Reino Unido
¡Alemanes a los Alpes!
Agustín Blanco Bazán
¿Es la Orquesta Estatal de Baviera la más antigua de Alemania? No sé, pero lo cierto es que este septiembre decidieron festejar sus quinientos años de existencia a partir de un importante dato de archivo: los primeros contratos para instrumentistas con salario estable en la Orquesta de la Corte están fechados en 1523. Y tratándose de alemanes, este dato de burocracia legal equivale a una verdadera partida de nacimiento.
Supongamos, pues, que los salarios han seguido pagándose
puntualmente desde aquel año, aún a través de las guerras y crisis
inflacionarias ocurridas en la última mitad de milenio. ¿Qué mejor, entonces,
que comenzar los festejos con una gira que en Londres incluyó la súper bávara Sinfonía Alpina?
En mi caso este concierto en la de Londres me sirvió para compararlos en la misma obra con lo que había escuchado la semana anterior en la de Viena. Allí la Orquesta Estatal de Dresde decidió celebrar una onomástica más joven pero no demasiado: 475 años.
Es así que muchos años después de haber escuchado a con esta
obra, tuve la suerte de ver, en una semana, a Vladimir y sus bávaros,
y Christian y sus sajones escalando la montaña straussiana.
Es importante empezar advirtiendo que el alpinismo de Jurowski tropezó con las condiciones atmosféricas adversas de la acústica agobiantemente seca del Barbican, mientras a los sajones de Thielemann nunca les faltó el oxígeno lubricado de la incomparable sala vienesa.
Ambos, Thielemann y Jurowski, exhibieron interpretaciones similares en lo más importante, porque controlaron la grandilocuencia bombástica en la que caen muchos de sus colegas con una expresividad tersa y contundente.
La
noche y El amanecer fueron
maravillosos en la exploración cromática hacia ese clímax que describe la gloria de esa cumbre despertándose a un sol
que los alpinistas comenzarán admirando desde abajo antes de empezar el ascenso. Aquí el viejo Karajan
parecía tener más fuerza y excitación que los más jóvenes Thielemann y Jurowski,
quienes decidieron comenzar con más cuidado que entusiasmo.
Jurowski tuvo que preocuparse
para que sus chelos no perdieran el aliento en medio de la aridez acústica del
Barbican y Thielemann fue algo más enfático, pero también un poquitín pesado en
la misma sección. De allí en adelante se precipitó con el incomparable sonido
straussiano de su orquesta en gloriosos detalles paisajísticos en su Exploración del bosque y en Junto a la cascada. Pero Jurowski fue más
premonitorio en una Entrada al bosque que
logró preanunciar la incertidumbre propia de estas aventuras alpinas. Y, en
general, el ruso pareció preocuparse más por un desarrollo de mayor sugestión y
misterio que el del inspirado melos
del alemán.
Es así que los Momentos de peligro fueron más de miedo
verdadero en Jurowski que en Thielemann. En la Visión desde la cumbre, estos
dos grandes directores lograron ambos todo lo que Strauss pide en materia de trascendencia
contemplativa y un pulso vital de soberana asertividad y transparencia.
Recuperados de tormentas
que sortearon con similar bravura, las dos orquestas se entregaron a un Ausklang donde compitieron con
conmovedora sensibilidad a través de esas maravillosas frases largas que
propulsaron con tranquila pero diferenciada expresividad: sforzandi, subito
pianos, rallentandi salieron con meditada expansión hasta esa llamada de
piccolo y trompa que anticipa de la conclusión de esta obra formidable, imperecedera
en su vitalidad y frescura cuando la interpretan orquestas y directores como estos.
En la primera parte del
concierto del Barbican
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