Alemania
Una 'buena' Borgia
Jorge Binaghi

Una de las más admirables obras de Donizetti, sin duda
también por el libretista y el drama original, de una concisión casi verdiana
‘ante litteram’ volvió a la sala que, por obra y gracia de Edita Gruberova se
convirtió en la principal valedora en Alemania del repertorio belcantístico, en
particular de Donizetti y Bellini. Al parecer su tardío retiro y su trágica
muerte no han hecho caer en el olvido estos títulos y eso está más que muy
bien.
Tenía curiosidad por algunos elementos de este nuevo
reparto y ya sabía a qué me exponía con el espectáculo de Loy. El primer reparo
que me viene espontáneamente, cualquiera sea la valoración que pueda merecer en
conjunto, es que no se cambia de intérpretes sin adaptar a sus características
de todo tipo no sólo la dirección de actores sino los trajes. Después, y como
siempre con Loy, por una idea buena hay una serie de tonterías, repeticiones, o
simplemente la nada, y entonces nos conformamos con una obra atemporal y
moderna pese al texto, lo que no impide que el coro de asesinos del último acto
esté más o menos vestido -no de muy buena gana porque no son un dechado- de
época.
Hacer que el pobre Gennaro tenga que cantar buena parte
de su rol en el prólogo herido en una pierna y saltando como en el juego de la
rayuela mientras Lucrezia restaña la sangre con una camisa que luego el
muchacho se pone para la fiesta ni siquiera hace reír (suponiendo que el
objetivo -absurdo- sea ese). Presentar a la Negroni como una adolescente no sé
sabe si drogada o qué, arruina la buena idea de hacerla ver al público. Sobre
la protagonista nada diré porque allí todo se hacía en función de la diva de
Bratislava y, admitiendo que algunas cosas pudieran quedar bien -ni tantas ni
todas- la actual protagonista es muy distinta.
Pero Meade salió más que airosa de su encuentro con la
envenenadora arrepentida por amor filial y el aplauso enorme que se le escatimó
un tanto durante la representación se vio recompensado con creces por las
ovaciones una vez el telón había caído definitivamente. No sólo porque su canto
en el último cuadro fue soberbio (vocalmente el más completo y mejor que he
oído en vivo), sino que lo fue desde su entrada en el prólogo. Para los que
reloj en mano controlan si el ataque en pianísimo del concertante final del
prólogo es más o menos corto que el de la propia Gruberova, Caballé o
Sutherland (como vi hacer en el Liceu, y al parecer la ganadora por segundos
era la primera) tendré que decir que fue más corto, pero absolutamente limpio y
el tiempo necesario para la necesidad dramática, aunque tal vez no para el
lucimiento personal y el de los adoradores de turno. La capacidad para
agilidades y adornos, la igualdad del timbre, la naturalidad del grave y la
extensión del agudo, aparte de las ‘messe di voce’ hablan por sí solas.
El personaje del duque Alfonso es de los principales el
que tiene la actuación más corta y concentrada (y su aparición al principio del
acto final es absolutamente superflua y confusa). Asimismo aquí es el mejor
perfilado con una cuota enorme de ironía, cinismo, sarcasmo y frialdad que sólo
en algún momento explota en furor mucho tiempo reprimido. Si después se exagera
haciendo que tome actitudes más propias de mafiosos que de nobles como
maltratar al extremo a un obsecuente Rustighello, paciencia. En todo caso la
interpretación de Schrott encandiló al respetable (aunque no sé si Donizetti y
Romani tenían previsto que el público riera), se movió con total soltura y, en
lo que pudo, con elegancia, y cantó de modo brillante no sólo su aria de
entrada y cabaletta, sino todas las intervenciones (dúos, tercetos,
recitativos) con los otros dos protagonistas. La voz está en un gran momento,
no conoce problemas de extensión ni de control de la respiración, está
absolutamente firme, y personalmente creo que alguna vez alguna versión en
concierto ‘puro’ nos permitiría realmente descubrir no sólo a un artista
carismático sino a un magnífico cantante completo.
El único elemento que permanecía de ocasiones anteriores,
el Gennaro de Pavol Breslik tuvo un substituto de ultimísima hora en Castoro,
al parecer un excelente elemento que se aprendió los movimientos en un abrir y
cerrar de ojos; por lo que se refiere al canto se trata de un tenor lírico de
bello timbre y buena extensión. Que haya seguramente margen para mejorar no
implica que no lo haya resuelto bien o incluso muy bien (pareció algo
destemplado al principio del último acto).
El personaje de Orsini es siempre un problema toda vez que se trata de uno de esos roles ‘en travesti’ siguiendo las costumbres de la época y en el que el elemento homoerótico de la amistad está muy presente. Iervolino, llamada ella sí con tiempo a sustituir a la intérprete prevista, lo hizo bien teniendo en cuenta que no es una contralto, que lo mejor es el registro central (el agudo es corto, delgado y blanquecino y casi siempre metálico) y el grave, un tanto opaco aunque realmente existente, resultó abierto en más de una ocasión (para mi sorpresa resultó más interesante en el famoso brindis del acto final que en su solo de entrada en el prólogo ‘Nella fatal di Rimini’). En ese aspecto fue tal vez la más perjudicada por el volumen orquestal que muchas veces pidió Fogliani en una concertación que por lo demás resultó funcional y vivaz aunque no personal ni inspirada.
De esta orquesta y coro nunca hay nada que objetar, y así fue también esta vez. Los secundarios estuvieron correctos y si hay que destacar a alguno elegiría a los dos bajos, ambos servidores de Lucrecia, Bálint Szabó (Arnolfo) y Alexander Köpeczi (Gobetta, que se había hecho notar en el Viñas del 2020).
Teatro completo, público satisfecho y al final muy caluroso.
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