Recensiones bibliográficas

Pensamiento musical de Levante

Paco Yáñez
lunes, 29 de junio de 2020
Emociones sonoras © 2020 by EdictOràlia Música Emociones sonoras © 2020 by EdictOràlia Música
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Después de que, a lo largo de las últimas semanas, hayamos dado cuenta de los trabajos como productor discográfico, compositor y saxofonista de Josep Lluís Galiana (Valencia, 1961), nos adentramos hoy en sus facetas de editor y musicógrafo, pues de la editorial fundada por el propio Galiana, la exquisita EdictOràlia, hemos recibido el volumen del que ahora les damos cuenta, Emociones sonoras. De la creación electroacústica, la improvisación libre, el arte sonoro y otras músicas experimentales*, segunda edición —revisada y ampliada— de un libro cuyo primer lanzamiento se efectuó en noviembre de 2014.

Como entonces, Josep Lluís Galiana nos advierte de que no estamos ante un tratado de historia ni ante un volumen que pretenda «sentar cátedra sobre cuestiones teóricas», sino ante un conjunto de escritos «que hablan de una serie de acontecimientos musicales, describen situaciones sonoras concretas y reflexionan sobre determinados hechos artísticos». Como su título nos da a entender, estos se incardinan, fundamentalmente, en el ámbito de la música experimental, con especial predilección por la electroacústica, la improvisación y el arte sonoro, y se corresponden, en una buena medida, con las críticas y con los ensayos que Josep Lluís Galiana viene firmando desde hace casi treinta años en diversos medios, con una mención muy especial para los publicados en el diario Levante-El Mercantil Valenciano, aunque en esta selección, que parte del 7 de mayo 1992 y llega al 1 de noviembre de 2015, se incluyen, asimismo, notas discográficas y de conciertos, ponencias, entrevistas, o los más recientes escritos de Galiana para la revista de música y arte sonoro sulponticello.com (además de algún texto inédito rescatado por el valor musicológico que aporta al semblante de creadores valencianos, como los procedentes de un trabajo de investigación sobre la obra de Enrique Sanz Burguete, autor con gran presencia en la primera parte del libro).

Nos ubicamos, así pues, —y en especial, en lo que se refiere a los textos publicados por el diario Levante-EMV—, en el ámbito de la ciudad de Valencia, donde Josep Lluís Galiana fue uno de los responsables (entre los años 1991 y 2013) de la programación del Club Diario Levante, de buena parte de cuyos conciertos, charlas, presentaciones y debates se hacen eco las páginas de Emociones sonoras, mostrándonos algo tan importante en la España del siglo XXI como la existencia de una vida artística más allá de Madrid, pues es obvia la recentralización tan excluyente y perniciosa que, soterradamente, se ha producido en los últimos años de la vida cultural española en los medios de comunicación. De este modo, seremos partícipes de muchas de las dificultades pero, también, de las grandes iniciativas que marcan la vida en los centros periféricos de gestión cultural; muchos de ellos, marcados por experiencias valientes y fuera del sistema institucional como las que conocemos a través de este libro: una publicación de una vitalidad constante en cada una de sus páginas, de una pasión contagiosa y de una impecable escritura que se adentra en la realidad musical de forma culta, informada y necesariamente crítica.

Ahora bien, la crítica de Josep Lluís Galiana no es el lamento por el lamento, ni el darse cabezazos contra la pared de lo inamovible, pues en su condición de programador en el Club Diario Levante, así como por su activa participación en la Asociación de Música Electroacústica de España, el compositor valenciano pudo dinamizar la vida musical de su ciudad natal de un modo que difícilmente podríamos imaginar, de no mediar la lectura de este libro, y que nos provocará cierta envidia retrospectiva por la cantidad y calidad de los eventos allí programados.

Es por ello que esta puesta al día y revisión de los escritos musicales de Josep Lluís Galiana se estructura en un prólogo (a cargo de Carlos D. Perales Cejudo), una introducción y siete partes, por medio de las cuales Galiana ordena esos veintitrés años de vida musical valenciana conforme a diversos acontecimientos que han vertebrado la creación sonora experimental a orillas del Turia. A mayores, se incluyen en este volumen unos agradecimientos por parte del autor, y un siempre útil índice onomástico con el que navegar a través de tantos nombres como reaparecen a lo largo de las más de trescientas páginas de este volumen: unas páginas por medio de las cuales vamos viendo el paso de distintas generaciones de artistas internacionales, nacionales y valencianos como pasaron por el Club Diario Levante, mostrando que una buena programación ha de prestar siempre atención a la excelencia compositiva local, pero sin perder nunca de vista la mirada a las corrientes más potentes de la creación actual internacional, a fin de evitar caer en un provincianismo caduco, ombliguista y estéril (el artículo Aldea electroacústica global, publicado en el diario Levante-EMV el 11 de febrero de 2001, es un muy buen ejemplo de esa mirada informada por la mejor escena musical internacional).

Así pues, estamos ante un buen número de fragmentos musicográficos cuya lectura, ya continuada, ya a salto de mata, nos permitirá vislumbrar caleidoscópicamente un todo, pero evitando las taxonomías, las categorías y la totalización al uso en tantos manuales, prefiriendo Galiana que sean esas pinceladas de distintos eventos y tiempos las que dibujen, a través de nuestra lectura e interpretación de lo leído, un mapa del territorio acústico experimental: mapa que ha conocido momentos de una gran potencia y trascendencia artística, como nos muestra la introducción a la sexta parte de este libro, en la que Josep Lluís Galiana habla de una «auténtica primavera sonora valenciana», gracias a «años de esfuerzo ininterrumpido dedicados a la creación y difusión de géneros y formas de hacer música poco transitadas por la academia y prácticamente ninguneadas en las programaciones de auditorios y salas de cultura públicos». No hay duda de que muchos de los protagonistas que pueblan este libro y las distintas estaciones en las que ha germinado esa «primavera sonora valenciana» serán bien conocidos por los melómanos españoles, que encontrarán en las páginas de Emociones sonoras desde a compositores como Ramón Ramos y Alberto Posadas a conjuntos como Amores, Neopercusión, Grup Instrumental de València, o SIGMA Quartet, así como festivales ya veteranos, como el Ensems; pero, al tiempo, Emociones sonoras nos permitirá descubrir iniciativas, compositores y músicos apenas difundidos en el resto de un Estado, España, que con la territorialización de sus orquestas públicas parece haber levantado más barreras entre las distintas autonomías que las ya muchas que existen de cara a la gran composición actual internacional, hablándonos de España (¡qué bien lo sabía Juan Goytisolo, que así tituló la segunda parte de su autobiografía!) como de un inveterado reino de Taifas, cuando no de un Estado cainita al que le crecen los enanos soberanistas.

Por otra parte, Emociones sonoras nos permite conocer lo muy en tiempo real que, durante las décadas que recoge este libro, Valencia estuvo conectada con la gran creación europea, así como con sus debates estéticos, culturales y musicales, como el fin de siglo/milenio, el advenimiento de las tecnologías digitales, o la aparición del multimedia: debates que, en paralelo, se iban puntuando en las páginas del diario Levante-EMV por medio de una gran cantidad de efemérides, aniversarios, o del triste reguero de pérdidas que a cada poco sufre la música clásica, haciéndose eco Galiana de los fallecimientos, entre otros, de Iannis Xenakis, Witold Lutosławski, o, muy especialmente, del compositor valenciano Ramón Ramos, al que se dedican algunas de las páginas más emotivas del libro (homenajes, todos ellos, que afortunadamente no se quedaron en un mero obituario, sino que —como recogen estas páginas— dieron lugar a conciertos de homenaje y a charlas sobre la figura de dichos maestros).

Indudablemente (como no podía, y quizás no debería ser de otra forma), las preferencias musicales de Josep Lluís Galiana se hacen patentes a lo largo de Emociones sonoras una y otra vez, de forma lúcida, crítica y explícita, siendo muchos los compositores que aparecen en estas páginas de un modo recurrente a lo largo de las más de dos décadas que abarcan, y en las que nos encontraremos en diversos momentos con figuras como el chileno Gabriel Brnčić, el madrileño Eduardo Polonio, o los valencianos Llorenç Barber, Carles Santos y Gregorio Jiménez: buena muestra, la que ofrecen estos cinco nombres (sumémosle a Xenakis, a Lutosławski, a Ramos, a Boulez, a Nono, a Cage y tantos otros), de la prolija y ecléctica paleta de estilos que Galiana no sólo recoge en las páginas de Emociones sonoras, sino que fomentó como programador.

Se haría demasiado extenso el pormenorizar y adentrarse en los diferentes textos que merecen una especial atención en Emociones sonoras, de modo que señalaré, para abrir el apetito del lector, algunos de los que me han parecido especialmente sabrosos, así como condimentados por medio de una temática más global que pueda interesar a melómanos de diferentes latitudes; textos como Cuando la gastronomía suena (2007), con su tan necesaria llamada al silencio en un mundo intoxicado por la —habitualmente— horrísona música ambiental; La herencia revolucionaria en la música contemporánea (2006), verdadero palimtexto con fuertes presencias del pensamiento de Luigi Nono y Pierre Boulez, urdido a raíz de un tema tan de este 2020 como el carácter revolucionario de Ludwig van Beethoven —entonces, a raíz de los actos inaugurales del Palau de les Arts de Valencia, con el Fidelio (1805) beethoveniano de por medio—; los textos dedicados a Ramón Ramos en 2012, entre los que leemos una frase del propio Ramos que tan a pelo nos viene en la pandemia del año 2020: «La libertad aprende a conocerse en la cautividad»; o los tres artículos titulados La música contemporánea, publicados en 2014 por sulponticello.com y en los que Galiana muestra una notable madurez en su pensamiento, informado por todo este recorrido musicográfico del que Emociones sonoras da tan buena cuenta.

Otros textos presentan afirmaciones más cuestionables, algunas de las cuales ya las habíamos recogido en nuestras reseñas discográficas dedicadas a Josep Lluís Galiana, como su idea de que «la improvisación ha sido desde hace muchos siglos la manifestación más importante de la música», presente en su artículo «Soundpainting» o cómo pintar la música, publicado en el diario Levante-EMV el 9 de julio de 2009. Mientras, en La necesidad de manifestar una idea, reseña de una mesa redonda concierto publicada el 19 de junio de 2012, Galiana afirma que «Hablar de las tendencias musicales del siglo XXI se me antoja algo verdaderamente complejo, a la vez que tarea inútil. No creo que haya nadie interesado en saber cuáles van a ser los derroteros musicales del siglo XXI», situación que achaca al espectaculismo, a la globalización, a la estandarización, a la fragmentación, o a la hibridación de nuestro tiempo. En todo caso, mientras haya alguien interesado, es prácticamente un deber moral el persistir, aunque sea con la ingenua creencia de que ese alguien, como la transmisión del virus que nos tiene atribulados en este 2020, expanda su interés de forma exponencial, aun contra viento y marea, pues, como reconoce Josep Lluís Galiana, no están las cosas en España para que la estética musical contemporánea se convierta en centro del debate, ya no público, sino musical: situación en la que debemos enmarcar las siempre necesarias y certeras críticas de Galiana a la programación de nuestras orquestas sinfónicas, como leemos en los artículos «El público no tiene gusto» —título tomado de unas declaraciones de Claude Debussy— y La música contemporánea (I), ambos publicados en suponticello.com en el año 2014.

A pesar de estas fuertes críticas a un sistema musical institucional que, como señala Galiana —y uno no se cansa de denunciar—, se ha convertido en un aparato museístico gravemente retrógrado, destacan en Emociones sonoras los muchos textos en los que Josep Lluís Galiana nos contagia, precisamente, con su emoción y pasión, como la que se desgrana a lo largo del libro desde la presentación, en noviembre de 1995, de su anhelado Laboratorio de Electroacústica (LEA) del Conservatorio Superior de Música de Valencia —con un continuo y exhaustivo seguimiento de las actividades promovidas en desde el LEA por su director, Gregorio Jiménez Payá—, o en textos que contagian tanto entusiasmo y esperanza en las posibilidades de la música como «Improvisación positiva» para solucionar problemas, publicado el 1 de noviembre de 2015 en sulponticello.com.

Por lo que a la edición se refiere, nos encontramos con un libro muy bien presentado, de ideal tamaño, cuidada tipografía y perfecta ordenación de los materiales, así como ilustrado con una gran cantidad de fotografías a través de las cuales vamos poniendo cara(s) a los artistas que desfilan por los artículos de Josep Lluís Galiana, así como años, pues por medio de estas fotos veremos cómo las décadas pasan por ellos (aunque, por más que transcurran los años, en estas instantáneas veremos siempre al compositor Miguel Molina realizando una suerte de performance en cada uno de sus respectivos posados de grupo).

Estamos, por tanto, ante un volumen que nos muestra los ecos de una presencia de la cultura en la prensa generalista que, desgraciada (o muy premeditadamente) casi ha desaparecido en nuestros días, abocados como lo estamos a que lo que antes eran secciones artísticas y culturales ahora lo sean de ocio, entretenimiento y banalidades derivadas de los medios (así) de (in)comunicación (pues lo son más bien de mercadeo publicitario y producción de consumibles). No es éste el caso de Emociones sonoras: un libro en el que comprobamos cómo Galiana trataba a sus lectores de un diario de información general con altura de miras y sin infantilismos, presentándoles contextos musicales de su tiempo, estéticamente progresivos y por medio de un lenguaje riguroso, crítico y bien escrito. Es por ello que, para finalizar esta reseña, me gustaría dar la palabra al propio Josep Lluís Galiana, que en la introducción a la séptima parte de Emociones sonoras, 'A vueltas con las músicas experimentales y otros escritos', y de la mano de una clarividente lectura de Luciano Berio, reivindica lo musical como «un paso hacia la trascendencia de las emociones»; un paso necesariamente informado que ha de estar en continua renovación y relectura crítica, como muestran sus palabras (de nuevo, y como es seña de identidad de este libro, en continuo contrapunto textual con el pensamiento de otros autores):

«El performer y poeta sonoro valenciano Bartolomé Ferrando, heredero de las vanguardias históricas, considera el entorno arte y cree necesario «ampliar definitivamente el repertorio encapsulado de lo artístico». Esa emancipación del arte, auspiciado por las vanguardias, ha depositado en historiadores, filósofos y críticos de arte la responsabilidad, afirma el profesor de la Facultad de Bellas Artes de Valencia Vicente Jarque, de «asumir también sus límites y reconocer que su tarea es interpretar críticamente, dialogar con el presente y la tradición, desde el presente y desde el pasado, aferrando provisoriamente jirones de experiencia y haciendo memoria entretanto». Como es obvio, desconocemos lo que nos deparará el futuro y no tenemos «recuerdos al futuro», pero ese diálogo —en permanente cambio— con nuestro propio entorno, con la sustancia, los materiales y los objetos sonoros, con los instrumentos —nuevos y tradicionales— y con los nuevos conceptos es conditio sine qua non para seguir el constante movimiento —«siempre in progress»— de la música».

Este libro ha sido enviado para su recensión por EdictOràlia.

Notas

Josep Lluís Galiana, “Emociones sonoras. De la creación electroacústica, la improvisación libre, el arte sonoro y otras músicas experimentales”, Valencia: EdictOràlia Llibres i Publicacions, 2020, 396 páginas; 24x18cms, segunda edición. ISBN 978-84-120023-6-2

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