Una jirafa en Copenhague
Canela, jengibre y clavo
Omar Jerez
Canela, jengibre y clavo, sabores que consiguen devolverme a otros tiempos. El Omar- niño o el niño- Omar, me cuentan que siempre fui bastante peculiar. Nací bien rollizo, 4 kg con 100 gr, mi primer gesto en este mundo: cerrando los puños doblaba hacía arriba los antebrazos y me golpeaba en el pecho (un gesto muy normal, muy equilibrado como podéis imaginar); quería ser minerólogo y coleccionaba sellos (traduzco: en los tiempos actuales lo que todos consideraríamos un tolai o rarito de manual); mientras mis amigos pateaban una pelota en las plazoletas del barrio, yo me recluía en un escalón y leía (el infante “drogalibros” ).
La infancia...mi infancia...
Si buscas la palabra Infancia en google, ésta aparece definida como una de las etapas del desarrollo humano. En términos biológicos, comprende desde el momento del nacimiento hasta la entrada en la adolescencia. Sin embargo, según lo planteado en la Convención de los Derechos del Niño, aprobada por la ONU en 1989, un infante es toda persona menor de 18 años (yo como tengo 17, sigo siendo un eterno infante).
Cuando pienso en las palabras infancia y arte contemporáneo siempre llego al mismo resultado; ese resultado es y será de forma indiscutible, el artista Roberto López Martín; Roberto, otro eterno infante, un buceador de la memoria, un analista de infancias, un trabajo de estética y concepto impecable; dureza y fragilidad se entremezclan en un rico imaginario de luces y sombras infantiles, luces y sombras de las que seguramente, todos hayamos sido protagonistas alguna vez.
La carrera de Roberto López Martín ha sido una de las más meteóricas del arte español en los últimos tres años. Amado por galeristas por su honestidad personal, respetado por críticos de arte por su ejercicio clínico al enfrentar sus piezas con los traumas del espectador, codiciado por coleccionistas por su valor en alza que está provocando en el mercado, y querido por el gremio por la calidad humana que acompaña en cada uno de sus gestos hacía el resto siempre que lo requieran, sin más dilación vamos a dar un pequeño susto al protagonista de la semana.(Sonrisa maliciosa incluida)
Marcando su número...
-¿Roberto?:
Cuando Omar Jerez te llama y te dice que quiere hablar contigo, después de temblar, jejeje y pensar qué vamos hacer, me calmo. Omar me dice que quiere charlar sobre la obra que hago y por qué; es entonces cuando me relajo por completo y empiezo a contar, el por qué me parece esencial, por qué es un fin, y para mi creo a mi forma de ver el arte, es lo que importa.
La infancia es el momento más delicado para una persona pero también es el momento más maravilloso para algunos individuos que recordamos con bastante cariño y es ahí donde yo me encuentro cómodo al invitar al espectador a retroceder páginas de sus propios cuentos a cuestionar las formas en la que desde la infancia hemos sido socializados desde lo lúdico y los bulímicos modos de consumir lo violento, lo abyecto, y lo monstruoso.
Para mi proceso creativo intento recordar mi infancia, mi relación y exposición mediática con las imágenes, la de bucear en artefactos de memoria como álbumes familiares, viejas cajas de fotos y cajones de peluches y muñecos, telas… Todo ello, de cara a entender cómo mi subjetividad se ha ido configurada desde niño y cómo el consumo de imágenes monstruosas en los medios de comunicación ha influido en determinadas concepciones sobre el cuerpo y lo bello.
Todo esto que parece tan complicado , se va a hacer patente en la última serie Avatares donde coloco, al niño, atrapado en esa idea de falsa niñez que nos han vendido, convirtiéndose en una serie, un número de referencia para una futura venta.
Un avatar o una representación gráfica, totalmente distorsionada que se asocia a un usuario para su futura identificación en su demanda. Siguiendo la pauta de, lo que denominamos redes sociales.
Toda una estrategia para anestesiar nuestra mirada que nos impide reaccionar críticamente ante el drama identitario que se sitúa ante nuestros ojos. Una infancia, desplazada a universos propios de la utopía Disney y a las felices promesas de los cuentos populares tradicionales, queda reducida a un objeto de consumo apto para ser digerido compulsivamente.
Yo de mayor quiero ser Roberto López
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