España - Madrid
Las raíces del dolor
Jorge Binaghi
La primera ópera de
Lo que ocurre es que me sigue asombrando que, siendo una de las obras maestras de la lírica del siglo pasado, su representación siga pareciendo un acontecimiento. Sin ir más lejos, en este Teatro, que se ha demostrado buen defensor de Britten (estoy esperando aún la edición en dvd de la magnífica Gloriana que presentó no hace mucho), hacía un cuarto de siglo que no subía a escena. No se me puede acusar, creo, de no querer a Verdi o Mozart, pero tendría más sentido muchas veces representar una obra difícil como ésta, que por lo general no sale mal parada, que las incontables reposiciones inútiles de las obras maestras de aquellos compositores.
Eso sí, se trata de un acontecimiento importante porque la nueva producción dirigida en lo escénico por (que al parecer tiene una gran afinidad con Britten) se verá también en Londres, París y Roma. Y desde que se levanta el telón, con ese bote solitario iluminado, el espectáculo es memorable (en otro sentido que aquel histórico de Willy Decker o el reciente de Richard Jones). La iluminación, el respeto de libreto y partitura, el trabajo y la coreografía con protagonistas, secundarios y coro son memorables. Uno puede hacer alguna reserva tal vez al vestuario, pero sería en un par de casos o tres, y el conjunto es acertado.
El uso de la oscuridad y todo el arco cromático, la evidente acentuación del aislamiento y linchamiento del protagonista (figurado, que se traduce en público en la histérica escena que precede al final, pero que está latente desde el prólogo de la obra), pero también la soledad de la joven viuda que se empeña en salvar al insalvable, sólo para comprobar sus respectivas derrotas, ese Balstrode que es amigo, pero no deja de ser práctico y hacer concesiones al fascismo del Borough (ese pueblo neurótico, hipócrita, indiferente, soberbio desde sus representantes institucionales hasta individuos que van del fundamentalista religioso a la frustrada que vive del cotilleo y de la humillación de todo lo que se aparta de la norma, pero también se impone finalmente a un aparente inconformista burlón como Ned y a las ‘sobrinas’ de la ‘Tia’, que es la única que se aparta de la locura final, cuando ya Ellen y Balstrode han ido al encuentro de Peter -para aconsejarle, el amigo, que hunda su barco bien lejos...y aunque no lo dice que se hunda con él) están trazados con mano maestra y exploran hasta el fondo ‘the roots of sorrow’ (las raíces del dolor) de las que se habla en la ópera.
El coro, aparte del esfuerzo de cantar en excelente inglés, muy bueno vocalmente como sucede con un conjunto preparado por , se convierte en un actor colectivo de gran nivel aunque haya también actores y un bailarín memorable agregados. Y una palabra para ese pequeño gran actor, de currículum impresionante, que interpreta al aprendiz desdichado, John, con una fragilidad y naturalidad que dejan pasmado (Saúl Esgueva).
La dirección de
Como no me cansaré de repetir, aunque hay protagonistas, no hay partes secundarias (salvo por la cantidad de intervenciones) en esta obra. Varios repetían interpretaciones que ya les había visto en otras oportunidades y me descubro ante todos, pero la capacidad de metamorfosearse de (él mismo un Grimes sobresaliente en Milán) parece inagotable. que ha sido en el pasado una fantástica (y repulsiva) Mrs. Sedley aquí ha pasado al más entrañable personaje de Auntie (la ‘tita/madame de ínfima categoría’), dejando el que era suyo a la sobresaliente Aldridge.
De los demás, casi todos veteranos en sus partes, no se puede decir nada que no sea superlativo aunque merezcan destacarse el Swallow de y el reverendo de James Gilchrist. El joven , por su parte, hace un Ned fuera de serie, y las ‘sobrinas’ están muy bien cantadas y actuadas por Rocío Pérez y Natalia Labourdette.
repitió su ya visto y espléndido Balstrode, al que da solidez y calor humano. , a quien escuchaba por primera vez, cantó muy bien el tercer acto, que es el que más se adapta a su vocalidad en la que lo mejor son los agudos -aunque algo ásperos- y las notas filadas. En los dos primeros se le entendió poco y el centro y el grave no la pusieron en apuros, pero demostraron ser su talón de Aquiles.
pertenece a la tradición inglesa de Peter Pears (con voz más bella) y hace un Grimes alejado de los tenores spinto aunque su compromiso actoral, incluso con la parte ‘desagradable’ del rol de Peter, es descomunal y me hizo pensar en antecesores como Begley y Heppner, vocalmente muy diferentes.
El Real presentaba un aspecto que se me antojó muy superior a la mitad de su aforo (en mi palco de cinco éramos cinco y ninguno conocido del otro) y aplaudió con calor y bravos merecidos.
Es una casualidad, pero está bien que se dé esta ópera en estos momentos de Madrid. Tal vez convendría que la vieran quienes desean expulsar de la ciudad (y del país) a los que no son como ellos, y los exhortan a hacerlo de la peor de las maneras, sean candidatos de derechas o no. Britten, Slater y Crabbe les dicen claramente a qué parte infame (y mayoritaria) de la sociedad pertenecen, y cada vez que hacen gritar al coro ‘¡Peter Grimes!’ les dan una lección en la línea de la famosa sentencia latina ‘fabula de te narratur’ (que no traduzco).
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