Recensiones bibliográficas
Joschka Fischer: Willkommen im 21. Jahrhundert
Juan Carlos Tellechea
Los acontecimientos se suceden con tanta vertiginosidad en estos últimos tiempos que superan todo vaticinio en materia de geopolítica mundial. La crisis de coronavirus ha causado un impacto de tal magnitud, congelando la economía global, que ya se pueden aguardar ingentes pérdidas y una recesión global muy violenta, con consecuencias aún imprevisibles para el tablero de ajedrez de la política mundial.
Lo que vendrá después es una gran incógnita, pero en esta encrucijada lo esencial sería repensar las viejas estructuras para crear nuevas que permitan a la Humanidad una sustentabilidad más integral, contemplando la protección del clima, así como las amenazas que penden sobre el medio ambiente y la existencia humana, como esta del COVID-19.
Esto, sin duda, lo percibe así también, me consta, el ex ministro alemán de Relaciones Exteriores, Joschka Fischer, quien acaba de presentar en tal sentido su nuevo libro Willkommen im 21. Jahrhundert* (Bienvenidos al siglo XXI), publicado por la prestigiosa editorial Kipenheur & Witsch de Colonia.
Entrados ya en estas dos primeras décadas del siglo XXI, el nuevo orden mundial va tomando formas concretas que determinarán nuestro futuro, afirma Fischer en la introducción de su obra de algo más de 200 páginas. Enumera: el preocupante ascenso de China; el desplazamiento del eje de la política mundial desde el Atlántico norte al Pacífico y este de Asia; la apatía de Estados Unidos, una potencia mundial crecientemente confusa, que no quiere sustentar más el lastre de un liderazgo global; numerosos conflictos a lo largo del eje euroasiático entre Europa y el Pacífico; la situación de Rusia, una potencia atómica mundial frustrada y económicamente ineficiente; y una Europa estancada, con un nacionalismo en contra de la cooperación internacional.
Echo de menos en este libro, sin embargo, un análisis mucho más exhaustivo aún, más pormenorizado sobre lo que está sucediendo con Estados Unidos y su sistema capitalista, por qué la mitad del electorado (o casi) está a favor todavía de una reelección del presidente Donald Trump, el espíritu rubio, por parafrasear la Fenomenología de la mente, de Friedrich Hegel, por qué se deja seducir por sus mensajes populistas.
El discurso de Fischer, aquel joven contestatario del entonces naciente partido ecopacifista alemán Los Verdes que conocí a comienzos de la década de 1980 en Bonn, hoy no es tan virulento ni tan procaz ni tan provocativo como lo era en aquella época. El hoy director de una conocida consultoría de su propiedad en Berlín y abuelo de cuatro nietos, sostiene, y saliendo de su pluma suena con retintín, que
¡Donald Trump, 45º presidente de Estados Unidos, es realmente una revolución! Cuesta admitir este hecho, pero este hombre pone patas arriba al mundo, principalmente al occidental, sin saber lo que hace o apenas percibiéndolo, agrega. ¡Pero lo hace! Y eso es lo único que cuenta. Se le pueden achacar muchas cosas, pero no de que no haya cumplido con sus promesas electorales.
En tal sentido, Europa debería de haber puesto desde hace largo tiempo ya las barbas en remojo, si todavía no lo ha hecho, porque, no hay que hacerse más ilusiones, tras la era del actual presidente de Estados Unidos, resulte elegido o no para un segundo mandato, no se retornará más a la normalidad anterior, esto es, a un clientelismo transatlántico de Europa, expresa Fischer en el preámbulo de 30 páginas que dedica a Trump y las consecuencias.
El viejo Oeste ha quedado finiquitado, es historia. Para su renovación en este siglo serán necesarias dos condiciones: Europa deberá imponer su soberanía y Estados Unidos tendra que encontrar un mínimo de unidad interna entre los dos grandes partidos políticos del país.
Bajo la premisa de esas dos condiciones, el oeste transatlántico podría tener un futuro en el siglo XXI en un mundo no más dominado por Occidente y a pesar de todas las tendencias negativas, reflexiona el ex político verde. Dependería solo y únicamente de la familia transatlántica demostrar que el Oeste es la civilización de la libertad y del estado de derecho y de que la joven América y la Vieja Europa pueden estar uno junto al otro para defender la civilización occidental también en el siglo XXI. Después de esta crisis por la pandemia del coronavirus habría posibilidades para que los conflictos terminen. Pero eso requeriría del espiritu y de la voluntad de trabajar y cooperar juntos.
En este sentido, Alemania necesita de la Unión Europea, así como la UE precisa de Alemania, y este país tiene un compromiso ineludible de solidaridad para con el Continente, por ende también en esta crisis por la pandemia de coronavirus, según la concepción que siempre ha sostenido Fischer desde que lo conozco; y veo que no ha cambiado de opinión; todo lo contrario, hoy la enfatiza aún más, sabedor de que lo que estamos experimentando ahora en rápido movimiento nos da una idea de lo que vendría si se derrumbara el clima global. A este respecto, habría que establecer, tal vez, otras prioridades en la política internacional, en particular, ya que se podría ofrecer una oportunidad para superar los conflictos y las crisis actuales.
El fin de la era de cómoda servidumbre bajo la tutela y responsabilidad política del gran hemano Estados Unidos significa para Alemania, el miembro más fuerte de la UE, un mayor grado de responsabilidad hacia Europa en comparación con el pasado, tanto económica, como financiera, como militar y política. En tal sentido, este país deberá asumir también un mayor riesgo en interés de este Continente. Los alemanes deberán además saltar sobre su propia larga sombra histórica. Exactamente así es como debe entenderse en este caso el tan manido concepto de liderazgo, puntualiza.
A Fischer le preocupa mucho el ascenso de China, para él un factor estremecedor en el orden político y económico global de comienzos del siglo XXI, y ante el que los europeos serían convertidos en picadillo si no se unen. según el ex ministro y vicejefe de gobierno bajo el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder. Cuanto más toma conciencia ese gran país de su creciente fuerza más hegemónicas son sus apariciones y sus reivindicaciones, agrega.
La gran amenaza en el conflicto entre China y Estados Unidos, en vista del tamaño de los dos contrincantes, no es solo una cuestión de tarifas aduaneras o de promesas electorales de Trump, sino que va mucho más allá aún: es un asunto relacionado con la tecnología y la hegemonia en el nuevo orden del siglo XXI. La nueva China no olvida, por cierto, las múltiples humillaciones de que fue objeto por parte de la civilización occidental, así como del imperialismo y militarismo de Japón, en los siglos XIX y XX (léase además las guerras del opio y los conflictos bélicos mundiales, las intervenciones del Reino Unido y de Estados Unidos).
La superioridad en el liderazgo tecnológico, científico y en el campo de la investigación cuentan hoy mucho más que en el pasado. Aquí residen exactamente las diferencias entre China y Rusia. En armas nucleares y sistemas balísticos, Rusia va muy por delante de China. Pero si contemplamos la dinámica y el tamaño del mercado chino, el potencial financiero del país y sus impresionantes avances en investigación y tecnología, sobre todo en el área de la inteligencia artificial, en el que ya alcanza seguramente el liderazgo, se puede llegar a la conclusión de que la nueva China ha dejado ya muy atrás a Rusia como potencia mundial y mañana será todavía mayor la distancia.
Treinta años después de la caída del Muro de Berlín y del colapso del sistema socialista, los europeos no deberían cometer otra vez el mismo error: subestimar la radicalidad y las consecuencias de una incisión histórica que esta vez afecta al oeste y no al este. Un megaterremoto llamado Trump hace añicos la alianza occidental en combinación con otros dos megaterrremotos, el ascenso de China al puesto número uno global, y la revolución digital que tampoco dejará una piedra sobre la otra. El peligro de una guerra mundial no ha quedado disipado ni mucho menos.
Son tres revoluciones simultáneas ante las cuales se encuentra el mundo, y también Europa, y que el Viejo Continente deberá superar solo, sin protección ni cobertura de Estados Unidos. Todo lo contrario, esa retirada de los estadounidenses de la responsabilidad global es un gran desafío para los europeos.
Por supuesto, los acontecimientos evolucionan y evolucionan muy rápidamente. Hace 20 años se podía apostar por una estrategia de postergación y de sentarse sobre los problemas para empollarlos sin resolverlos, pensando que las cosas no empeorarían como se pronosticaba. Hoy se sabe que las cosas empeoran y de forma mucho más rápida de lo esperado. A nivel de geopolítica, la crisis climática se suma como otro factor inquietante más para las estructuras de poder establecidas. Con su escalada se agrega un nuevo multiplicador de inseguridad en el sistema global del siglo XXI.
Hoy todavía no sabemos cómo y cuán velozmente influirán sus efectos en el orden global, pero ya podemos dar por sentado, con un 100% de seguridad de que tendrá rotundas repercusiones, señala Fischer, quien fuera entre 2006 y 2007 profesor invitado de la Universidad de Princenton.
Esa violenta fragmentación provocada por Trump de la tradicional Pax Americana tendrá un alto precio para la superpotencia y para sus aliados, profetiza. La política exterior de Trump está desprovista de todo cálculo razonable, como muestran las fracasadas conversaciones sobre armas atómicas con Corea del Norte, pero también la situación en el Cercano Oriente.
El principio trumpista de generar el caos -el mismo que ha generado ahora internamente en Estados Unidos- sin mirar las consecuencias lo hemos podido estudiar claramente en el Cercano Oriente, Siria y el golfo pérsico. Trump, quien no es amigo de Europa ni de la UE, tampoco es, a ojos vistas, un maestro de las retiradas. Se ha desentendido unilateralmente del acuerdo nuclear con Irán, firmado por su antecesor el presidente Barak Obama y otras cinco potencias, sin perder el tiempo en sopesar sus efectos. Desde el punto de vista occidental y de Estados Unidos lo único que interesa en la región es asesgurar que las gasolineras de la economía mundial funcionen y garantizar que fluya el petróleo de la península arábiga y del golfo pérsico.
Irán es, después de Israel, la potencia militar más importante de la región, también tecnológicamente, pese al aislamiento (¿o quizás por él?) económico y tecnológico del país; guste o no guste, es un hecho, subraya Fischer. Trump mismo no sabe lo que quiere de Irán
Si Hillary Clinton hubiera sido elegida presidente de Estados Unido hubiera ocurrido más o menos lo mismo que con Trump, pero éste fue elegido y cumplió con su promesa electoral de terminar con el peor acuerdo de todos los tiempos, según él, impulsado vehementemente por el rechazo a todo lo que había hecho antes Obama. Así fue como se perdió casi a ciegas en el campo minado del Cercano Oriente. Con la partida de la última persona adulta del entorno de Trump, el secretario de Defensa James Mattis, se produjo definitivamente el tropiezo de Donald Trump en el berenjenal de la región.
Trump quiere poner fin a las guerras interminables de Estados Unidos, retirando a sus soldados. ¿Pero les pone fin realmente? ¿O anuncia, por razones de política interior cortoplacista, una próxima ronda con una guerra de largo aliento, aunque sin una solución política?, se interroga retóricamente el ex político verde.
Siendo jefe de la diplomacia alemana, Fischer tuvo un gran e inolvidable momento estelar en febrero de 2003, durante la Conferencia sobre Seguridad de Múnich, cuando le espetó en las narices al entonces secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, bajo la administración de George W. Bush, que no estaba convencido ni creía en las argumentaciones de Washington (que, como finalmente se constató, fueron todas falacias) para emprender una guerra contra Irak (que Alemania no apoyó en la OTAN, generándose un enfriamiento en las relaciones con Estados Unidos). En 2011 Fischer escribió un grueso libro sobre el asunto, titulado I am not convinced*, publicado asimismo por Kiepenheuer & Witsch.
Dicho sea al margen, sugiero ver el filme satírico, ganador de un premio Oscar y un Golden Globe, Vice (o El vicio del poder o El vicepresidente: Más allá del poder), del realizador Adam McKay, de 2018, con Brad Pitt, en el papel principal, sobre el vicepresidente de Bush, Dick Cheney, y sus confilctos con Rumsfeld.
Con una rrepliegue precipitado sin una solución política, Trump conseguirá previsiblemente lo contrario, prolongar aún más esas interminables guerras. No hay ningún plan jubilatorio entre la historia mundial y una superpotencia; el retiro como pensionista no está previsto para una superpotencia, pero sí el ocaso, la caída global y regional, sentencia Joschka Fischer.
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