Argentina
Un Nabucco deslumbrante desde lo visual
Gustavo Gabriel Otero

Considerada como la obra que
abrió el camino de Giuseppe Verdi a la gloria, ‘Nabucco’ (1842) llegó a la Argentina al Teatro de la Victoria el
23 de agosto de 1850, al antiguo teatro Colón en diciembre de 1858 y al actual
Colón en junio de 1914. Con todo llama la atención que haya subido muy poco en
el historial del teatro de la calle Libertad, así se cuentan las reposiciones
de 1956 y 1972, la versión de concierto de 1988 y la puesta de mayo de 1991.
Nabucco fue planeada originalmente para iniciar la Temporada 2020, pero
el cierre de teatros y actividades públicas determinó su cancelación. Durante
meses la escenografía quedó colocada en el escenario, ya que se había llegado a
los ensayos pre-generales, hasta que la tímida reapertura de 2021 envió el
decorado a la guarda mientras se iniciaban las gestiones para su
reprogramación.
Finalmente llegó al público con
casi el mismo elenco que su programación original de marzo de 2020 con una
visión escénica renovada y en algunos aspectos deslumbrante, un coro en
excelente forma, una versión orquestal sólida y solistas vocales de adecuado
nivel.
Stefano Poda, a cargo de todos los aspectos visuales (dirección escénica, escenografía, vestuario, coreografía e iluminación), ofreció un concepto integral en el cual en lugar de buscar aspectos histórico-referenciales en apoyo del libreto, decidió ofrecer un planteo abstracto, moderno, creativo, de imágenes de poderoso impacto. El mismo Poda lo explica en el programa de mano:
“Volver al escenario para representar Nabucco tiene hoy día un significado aún más fuerte: renacer y volver a la luz artísticamente, socialmente, humanamente. Todo esto tiene que desarrollarse en un espacio de un blanco puro y abstracto, un mundo de búsqueda hacia la liberación del dolor, de las prisiones, de la violencia: el lenguaje contemporáneo de la danza acompaña los personajes en un infierno de Dante, hacia un final de redención universal. En lugar de un maniqueísmo en blanco y negro, se eluden referencias contingentes confiando en la música que habla de todo sin nombrar nada. Nabucco muestra al espectador que la verdadera catarsis no es liberarse de las cadenas físicas, sino de las espirituales”.
Como queda explícito, la
ambientación escénica usó en todo momento el color blanco. La escenografía es
sencilla y monumental a la vez: enormes cubos con texturas semitransparentes a
los costados y en el fondo del escenario una pared con caños que sobresalen. El
piso también de inmaculado blanco. A esto se le adicionaron muy pocos elementos
que bajan de las alturas o ingresan desde los costados: la estructura de un
átomo, tules enmarcados en cubos, un friso levemente babilonio, pedazos de una
pared con inscripciones, una cinta de Moebius enorme, un cuerpo humano
fragmentado que en el final aparece completo, y un ala gigantesca que puede ser
la de un ángel o -quizás- la de la Victoria de Samotracia.
También en el vestuario
predomina el blanco, salvo en Abigaille que siempre está de negro, en Fenena que
está de negro hasta que se convierte al judaísmo, y en Nabucco también de negro
salvo en la escena final. Evidentemente esto es coherente en el planteo de
Stefano Poda pero trae algunos problemas de comprensión para el público que, a
pesar del sobretitulado, no conoce acabadamente la obra.
No hay que ser experto para
comprobar que esta ópera posee un libreto desparejo, una trama confusa, algunos
sucesos inverosímiles, escaso rigor histórico o bíblico y profundo estatismo.
Stefano Poda con su visión abstracta eludió la puesta tradicional o aggiornamiento, cambio de época o la de
inventar una dramaturgia a la manera del regietheater
alemán. Para buscar este otro camino los movimientos actorales, en una obra de
por sí estática como ya se expresara, no estuvieron en los solistas sino en la
masa coral y en los 40 figurantes-bailarines que con movimientos tributarios de
la danza contemporánea, con figuraciones cambiantes y con un ir y venir casi
constante dieron a la escena permanente movilidad, con la ayuda del disco
giratorio del escenario.
El planteamiento de la luz -siempre
blanca- a cargo también de Stefano Poda es simplemente magnífico. De resaltar
los climas que se crean en la pared del fondo solo con la luz que cambia
reflejándose en los caños que integran esa escenografía.
En una obra de gran demanda pero
a la vez de gran lucimiento para el coro, éste colectivo de artistas tuvo una
noche de triunfo. Fue el Coro Estable del teatro que dirige Miguel Martínez en
todo momento puntal de la noche. No solo por los movimientos coreografiados que
demandaron una entrega notable en cada uno de los miembros sino por la cohesión
musical y el excelente resultado final. Párrafo aparte para el esperado ‘Va pensiero’, cantado con todos los
coreutas acostados y que luego de la entrada de Zaccaría al concluir, se van
levantando uno a uno.
Decir en la Argentina Carlos
Vieu es saber de antemano que el repertorio verdiano está en buenas manos.
Nuevamente el maestro logró insuflar a cada momento de la partitura el matiz
exacto y lograr un rendimiento de primer orden por parte de la Orquesta
Estable. Particularmente destacables los planos sonoros de la obertura.
El planteo escénico con una
puesta totalmente abierta que no contiene las voces de los cantantes jugó
naturalmente en contra de un elenco que en principio resultó homogéneo,
solvente, de adecuado nivel, pero no de excelencia.
Como Nabucco, el rumano
Sebastian Catana mostró muy buenas condiciones vocales, adecuada proyección,
bello color y estilo verdiano.
El rol de Abigaille es sin dudas
uno de los roles más difíciles del repertorio lírico con exigencias vocales
mayúsculas y la necesidad de una gran resistencia vocal e imponente presencia
escénica. La soprano eslovena Rebeka Lokar logró superar los escollos de la
partitura por su alta profesionalidad y gran volumen. Alguna zona de su
registro muestra un persistente vibrato pero lo compensa con su entrega y
algunas sutilezas interpretativas y bellos pianísimos.
El bajo polaco Rafał Siwek como
Zaccaria impuso gran presencia vocal y solvencia escénica; a la par la
argentina Guadalupe Barrientos cono Fenena mostró un decir vehemente y muy buen
volumen.
Cumplieron adecuadamente con su
cometido tanto Darío Schmunck (Ismaele) como Mario de Salvo (Sumo Sacerdote).
Completaron con eficacia el elenco Mariana Carnovali (Anna) y Gabriel Renaud
(Abdallo), con el agregado de haber cantado ese mismo rol en 1991 lo que habla a
las claras de la longevidad vocal del tenor argentino.
En suma: con una versión visual de poderoso impacto y una musical de muy buena factura se disfrutó luego de más de 30 años de ausencia, del inmortal Nabucco verdiano.
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