudas se trató de una versión musical de muy buen nivel considerando la habitualidad de la Orquesta.

Marcelo Lombardero como cabeza visible del equipo visual integrado por Diego Siliano (diseño original de la escenografía), Luciana Gutman (vestuario), Ignacio González Cano (coreografía), Matías Otarola (diseño de vídeo) y José Luis Fiorruccio (iluminación) plantea una razonable y adecuada modernización a la vez que logra burlarse de ciertos estereotipos de los cantantes, de las puestas de ópera y de una burguesía ascendente en lo económico pero vacía en lo cultural.

En el prólogo nos encontramos con un gran espacio totalmente contemporáneo que por detrás, a través de las ventanas, deja ver una terraza con vista al mar y donde se mueven algunos de los invitados a la fiesta. Zerbinetta y su compañía son cantantes de pop, tanto el tenor como la prima donna tienen todos los vicios y estereotipos de los cantantes de ópera con pretensiones de divos, mientras que el compositor es, en este caso, claramente una compositora.

En la ópera el pequeño escenario se sitúa en la sala del prólogo. Los trajes de los intérpretes de la Ariadna son de corte historicista y de gran tamaño, lo que deja poco lugar para los movimientos que son totalmente estereotipados y sin sentido teatral casi como de cine mudo. Mientras que los comediantes con sus movimientos cercanos al musical y al pop son contratara de lo vetusto y anticuado de la interpretación de los artistas líricos.

En los costados se ve la maquinaria escénica, los tramoyistas y los artistas antes de entrar a escena. Los tramoyistas casi sobre el final desarman el escenario con visibles gestos que llegó la hora de los fuegos de artificio y el espectáculo debe concluir y, por lo tanto, dejan a Ariadna y Baco solos finalizando su dúo que se desarrolla casi totalmente fuera de los artificios de la barroca puesta en escena simulada de la ópera que se canta para la fiesta del rico burgués. Por detrás se ven los fuegos artificiales, el elenco se suma a la fiesta donde se ubicaba el escenario y por delante pasa el mayordomo con los sobres con el pago a todos los artistas.

Poco hay para objetar al trabajo de Lombardero y su equipo y no puede negarse que es uno de los más talentosos directores escénicos de ópera de la actualidad en la Argentina, quizás sus soluciones teatrales le quitaron poesía a la escena entre Zerbinetta y el Compositor -convertida en compositora- y al final del dúo entre Ariadna y Baco.

La puesta puede convencer o no, pero no deja indiferente. Lombardero no se abstiene de plantear muy correctamente los temas de la ópera a los que adiciona con fina ironía una mordaz mirada a los estereotipos y al divismo vacío de los artistas, a las puestas en escena historicistas o recargadas con gestos convencionales, a la tensión entre espectáculos elitistas y populares, los artistas plenamente adaptados a las solicitudes de los poderosos y hasta a la vulgaridad de los nuevos ricos.

En suma: adecuado nivel vocal, buen nivel musical y puesta inteligente para redondear una Ariadna en Naxos de calidad.

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