Alemania
Sangre y culpa por doquier
Juan Carlos Tellechea
Michael Thalheimer traduce el "Bühnenweihfestspiel" (festival escénico sacro) Parsifal de Richard Wagner en una lectura sobria, pero radicalmente abstraída, a través de esta nueva producción estrenada entre estruendosas ovaciones del público, espontáneamente en pie en la Ópera de Düsseldorf.
La sobresaliente actuación de los cantantes, el coro y la orquesta Düsseldorfer Symphoniker, dirigida por el celebrado maestro Axel Kober, fue merecidamente aclamada esta tarde. La puesta en escena elige sabiamente el camino de la sencillez.
Ello era de esperar. Aquel lejano tipo de ópera que hacía soñar, que se centraba en la belleza, que también levantaba al público de sus asientos con su poesía, sus caros decorados, su opulento vestuario, es cosa del pasado.
Cuatro grandes virtudes posee esta puesta: austeridad, sinceridad, honestidad y lealtad hacia el compositor. La crisis de la ópera no puede ser más visible en estos tiempos.
Henrik Ahr) y, en consecuencia, sin todas las solemnes zancadas y celebraciones consagratorias para desarrollar sin cortapisas esta obra monumental. se las apaña casi sin escenografías cultistas (
La régie no se ocupa de la religión del arte, sino de la visión interior de una sociedad cerrada, en este caso la de los Caballeros del Grial, que ya no puede resolver sus problemas por sí misma.
Para ellos, la salvación solo puede venir de fuera, porque en este círculo de élite todos son culpables de una u otra forma desde hace mucho tiempo, no solo el rey del Grial, Amfortas (excelente, Michael Nagy).
Thalheimer lo simboliza a través de la omnipresencia de la sangre, que empapa los inmaculados trajes blancos (vestuario Michaela Barth) y pronto toda la escenografía. Probablemente no por casualidad, esto recuerda en cierto modo al Orgien-Mysterien-Theater del artista Hermann Nitsch, uno de los precursores del accionismo vienés, fallecido el año pasado en Austria.
Parsifal (brillante, Daniel Frank), quien irrumpe literalmente desde el exterior en este mundo pecaminoso y del que todos esperan ahora la redención, se ha convertido él mismo en una figura ambivalente. En efecto, como nos ha enseñado la historia, hoy apenas creemos en simples gestas heroicas y en la redención a través de unos visionarios o profetas "locos de remate".
Para la enigmática fórmula de cierre de la obra ("Redención al Redentor"), Thalheimer muestra en consecuencia a Parsifal no como un vengador de Cristo, sino en la máscara completamente ambigua de un payaso, cuya mueca vuelve a estar maquillada de sangre.
Puede que la alusión al conocido personaje cinematográfico de Joker sea ya demasiado habitual en las puestas en escena operísticas, pero Thalheimer logra el punto crucial con su lenguaje punzante de colores y signos. En lugar de dejarse adormecer por la música narcotizantemente bella de la última obra de Wagner, que combina simbolismo cristiano, inspiración budista y motivos artúricos, uno piensa más intensamente, por primera vez en mucho tiempo, en los personajes y en los complejos temas centrales de la obra; en los fluidos límites del bien y del mal; en conceptos tan resplandecientes como pureza, pecado y culpa.
Trama densa y universal
Además, la intensidad escénica de la producción va acompañada de una interpretación musical igualmente intensa. Wagner tenía 68 años cuando se estrenó Parsifal en 1882. Aquejado de una enfermedad cardíaca -moriría al año siguiente- el compositor de la Tetralogía infundió a esta obra todas las reflexiones espirituales y metafísicas de un hombre al final de su vida.
No es fácil presentar la trama de Parsifal -construida sobre antagonismos como la culpa y la redención, lo puro y lo impuro, lo profano y lo sagrado- porque los temas abordados son muy caliginosos y el libreto muy abierto a la interpretación.
No obstante, es dable esbozar la trama en pocas líneas y de forma muy factual. La historia se desarrolla en el mundo artúrico. Según una profecía, solo el puro e inocente Parsifal puede recuperar la Santa Lanza, robada a Amfortas, rey de los Caballeros del Grial, por el mago Klingsor (imbatible en su papel, Joachim Goltz), cuando cayó bajo el embrujo de la hechicera Kundry (maravillosa, Sarah Ferede).
En detalle
Con este estilo wagneriano predominantemente sinfónico-orquestal, no concebido teatralmente, en el que la orquesta puede hacer pleno uso de su sensibilidad sonora, el maestro Axel Kober continúa sin problemas sus lúcidas direcciones del Anillo de 2018 y 2019 en la Deutsche Oper am Rhein.
Los cantantes no se quedan fuera de esta corriente, sino que se integran en ella y se dejan llevar por ella. La mayoría de ellos aprovechan esta circunstancia para desarrollar sus partes de forma muy precisa a partir del sonido de las palabras; la competencia con la avasalladora orquesta queda aquí completamente desterrada. Ello resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta que todos los papeles de esta producción están interpretados con ligereza, en consonancia con el planteamiento de Kober. Los dos protagonistas destacados, Hans-Peter König como Gurnemanz y Sarah como Kundry, actúan con la sutileza declamatoria de los cantantes de Lied.
No hay ningún eslabón débil en el reparto, incluidos el coro y el conjunto de las doncellas-flores. Todas y todos son excelentes. De este modo, el Buhnenweihfestspiel retoma una evolución que probablemente se inspira en el movimiento sonoro original y que entretanto también ha influido en la estética del canto wagneriano: alejarse de las voces heroicas y muy dramáticas, que en cualquier caso ya casi no existen en estado puro, en favor de intérpretes más líricos que trabajan cerca del texto.
Este estilo wagneriano inusualmente comedido, a veces casi oratorio, puede no gustar a todo el mundo. Todavía quedan espectadores y críticos nostálgicos en todo el mundo que no quieren comprender que la ópera está pasando por una grave situación; por el peor momento de su historia y que demanda mucha creatividad una nueva producción. Pero es eso lo que no se quiere aquí. La música de Wagner se sale siempre con la suya. Aunque es muy fácil de escuchar en disco, nada puede igualar a la poesía de la puesta en escena en la Ópera de Düsseldorf, con una acústica excepcional.
Una palabra más
El decorado minimalista diseñado por Henrik Stefan Bolliger) y sombras, es un dechado de arte del movimiento, igualmente muy bien logrado. Esto último se distingue por sus simetrías visuales y su equilibrio arquitectónico, en particular en el acto II, delimitado por altas murallas sobre las que se eleva el coro de las doncellas-flores.
Sin embargo, en esta escenografía tan sencilla, el director acumula símbolos cuyo significado a veces se le escapa al público. La herida de Amfortas, por ejemplo, ha infectado a toda la comunidad del Grial, con los caballeros y los propios muros manchados de sangre, dando lugar, en el acto I, a algunas visiones bastante sangrientas.
¿Por qué, en II, las doncellas de las flores sufren deformidades físicas que pueden verse en sus ajustados vestidos? ¿Por qué Kundry amenaza a Parsifal con una pistola automática Colt 45 antes de matar finalmente a Klingsor? ¿Por qué Parsifal regresa a Montsalvat con maquillaje de payaso, que se quita en los últimos compases, solo en medio del escenario, como abandonado por la humanidad?
El libreto de la última ópera de Wagner, un tanto anfigórico, plantea ciertamente muchas cuestiones, pero no es seguro que esta producción visualmente atractiva proporcione todas las respuestas...
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