España - Madrid
Pirotecnia ilustrada
Germán García Tomás
Tras haber pasado por Oviedo y por diversos festivales
veraniegos de música como el de Granada, el de Música en Segura o el Pórtico do
Paraíso, el conjunto Forma Antiqva ha recalado en el modesto pero consolidado
Festival de Música de la localidad madrileña de Villaviciosa de Odón, certamen comandado
con empeño por quien es su director artístico, el pianista Mario
La agrupación liderada por el carismático Aarón Farándula castiza desde el clave, indagador incansable de la música patrimonial, nos ha traído su ya rodado espectáculo , proponiéndonos en esta ocasión un fascinante viaje por la música instrumental que se podía escuchar en las calles de la Villa y Corte a mediados del siglo XVIII.
Melodías de ámbito urbano dentro de ese hervidero musical que era la capital española, imbuida de la fascinación por lo italiano, ya fuera ópera o concerto, y cuya influencia todopoderosa impregnó el ámbito de lo que definimos como castizo. Porque los fandangos, uno de los más destacados distintivos de lo español en aquella época –que un no foráneo como elevó casi a categoría de género, con permiso del Padre Antonio Soler-, hacen acto de presencia gracias al deslumbrante alarde técnico de la formación barroca, en este caso reducida al formato de sexteto, con la presencia de dos violines y el nutrido bajo continuo integrado por guitarra barroca, tiorba, clave y contrabajo.
Tras abrir boca con el universo zarzuelístico de uno de los más ilustres compositores del Setecento español, José de Iphigenia en Tracia , y el inicio de su obertura de , Forma Antiqva nos adentra de seguido en un Fandango que no remite a Boccherini -aquí marginalmente representado-, sino que pertenece a uno de esos hallazgos que forman parte de este suculento menú de vaivenes rítmicos y mensurados pasajes cadenciales: el Fandango de Bernardo , que junto al de Nicolás son preciosas islas -en un archipiélago aún poco explorado- de auténtico cuño hispano entre la preponderante huella italiana del espectáculo.
Fuego, pirotecnia y pasión a raudales en ataques y articulaciones de deliciosa línea cantable, pulcras afinaciones y sonidos cálidos en discursos a dúo o en solitario sazonados de trepidantes accelerandi, un tour de force barroco sostenido por todo el continuo, perfecto engranaje siempre creativo y colorístico en las manos de los hermanos asturianos (Aarón, Pablo y Daniel Zapico) y del bajo de Jorge Muñoz. Por cierto que guitarra y tiorba se marcan un rítmico cara a cara en las movidas pero discretas, por susurradas, Cumbees de .
Todo un lujo y placer para los oídos escuchar tal despliegue y exhibición de recursos en una de las orquestas barrocas españolas que mejor entiende el valor de la creatividad y que aprovecha las sinergias a la hora de contar con excepcionales integrantes, pues algunos de ellos forman parte de otros grupos. Grandísimo trabajo sin esfuerzo aparente recompensado por un público que aplaudía entre los movimientos de esta singular estructuración de las piezas en jornadas, algo que Aarón Zapico supo disculpar dirigiéndose a él con su característica afabilidad, además de lucirse como recitador de unos versos barrocos que alertaban de los peligros del amor en la jugosa y extrovertida propina final.
Para concluir hay que destacar la labor que durante ya 14 años ha desarrollado este pequeño y discreto festival con la iniciativa e inquietud artística de Mario Prisuelos en la que es su localidad, patrocinado desde el primer momento por el seguro de salud Asisa, lo que le ha aportado estabilidad durante casi una década y media y que le ha hecho sobrevivir pese a la pandemia (el año pasado consiguió celebrar su edición número 13), con la loable pretensión de superarse anualmente en calidad y ambición artística. Pese a su vocación local, muchos otros municipios deberían tomar nota y seguir el ejemplo del de para evitar el peligro de extinción que atenaza a muchos certámenes de música, madrileños o no, en estos tiempos de crisis. No damos nombres, se dice el pecado pero no el pecador.
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