Discos
Por las sendas ignotas de la música latinoamericana
Juan Carlos Tellechea
Nicole Peña Comas y Hugo Llanos Campos rinden homenaje en este CD al ingenio histórico de músicos y compositores latinoamericanos del siglo XX, con obras para violonchelo y piano muy poco conocidas, incluso para especialistas en su propio ámbito. Durante algo más de una hora es posible recorrer aquí con fruición esos misteriosos e ignotos caminos que unen espiritualmente a México con Argentina y Chile, pasando por Cuba y Brasil a través de algunos de sus creadores más insignes. Es también un viaje de ida y vuelta a Europa y sus influjos mediatos e inmediatos.
El disco El canto del cisne negro toma su título de una hermosa y sensible pieza escrita originalmente por Heitor Villa-Lobos para arpa y violonchelo, en una clara alusión a El cisne de El carnaval de los animales de Camille Saint-Saëns. Villa-Lobos titularía así el pasaje final de su singular poema sinfónico El naufragio de Kleônicos.
En su peculiar e importante exploración, Llanos Campos y Peña Comas logran captar muy bien y con emoción la magia de esos sonidos, así como los diferentes estados de ánimo de sus creadores en la articulación y dinámica de sus piezas. La belleza del violonchelo se une aquí a la versatilidad del piano para recrear esa atmósfera única que permite a los oyentes navegar sensualmente por sus diferentes y exóticos paisajes.
La alta calidad artística se completa con una técnica de grabación (micrófonos dispuestos con esmerado equilibrio) y una mezcla de sonido excelentes (productora Annette Schumacher; ingeniero de sonido Arpad Hadnagy), así como con la acertada compaginación, organización y planificación de Nicole Peña Comas.
Esta aventura es acompañada por la maravillosa música de cámara de Constantino Gaito con su Sonata para violonchelo y piano Op 26. La límpida transparencia tonal hace que ambos instrumentos parezcan aquí alineados como en un collar de perlas. La constelación bajo la Cruz del Sur no podría ser más propicia.
En medio del disco y enmarcados por los autores de comienzos del siglo XX, figuran los nombres de dos creadores de la nueva generación. «Se juntan dos palomitas», uno de los fragmentos de Dos canciones para Violeta (Parra) de Luis Saglie, es interpretado por Peña Comas y Llanos Campos con muchísimo sentimiento y extraordinaria delicadeza, como el enternecedor e irresistible arrullo de dos tortolitos.
Después llega José Elizondo con su emocionado «Otoño en Buenos Aires» (de Danzas latinoamericanas para violonchelo solo): el ritmo muy sutil del Tango Nuevo, la lluvia, los cafetines y sus vidrieras a la calle, los días grises de la ciudad y su estrés están plasmados en esta nostálgica composición de casi cuatro minutos que lo dice todo con su narración y poesía.
Otro de los periplos de ida y vuelta es el de Joaquín Nin con su Seguida Española para violonchelo y piano. Nin, quien estudió en París y vivió en España, recorre este país ibérico de norte a sur con su sonido.
Piano y violonchelo abren con un gesto de venerable admiración hacia la Vieja Castilla, se sumerjen a continuación en Murciana con la contagiosa vitalidad de la danza y la melodía del Paño Murciano (Diga usted, señor platero, / cuanta plata es menester / para engarzar un besito / de boca de una mujer.); hacen suya la melancolía de la Asturiana, antes concluir con el fuego de la Andaluza, adhiriendo al elevado estilo legado por Enrique Granados e Isaac Albeniz y del que se empapó el compositor cubano.
La Sonata para violonchelo y piano de Manuel María Ponce no le va a la zaga en ardor. El Allegro selvaggio es entonado con extraordinaria pasión por Peña Comas y Llanos Campos; el Allegro alla maniera d'uno studio con gran entrega y consagración; la reflexiva Arietta. Andantino affettuoso con hondura abisal; y el exuberante Allegro burlesco con un precioso jugueteo en el jocoso diálogo entre ambos instrumentos.
Los senderos de la música iberoamericana se tornan aquí más enigmáticos aún. Ponce, quien poseía una personalidad fácilmente vulnerable a la influencia estética y a la sugerencia personal de otros creadores, fue el primer compositor en realizar un nacionalismo consciente de primerísima calidad en la música mexicana. Gracias a su orientación, ésta alcanzaría la etapa en que pudo prescindir del dato folclórico para ser auténticamente mexicana.
El compositor se nutriría tanto del mestizaje en su propio país y en la mayor de las Antillas, donde vivió entre 1915 y 1917, lapso en el que fue compuesta esta Sonata. Antes, en 1905, había realizado su primer viaje a Europa. En ese período recibiría influjos lisztianos, pasados por los tamices de Luigi Torchi, en el Liceo Rossini de Bolonia, y Martin Krause, en el conservatorio Stern de Berlín.
Sería en su segundo periplo (1925) al Viejo Continente que tomaría contacto con la escuela impresionista francesa (Escuela Normal de Música de París, donde trabajó con Paul Dukas), y con la bitonalidad del grupo de los seis franceses. A partir de 1941 estudiaría profundamente la música española y entrarían en su obra el carácter del zapateado, del cante jondo, y los elementos típicos de la guitarra española, con Andrés Segovia.
En síntesis, un disco muy agradable de escuchar que hay que tener y siempre volver a escuchar; recomendable para todos los amantes de la música en general, así como de la música de cámara y de la música de compositores latinoamericanos en particular. Pero también para los que siempre sienten una insaciable curiosidad y andan a la eterna búsqueda para disfrutar de nuevos temas musicales.
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