El día había sido gris y lluvioso, pero poco a poco las nubes se iban disipando. Cuando bajé del tranvía se veían en el cielo retazos de azul y un sol titubeante intentaba manchar de luz las fachadas. Después de dos años en que la vida teatral ha sufrido anomalías e interrupciones sin precedentes, me preguntaba si el Festival de Ópera de Múnich podría volver a ser lo que había sido.
A la distancia se veía ya, como fuera habitual en tiempos mejores, al público esperando en la escalinata, ante la columnas que casi ocultan la fachada del teatro. Al acercarme, pude por fin percibir los detalles. Distinguí a algunas mujeres enfundadas en largos y orgullosos vestidos de fiesta, a unos cuantos hombres en smoking y a un conjunto mayor de seres humanos de aspecto menos soberbio, pero elegantemente ataviados. Súbitamente me sentí aliviado y…
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