España - Cataluña
No han mejorado a Busenello
Jorge Binaghi
El Liceu ofrecía su última ópera escenificada siempre dentro del género barroco (estaría bien alternar algo más las épocas). Aunque la excepcional obra de Monteverdi se había ofrecido por primera vez en 2009 en una excelente producción de David Alden y una buena distribución, y luego sólo se ofreció en 2017 en concierto, se ha creído oportuno traer una nueva de Zúrich. Esta vez, visto que su conocida obsesión por sangre y sexo se justifica, Bieito ha hecho un buen espectáculo (no mejor que el de Alden, sino bueno en general) con proyección de videos en el fondo del escenario y a los lados en paneles de diverso tamaño que ofrecían fotos y videos más bien idénticos.
La orquesta estaba -a la altura del escenario, por supuesto- rodeada por un inmenso círculo azul por el que se desplazaban los cantantes (entrando desde el fondo, con el conocido problema para la proyección de la voz, y sobre todo estas del barroco, en una sala como la del Liceu). En el resto del escenario había gradas para el público que las llenaba, aunque no fuera el mismo caso en la sala ‘tradicional’.
Empezamos con un cunnilingus entre Nerón y Popea,
seguimos con magreos varios, una sesión -rápida- de sexo anal en el rencuentro
entre Otón y Drusila, y una escena homosexual entre Nerón y Lucano (al que el
emperador mata con un revólver al final del dúo acaso preocupado por haberse
dejado ir tanto). Los dioses estaban en calzoncillos o braguitas que se iban
sacando pero sin llegar nunca a la última, y el pobre Otón y el pobre Séneca
tenían que estar tendidos largo rato cuando se suponía que no estaban presentes
(en el caso del filósofo parece que sí porque los dos amantes lo someten a
tortura -pero no es lo que yo me sabía de mis estudios de historia y del
libreto aunque éste fue arreglado por el propio Bieito y un señor llamado
Bernardo Ticci para los fines de la producción- pero básicamente se
introdujeron cortes. No creo de todos modos que hayan mejorado a Busenello).
La parte musical fue muy interesante por la actuación de
la orquesta y su director aunque no entiendo el ‘aura’ que ha hecho que algunos
al final del espectáculo corearan su nombre y apellido ‘Jordi Savall’. Es un
excelente director, pero no el único y no me parece tampoco el mejor, pero
sobre esto puede haber discusión.
Yo he visto bastantes cambios en la distribución de
algunos roles, en especial los de Nerón, Otón y Arnalta. Personalmente prefiero
para el primero tenor o mezzo, para el segundo barítono, para la tercera
contralto, pero sé muy bien que en nuestra época altamente especializada y
respetuosa (de la música, no de la acción o el texto: los que se hacen lenguas
de la filología textual deberían ser coherentes y pedir lo mismo en la parte
escénica) me encontraré con una superabundancia de cantantes masculinos de
voces agudas o agudísima. Para esos personajes tuvimos dos contratenores y un
tenor.
No tengo nada contra los contratenores si son de buena
voz y sobre todo cantan bien. El mejor de todos fue el de actuación más breve,
Jake Arditti (Amor -primera vez que veía un contratenor en esta parte, pero
menos mal que ha sido sólo uno de los dioses y no los tres- y otro papel
menor). Sabata lo hizo bien con una voz que no es de ensueño, pero cantó con
propiedad, actuó con intensidad (excesiva, pero así se lo marcaban) y se
entendió cada palabra. El protagonista repitió su para mí consternante labor en
París en los Champs-Elysées hace un par de meses -no se publicó aquí la
crítica-: es cierto que tiene buena figura y es un magnífico actor, pero la
emisión es ‘peculiar’, con esos agudos penosos que los buenos o grandes
contratenores evitan con su extensión fenomenal y su correcta emisión (mi buen
amigo Blanco Bazán no podrá decir que suspiro por el pasado, espero, ya que en
mi pasado sólo está Deller: pienso en muy actuales como Fagioli, Dumaux, Mehta,
Pé, Mineccia, y me dejo alguno por el camino, para no recordar el pasado
recentísimo, o sea Scholl, Daniels y si me apuran hasta Zazzo. Y no es que hoy
se canta así y no asá. Se canta o no se canta bien; después, la belleza y el
volumen de la voz son otra cosa).
Las mejores fueron las dos emperatrices con un ligero
predominio para la Octavia de Kozená que ha vuelto a ser la gran intérprete del
barroco que era cuando la conocí en Drottningholm en Paride ed Elena y que luego olvidó un tanto por discutibles
elecciones. Cuando era lo correcto y adecuado, el pasado vuelve y se impone.
Fantástica intérprete tanto de voz como acción.
Fuchs fue una magnífica Popea, cínica y oportunista como
debe ser, bella, de buena voz y actuación soberbia (casi una ‘Lulú’ barroca,
aunque creo que el personaje moderno es más simpático que este).
Muy bien Labourdette en el paje (claro, con tanto hombre
haciendo de mujer había que tener alguna compensación), y muy correctas las
otras diosas y a veces algún personaje episódico, Rita Morais (Fortuna) e Irene
Mas (Virtù), de paso la polémica no pareció tal sino más bien tres amiguitos
que tenían que pasarse las tres horas en escena divirtiéndose como mejor
pudieran.
Excelente Di Pierro como Séneca, excesivamente joven pese al maquillaje, pero con muy buena voz, dicción e intención (oír un bajo que sea tal, o una mezzo como Kozená, resultaba un bálsamo entre tanta voz aguda o agudísima). Milhofer es un muy buen tenor y artista para Arnalta y en todo estuvo estupendo (en particular en su última escena). Lamentablemente la voz no es bella y resulta seca e ingrata para un fragmento como ‘Oblivion soave’. Lástima que Marcel Beekman (la nodriza sin nombre de Octavia) tuvo poco que cantar, porque lo hizo como suele, de forma soberana, y luego se limitó a seguir los acontecimientos con disfraz como un personaje mudo que no supe a qué venía. En otros papeles lo hicieron bien Guillem Batllori, Milan Perisic, y Thobela Ntshanyana.
Ahora,
tanto si suena a pedante (si se lo dicen a Séneca en esta ópera, ¿por qué no a
mí?) ‘laudator temporis acti’ (Horacio, Ars
Poetica o Epistula ad Pisones, v.
173), propongo a quien haya llegado hasta aquí la siguiente experiencia. Tome
una de las versiones de referencia actuales o actualísimas. Escuche luego (creo
incluso que hay un video, pero yo tuve por casualidad la oportunidad de verlo
con mis entonces ojos treintañeros) la versión ‘sacrílega’ de la Opéra de París
(Garnier) de 1978 dirigida por Julius Rudel (horror) con (horror tras horror)
Gwyneth Jones, Jon Vickers, Nicolai Ghiaurov, Christa Ludwig, Richard Stilwell,
Valerie Masterson, Jocelyn Taillon y Michel Sénéchal, y díganme cuál impresiona
más. Yo la recuerdo como si fuese, a lo sumo, anteayer. De otras posteriores
conservo apenas algún recuerdo.
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