Discos
El lament de la Terra
Juan Carlos Tellechea
El compositor Albert Guinovart es un optimista por excelencia. No cree que el Hombre, al decir de la etóloga inglesa Jane Goodall, termine por destruir consciente e incorregiblemente a su propio planeta. Todo lo contrario.
En su poema sinfónico El lament de la Terra eleva a los cielos, desde la cinematográfica obertura y hasta la alabanza final, una profesión de fe en este peculiar habitante de la Tierra que comenzó a cobrar conciencia de sí mismo hace siete millones de años.
En esta obra que presta su título al álbum de Sony Classical grabado por la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC), bajo la brillante dirección de Diego Martín-Etxebarría, cree que hay Hombres buenos y malos, que la Naturaleza pasará por un grave período de desertificación, pero que finalmente la Humanidad reaccionará a su decadencia y la historia terminará para bien. ¡¿Qué más nos queda que la fe?!
El lament de la terra, de más de 18 minutos de duración, suena resplandeciente y pleno de imágenes musicales.
Los metales abren, anunciando espectacularmente el Big Bang inicial. En un magnífico pianissimo la luz se abre paso triunfalmente entre las tinieblas; sobreviene después el caos, hasta que las aguas se separan de la tierra. A partir de un muy buen trabajo de las cuerdas todo evoluciona en un plan perfectamente concebido, antes de llegar al gran remanso del Paraíso perdido.
La marcha que sigue a continuación es esperanzadora. Sin embargo, el Hombre abusa de su antropocentrismo y la situación se torna más que dramática. La aridez, la falta de agua, la desertización del planeta se hace palpable para el oyente con los simbolismos de la composición. Suenan las campanas y estamos ante la Hora Cero de la Humanidad.
A fuerza de cuerdas y maderas, los ocho minutos finales son melosamente románticos. Guinovart se resiste a creer en un apocalipsis. Como por arte de magia el Hombre se redimirá y la paciente Naturaleza -que hasta ahora todo lo soporta, verbigracia la codicia desmedida y la enfermiza ambición de poder humanas- se salvará. El mensaje, no cabe duda, es el de pensar siempre de forma positiva y bien intencionada, a pesar de todas las contrariedades.
Así de hollywoodense arranca (Allegro) también el Concierto para piano número 3 Les mans del vent de Guinovart, con el propio compositor como solista. La ejecución es clara, precisa, agradable; impone al espectador durante los 14 minutos que siguen en este primer movimiento. La orquesta acompaña deferentemente al piano y pasa a un segundo plano cuando éste marca contundentemente las líneas a seguir.
Contrariamente a lo que uno pudiera pensar el Adagio es casi una continuación de la sección inicial. Si bien hay al comienzo, en el medio y al final pasajes ensimismados y reflexivos, el movimiento evoluciona con salero, elegancia, buen humor, algo de ironía, pero también mucha alegría de vivir. Guinovart parece haberlo compuesto alborozadamente y en un día soleado.
Sin soltar ese júbilo, el Allegro del cierre continúa con su finura y delicadeza, por momentos algo más juguetón y divertido, con vaporosas intervenciones de la percusión. Pero siempre marcando el rumbo con rotundidad.
Desde allí el paso hacia la suite El somni de Gaudí es solo mínimo. En este último surco de casi 21 minutos, Martín-Etxebarría con su inconfundible estilo apasionado de entregarse a la música, se esmera en plasmar celosamente esa huella que Guinovart quiere dejar sentada para la posteridad.
La pieza reúne una serie de diversas páginas que el compositor escribió para un musical en homenaje al genial arquitecto Antonio Gaudí. La aventura de entrar en el pensamiento del máximo representante del modernismo catalán es vibrante, llena de vitalidad, exquisita, rica en delicadezas tímbricas y con coloridas melodías de fascinante belleza. La preciosa obra de Guinovart suena de la mano de Martín-Etxebarría tan onírica e imaginativa como la del propio Gaudí. ¡Enhorabuena!
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