Artes visuales y exposiciones
1920er! Im Kaleidoskop der Moderne
Juan Carlos Tellechea
La década de 1920 se considera un periodo de agitación y experimentación en el modernismo occidental. La simultaneidad y la radicalidad de esta época le confieren una notable actualidad incluso en el siglo XXI. Esos aspectos constituyen el punto de partida de una espectacular muestra titulada Im Kaleidoskop der Moderne (En el caleidoscopio de la modernidad) que tiene lugar desde 1 de abril al 30 de julio próximo en el Centro de Arte y Exposiciones de la República Federal de Alemania (Bundekunsthalle) en Bonn.
Como en un caleidoscopio, la variedad de imágenes y voces diferentes se unen para formar constelaciones siempre nuevas que pretenden agudizar la mirada del espectador tanto por la singularidad de los acontecimientos como por las analogías con la actualidad. Casi ningún otro decenio fascina tanto como el de los '20, con sus numerosos desarrollos paralelos y su exuberante alegría por la experimentación.
Por un lado, la década que apenas parece tangible en una retrospectiva está marcada por una profunda ruptura; por otro, se ve atenazada por una inquebrantable creencia en el progreso y un auge sin precedentes de la innovación en todos los ámbitos de la sociedad (cultura, ciencia, economía y política).
La palabra NUEVO se convertiría en la palabra de moda omnipresente de la época. Aunque antes de 1900 ya se habían iniciado desarrollos que marcaron tendencias, solo fructificarían realmente décadas más tarde, desencadenados por la inmensa aceleración y las interdependencias internacionales. La exhibición retome el mito, pero también mira entre bastidores de la supuesta ''Edad de oro'', ilustrando los diversos fenómenos de un mundo en estado de embriaguez.
Ciudad de México
El arte y la cultura también afirman querer contribuir a dar forma a la "nueva realidad". Amplias redes de artistas despliegan su poder más allá de los centros artísticos tradicionales en torno a o después de 1900 - París, Viena, Múnich, Londres - irradiando hasta Estados Unidos, América Latina y Asia. La rápida internacionalización del mundo del arte amplía la geografía de las redes establecidas para incluir otras metrópolis artísticas como Berlín, Moscú, Roma, Praga, Nueva York y Ciudad de México.
Las convulsiones sociales, las divergencias políticas, la comunicación de masas y la movilidad contribuyen a la formación de vanguardias urbanas y multiculturales cuyos miembros se definen a sí mismos más allá de las fronteras generacionales mediante una orientación programática y una práctica artística multimedia. Es una época de contrastes y conflictos en la que coexisten diferentes posturas artísticas.
La exposición interdisciplinar pretende examinar este cuadro caleidoscópico de los años veinte desde una perspectiva contemporánea. Tres grandes complejos temáticos determinan y estructuran la narrativa de la exposición: el fenómeno de la gran ciudad como biotopo e imagen distorsionadora de la modernidad; el discurso sobre los nuevos modelos de conducta de mujeres y hombres; y la construcción y percepción de los nuevos mundos de la vida.
Globalización
El objetivo no es solo utilizar el tópico de los años locos y salvajes, sino también revelar los procesos de circulación estética entre los movimientos artísticos individuales y los centros de arte más allá de los patrones de pensamiento comunes (sancionados geocultural-políticamente) de centro y periferia. La atención se centra en los fenómenos formativos de esta época -globalización, velocidad, deseo de experimentar, cuestionamiento de los roles de género, mundos de vida urbanos, diversidad de conceptos artísticos, cambio de hábitos visuales, mecanización, comunicación de masas- y ofrece una visión diferenciada del caleidoscopio de la modernidad. Al mismo tiempo, los posibles paralelismos con la evolución de las primeras décadas del siglo XXI están conscientemente en la muestra.
A la entrada del recinto, un Bugatti (Type 35 Grand Prix) de carreras concita todas las miradas. La historiadora del arte Dra Agnieszka Lulinska, comisaria de la exhibición, tuvo suerte en su búsqueda:
Di con relativa rapidez con un coleccionista privado que estaba dispuesto a prestar el coche. Y me dijo que lo bonito del Bugatti era que podías correr con él, pero también ir hasta la esquina a comprar el pan.
El precioso Bugatti, con un valor estimado de casi un millón de euros, es representativo del glamur de la época. Sin embargo, los organizadores de la exhibición de Bonn no quieren pintar una imagen unilateral de los años veinte, como cuenta Lulinska:
Queremos alejarnos de las ideas tan extendidas de los dorados, locos y salvajes años 20 hacia una visión diferenciada, como en un caleidoscopio, en la que nuevas composiciones se van uniendo a través de los movimientos y nos permiten mirar el asunto de una forma más diferenciada.
Tres temas clave
El Bundeskunsthalle intenta explorar tres temas importantes de la época: En primer lugar, el fenómeno de la gran ciudad. En aquella época, la pobreza estaba especialmente extendida en el campo. En la ciudad sigue habiendo trabajo, la vida nocturna se desarrolla en clubes y bares, el jazz determina el ritmo de aquel tiempo.
Un cuadro de dos mujeres Las Tiller Girls, del artista Karl Hofer aborda el segundo conjunto de temas: el entorno vital de las personas en los años veinte. La movilidad aumenta, el automóvil cobra importancia, enormes dirigibles flotan en el cielo. El boxeo se convierte en un fenómeno de masas, comienza la carrera del que más tarde sería campeón mundial de los pesos pesados, Max Schmeling.
Como tercer complejo temático importante, la exposición ilumina el papel de la mujer. En los años veinte, las mujeres consiguen emanciparse poco a poco y en 1919 obtienen por primera vez el derecho al voto en Alemania.
Multimedia
Estos temas no solo se documentan en fotografías y pinturas de artistas como George Grosz, Käthe Kollwitz, Oskar Schlemmer, Max Liebermann, Willi Baumeister y Fernand Léger; el periodo de los años veinte también cobra vida a través de la moda y el mobiliario. También se pueden ver extractos de documentales y largometrajes de la época. Los años veinte han servido durante mucho tiempo como espejo del presente, por lo que la muestra documenta ahora paralelismos que hasta ahora no se habían tenido tanto en cuenta.
El Centro de Arte y Exposiciones de Alemania añade aquí nuevas facetas a la visión de los años veinte. Tal vez los mayores cambios que trajo esa década fueron en beneficio de las mujeres, añade la comisaria:
Es realmente la década de la mujer. La mujer fuma, la mujer conduce un coche, la mujer boxea.
La "chica trabajadora" se convirtió en la destinataria de los anuncios de coches y cigarrillos y provocó al mundo masculino con su chic andrógino. El corte de pelo corto inventado en París, à la garçonne, conocido en Alemania como Bubikopf, supuso toda una revolución.
Entre las obras expuestas figuran un autorretrato de Edvard Munch, imágenes captadas por la fotógrafa lesbiana Claude Cahun y el cuadro Fútbol del pintor ruso Alexandr Deineka.
Mimada por la fama
Pocas veces en la historia intelectual y cultural una sola década ha sido tan mimada por la fama póstuma como los años veinte. Este periodo relativamente corto, como época central, no solo ha sido objeto de varios análisis globales polifacéticos; entretanto, casi cada año puede presumir con orgullo de su propia "biografía". Se trata de las estrellas fugaces de una supuesta ''Edad de oro'', cuyo mito se alimenta sobre todo de las esperanzas de un futuro mejor que adoptaron distintas formas alrededor del planeta.
Nunca antes se había tenido la sensación de que el globo se había reducido a un tamaño manejable debido a los efectos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la pandemia de la denominada gripe española y gracias al progreso tecnológico. El hambre de novedades de las jóvenes generaciones y la asombrosa abundancia de talento de esta época liberaron un enorme potencial creativo.
La velocidad, la mecanización, las redes globales, los nuevos modelos de mujeres y hombres, las utopías urbanas marcaron el ritmo de la década, aunque su otra cara estuviera marcada por la fragmentación y la impotencia. En su búsqueda de orientación, la gente se sentía desgarrada entre patrones de pensamiento familiares y desafíos modernos. La densidad de todos estos fenómenos hace que este periodo parezca un escaparate de varias épocas.
Otro mundo
La simultaneidad y radicalidad de estos acontecimientos les confieren una notable relevancia incluso 100 años después e inspiraron para crear esta exposición. Los organizadores se resisten a la tentación de centrarse en los locos y salvajes "dorados años veinte", que determinaron la imagen (deseada) de este periodo y el centro de atención de numerosas exposiciones mucho antes del furibundo éxito de la serie de televisión Babylon Berlin.
Desde el principio, la atención se centró en un mundo en pleno despertar colectivo, un mundo que había perdido un sistema uniforme de coordenadas y tenía que reinventarse. Los años veinte dejaron atrás la vieja ilusión de una percepción uniforme del mundo y de la vida. Un vistazo al mapa de Europa antes y después de la Primera Guerra Mundial revela este cambio de paradigma: en 1914, además de los países territoriales de Francia, España y Gran Bretaña, el espacio político y geográfico estaba dominado por los imperios de Austria-Hungría, Rusia y Alemania.
Cuatro años después, tras el final de la guerra y la desintegración de las grandes potencias multiculturales, Europa era irreconocible. Un colorido mosaico de Estados nacionales de nueva creación cubría el continente de norte a sur y de este a oeste. Las nuevas fundaciones vinieron acompañadas no solo de un énfasis en las identidades nacionales individuales, sino también de la necesidad de nuevas formas de representación política y cultural.
Fronteras
Paradójicamente, y a pesar del avance de la globalización, la fragmentación del mundo (visión) se trasladó a todos los ámbitos de la vida y las actividades de las personas. La estructura narrativa de esta exposición se creó a partir de esta premisa. Se centra en tres parámetros elementales que siguen siendo válidos más allá de todas las fronteras nacionales, artes y horizontes temporales: Metrópolis, imágenes humanas y mundos vitales. Son fenómenos universales que los visitantes pueden captar intuitivamente y les ofrecen una base para reflexionar sobre su propio tiempo.
A modo de caleidoscopio, los focos temáticos dispuestos en abanico en el recorrido abierto de la exposición se combinan para formar constelaciones siempre nuevas, que en su riqueza de facetas y sus ejemplares profundizaciones dan como resultado una imagen de la época con múltiples capas. Una década, por deslumbrante que sea, es solo un fragmento de un contexto más amplio que no puede desligarse de la continuidad histórica.
La interminable abundancia de innovaciones que dio a los años veinte su aliento no se debió únicamente al espíritu de optimismo que reinaba en la época. Numerosos avances en el arte, la ciencia y la tecnología ya habían cobrado velocidad antes de 1900 y solo ahora, gracias a una inmensa aceleración y a los vínculos internacionales, podían alcanzar un punto culminante, es más, hacerse del todo visibles.
Las actividades de las vanguardias artísticas internacionales reflejaban esta evolución. Sin embargo, la omnipresente devastación de la Primera Guerra Mundial, la revolución rusa de octubre y la sangría provocada por la gripe española representaron una cesura trascendental. Nuevos protagonistas entraron en escena, los héroes de antaño quedaron marginados.
Uno de los trágicos perdedores de la historia fue la escandalosa estrella fugaz del modernismo austriaco, Egon Schiele, que sucumbió a la gripe española el 31 de octubre de 1918, con solo 28 años. Su último cuadro, La familia, ilustra su enfoque de la renegociación de los temas tradicionales, y es al mismo tiempo un testimonio conmovedor de su tragedia personal y mundial. Schiele proyectó sobre el lienzo el idilio familiar que anhelaba y que, sin embargo, nunca llegó a vivir: su esposa Edith, embarazada, murió de gripe tres días antes que él, llevándo consigo el feto a la muerte.
Edvard , uno de los pioneros más influyentes del arte moderno antes de la guerra, tuvo más suerte. Sobrevivió a la insidiosa enfermedad. El autorretrato de 1919 lo muestra marcado por la gripe, un hombre de unos cincuenta años, prematuramente envejecido, cuya energía vital creativa parece haberse extinguido. De hecho, se había ido retirando cada vez más del mundo artístico activo desde los años veinte, para ser celebrado por los nacionalsocialistas alemanes después de 1933, primero como un gran "artista nórdico" y finalmente difamado como "degenerado". Ambas figuras clave del modernismo de preguerra, a las que los movimientos expresionistas deben impulsos decisivos, se convirtieron inesperadamente en representantes de un "mundo de ayer", al que Arnold Zweig erigió un ambivalente monumento en su libro homónimo.
Metrópolis
A partir de la desintegración del viejo orden, los jóvenes se tomaron el derecho de formar sus propias nuevas normas de valor. Para ellos, esta división en el tiempo no marcaba un final, sino un principio. Dirigieron sus agudas miradas hacia temas de actualidad y vibrantes lugares de acción. Aunque la mayoría de la población europea vivía en el campo en condiciones que a veces parecían arcaicas, fue la creciente urbanización, con todos sus efectos positivos y negativos, la que dejó su impronta en los años veinte. Las metrópolis ofrecieron a los artistas una fuente inagotable de inspiración, así como un medio de comunicación y un escenario público para su arte. En las representaciones urbanas de artistas y fotógrafos contemporáneos, el entorno urbano aparece como un biotopo, un campo de experimentación y, al mismo tiempo, como una imagen distorsionada de la modernidad.
La arquitectura moderna cambió la faz de las ciudades y desarrolló un nuevo vocabulario cuyos orígenes se encuentran tanto en la tecnología moderna como en las concepciones estéticas de las jóvenes vanguardias urbanas. Sus utópicos diseños urbanos eran la expresión de una visión artística del futuro, alimentada por los postulados de una nueva sociedad. El hecho de que la historia siguiera un curso diferente revela la brecha existente entre las aspiraciones utópicas de un nuevo mundo mejor y la brutal realidad política en Europa.
Las metrópolis culturales tradicionales de París, Múnich, Viena y San Petersburgo no habían perdido nada de su carisma, aunque tenían competencia en forma de centros artísticos jóvenes y prometedores como Praga, Berlín, Vitebsk, Londres, Shangai y Ciudad de México. Lejos de toda competencia, Nueva York se convirtió en la primera megaciudad global multiétnica en la década de 1920.
En el curso de la Gran Migración de la población afroamericana a las ciudades del Norte, el barrio neoyorquino de Harlem se convirtió en la mayor comunidad negra del mundo y en el punto de partida del movimiento emancipador del Renacimiento de Harlem. Aquí reinaba el jazz, y desde allí artistas excepcionales como Josephine Baker, Duke Ellington y Louis Armstrong conquistaron los escenarios de Europa. La música de jazz afroamericana se convirtió en un éxito de exportación que dio por primera vez ventaja a Estados Unidos en la lanzadera cultural transatlántica.
Imágenes del Hombre
Las sociedades de los dorados años veinte estaban profundamente divididas. El cambio de las condiciones moldeó a las personas y, por tanto, también la nueva imagen del Hombre, que trajo a la pintura un renacimiento del retrato. Los artistas comprometidos políticamente dirigieron su atención a los marginados, que, más allá de los rutilantes mundos urbanos mostraban la triste realidad de los patios traseros y la monotonía del trabajo en las fábricas.
La industrialización contribuyó a una nueva comprensión del cuerpo e interpretó el organismo a través de metáforas tecnológicas. Pero los polos más importantes del nuevo sistema social reflejado en el arte fueron ELLA y ÉL. La sensación de los años veinte se llamó "Nueva Mujer", y es indiscutiblemente su década.
La introducción del sufragio femenino (Finlandia dio el pistoletazo de salida en Europa en 1907, seguida de Lichtenstein en 1984 como último país europeo), la independencia económica y la emancipación social sentaron las bases de una nueva confianza en sí misma y de nuevas formas pictóricas de representación de la mujer.
La Nueva Mujer fue el objetivo principal de la publicidad de automóviles y cigarrillos, las industrias de la moda y los cosméticos descubrieron a las trabajadoras ávidas de vida como consumidoras insaciables, y la industria del entretenimiento se benefició del deseo femenino de libertad y aventura.
La Nueva Mujer encontró en la moda un aliado influyente en el arduo proceso de autoafirmación. Su esbelta silueta, acorazada por la danza y el deporte, se convirtió en su seña de identidad, al igual que la falda corta y el peinado marimacho à la garçonne. Contribuyó al triunfo transcontinental del vestidito negro de Chanel e irritó a su entorno masculino con su chic andrógino. Junto a los modistos profesionales, fueron los artistas quienes pusieron la síntesis de arte y vida al servicio de la emancipación con sus creaciones. Más que en ninguna otra época, los años veinte cultivaron una lujuriosa determinación de cuestionar los órdenes establecidos y romper los tabúes, especialmente cuando se referían a la sexualidad y a la moral sexual.
La gente desarrolló una actitud más libre hacia la sexualidad y el amor entre personas del mismo sexo. En Berlín, que contaba con el ambiente gay más permisivo de Europa, se creó el primer Instituto de Ciencias Sexuales del mundo como punto de contacto para personas de todos los sexos que buscaban ayuda. La nueva visibilidad de las diversas identidades sexuales también se reflejó en el arte.
Mundos vitales
A menudo se describe la década de 1920 como la vanguardia de la segunda revolución industrial, que comenzó con toda su fuerza tras la Segunda Guerra Mundial y aún hoy determina nuestra vida cotidiana. El ambivalente culto a la tecnología de esta época había revelado su lado oscuro en la mortífera maquinaria bélica entre 1914 y 1918, que el arte y la literatura registraron sin descanso.
La progresiva mecanización de las condiciones de vida y de producción se manifestó en el sueño ambivalente de una prometedora fusión del Hombre y la máquina. Al mismo tiempo, la Bauhaus y diseñadores activos internacionalmente desarrollaron una nueva estética industrial de la cultura viva y los objetos cotidianos que hoy son de culto.
La gente de los años veinte parecía obsesionada con su cuerpo. La conciencia de tener que funcionar como parte de una sociedad de masas anónima despertó el deseo de optimización corporal individual, que debía lograrse mediante la cirugía estética y las actividades deportivas. El deporte se convirtió en un fenómeno de masas, los atletas triunfadores eran venerados como estrellas, los éxitos espectaculares se celebraban frenéticamente.
Efervescencia
El arte reaccionó a ello con una amplia gama de representaciones que oscilaban entre los cuerpos humanos ideales y la estética tecnoide de los autómatas. A ello se unió la búsqueda obsesiva de récords en todas las disciplinas. El automóvil y la aviación se convirtieron en símbolos de una época en plena efervescencia de la velocidad.
Este mundo en ebullición va acompañado de una avalancha desenfrenada de imágenes. La cámara de 35 mm, el fotoperiodismo, su uso en publicidad y en diversos medios de comunicación son las razones de la omnipresencia de la fotografía en la esfera pública. Al mismo tiempo, se le asignó un papel clave en el programa educativo de vanguardia de la "Nueva Visión".
La radio y el cine pasaron de ser un milagro técnico a convertirse en medios de comunicación de masas extremadamente influyentes y firmemente anclados en la vida cotidiana de la gente. La exposición Im Kaleidoskop der Moderne retoma estos fenómenos vinculando aún más sus ejes temáticos a la época en la que se crearon gracias a la presencia constante de la fotografía y el cine.
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