Italia
Antes de la censura
Anibal E. Cetrángolo
Un ballo in Maschera ha inaugurado el XXI
Festival Verdi de Parma que fue dedicado al recientemente desaparecido Graham
Vick. En esta ocasión fue el director musical del Festival,
Roberto el responsable de dirigir la ópera.
Como es tradición en el Festival, se preparó un
programa muy nutrido de eventos que en lo fundamental comprendían, además de
esta ópera, un concierto sinfónico-coral el 26 de septiembre, la Messa da Requiem de Verdi el 2 de
octubre y Simon Boccanegra en forma de concierto los días 9
a 16 de octubre.
Solamente quien haya visitado alguna vez Parma en los
días del Festival puede calibrar la presencia muy particular del compositor de
Busetto en las calles de la ciudad. Especialmente este año fue voluntad
manifiesta del teatro pretender ampliar los límites del festival e involucrar a
las comunidades más jóvenes y menos participantes en la ópera teatral. Para
ello ha promovido algunas iniciativas muy particulares de las cuales abajo doy
cuenta.
La edición presentada en Parma es, según explica el director Roberto
, "el resultado de una operación filológicamente supervisada, de la inserción del texto íntegro del primer libreto presentado por el compositor en Roma sobre la partitura de Baile de máscaras, en la edición crítica editada por Ilaria Narici. Volvemos así a la versión protagonizada por el soberano de Suecia, Gustavo III, antes de que la censura papal impusiera una serie de cambios que conciernen al libreto.La producción escénica
Sobre la génesis del trabajo de regie es necesario considerar que el Festival había contratado para esta empresa al grandísimo Graham de quien en Parma habíamos visto un Stiffelio absolutamente memorable. Vick, desgraciadamente, murió hace unos meses víctima de Covid. Fue un artista de coraje, inmensamente culto. Su proyecto parmesano fue heredado por Jacopo Spirei, quien fue capaz de una empresa delicadísima dando forma algo que era poco más que una idea y considerando que la forma de trabajar de Vick era la de construir el espectáculo durante los ensayos. De todas maneras, amalgamando aquel embrión genial y un trabajo profesional y minucioso elaborado sucesivamente, se ha llegado a un resultado excelente.
De
tal éxito mucho se debe a la cuidadosa labor en escenografía y vestuario de Richard
Hudson. Hudson mostró un mausoleo colocado
sobre la plataforma circular, móvil, y de esa manera se fue desplazando
constantemente. A esta estructura simplísima se agregó un delgado puente
sobre el plano de la escena, que fue el sitio que los conspiradores utilizaron
para observar y dialogar con los solistas que estaban debajo. Resultó esta una
escueta solución de gran impacto dramático. Fue inteligente el trabajo lumínico de Giuseppe Di
Iorio cuyas luces
asumieron papel protagónico y consiguieron, en la escena del baile, involucrar
al público en la sala con sus manchas de color lanzadas contra el interior del
teatro. A la eficacia de la propuesta escénica contribuyeron tanto los activísimos
y numerosos figurantes como los miembros del coro, solo aparentemente inmóviles, situados en el practicable. Este resultado positivo debe adjudicarse a Virginia
Spallarossa.
Hemos visto una ambientación lúgubre: todos los
personajes vestidos de negro, usando paraguas negros sobre un fondo uniforme
presidido por un enorme catafalco fúnebre con la estatua de un inmenso ángel
alado. El fondo semicircular, de color frio y claro, se veía interrumpido en
altura por una gran franja negra que luego mostró ser el practicable funcional
para hospedar al coro.
La constante presencia de la muerte era combinada, pero nunca sustituida, por otra fortísima en esta puesta que era la de los personajes de sexualidad ambigua que poblaron la escena, sobre todo en la escena del antro de la bruja Ulrica y, por supuesto en el baile final. Se trataba de figuras que parecían llegadas a Parma desde aquel famoso film de Rainer Werner Querelle de Brest, que fue presentado en 1982 con Brad Davis como protagonista. Aquel personaje que había interpretado Davis deambulaba en efecto en la caverna de Ulrica en medio de solistas y coro.
Fue como si Vick, entre transgresión y muerte -ahora la suya-,
se moviese otra vez entre sus actores, como lo había hecho en su puesta de Stiffelio de hace algunos años en el
teatro Farnese. El eminente artista apenas desaparecido era bien consciente de
sus elecciones dramáticas aunque audaces y estas nunca eran caprichosas. La
ambigüedad sexual presente en el escenario era alusiva de un dato histórico: la
homosexualidad del verdadero Gustavo III asesinado en 1792 precisamente antes
de participar de un baile de máscaras.
El teatro consideró interesante que la transgresión involucrase también a su público y fue promotor de una curiosa iniciativa. Se organizó antes de la inauguración de esta ópera un ensayo abierto al público que se denominó Queer Night y que -según las autoridades del Regio- era “una velada en el teatro en nombre de la libre expresión de sí mismo, dejando de lado prejuicios, estereotipos y convenciones” abordando la tan vigente temática de la identidad de género y allí se invitaba al público a acudir al teatro vistiendo aquella parte de sí mismo que generalmente permanece oculta.
Aquella velada de fiesta de máscaras,
la Queer Night, provocó la airada
reacción de un par de senadores de la derecha, la Liga, que presentaron una
pregunta al Parlamento Nacional, ofendidos, entre otras cosas, por el
afiche que invadió la ciudad y que mostraba a Verdi en ropas ambiguas. La
dirección del teatro respondió en un comunicado que "la noche queer quiere
rendir homenaje a la modernidad de Verdi, que siempre ha sido un hombre y un
artista precursor de la época, inconformista por excelencia, como lo demuestran
sus elecciones de vida y la fuerte censura sufrida a nivel artístico y
personal.”
La representación
La compañía de canto fue buena. El tenor Piero , quien cantó el rol de Gustavo III, resultó
muy competente, expresivo. Tiene un hermoso timbre y mostró sus memorables momentos
-‘Ma se m'è forza
perderti’- con emoción contagiosa.
Maria Teresa , a
quien no conocía, es una joven soprano calabresa que, desde su primera
aparición en esta ópera, en la escena del antro de Ulrica, de prestación discreta, mejoró muchísimo su labor llegando a lograr momentos de gran
intensidad expresiva. Es una artista de volumen notable, aunque su vibrato no siempre es agradable.
En cambio conocíamos
y muy bien al barítono Amartuvshin
La Ulrica de Anna Maria
El trabajo de Giuliana
Gianfaldoni, quien cantó Oscar, fue excelente. Entre los otros roles quiero
destacar la excelsa labor de Fabrizio Beggi y Carlo Cigni, quienes personificaron a
los conspiradores que en esta versión, y en la realidad histórica, se llamaron
Dehorn y Ribbing.
El coro estupendo. La orquesta muy bien dirigida con
pericia por Roberto Abbado con una lectura que me pareció exenta de situaciones
contrastantes y en esta sensación tal vez tenga que ver que hace pocos días
escuche un Rigoletto dirigido por Daniele
Callegari en la Fenice que hacía saltar de la butaca.
Esta representación significó una vuelta a las apreciables costumbres de antaño: fue la primera con su aforo totalmente habilitado después del cierre y el teatro se llenó.
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