Alemania
Ser fiel a uno mismo no es algo propio de una opereta
Juan Carlos Tellechea
Es una opereta de alquilar balcones la que puso brillantemente en escena esta tarde el celebrado director Frank Matthus en el Teatro de Mönchengladbach, con un excelente elenco y la orquesta Niederrheinische Sinfoniker, bajo la égida de Sebastian Engel: Ball im Savoy, la obra de mayor éxito del compositor Paul Abraham, con libreto de Alfred Grünwald y Fritz Löhner-Beda, desarrolla su trama desde una perspectiva inusualmente femenina para la época; es hilarante, con sus amoríos e identidades equivocadas, romántica, tierna, por momentos melancólica y plañidera; en fin, casi todos los sentimientos humanos pasan por ella durante sus casi tres horas de mucha música, danza y acción.
Estrenada en 1932 en el teatro Großes Schauspielhaus de Berlín, ya desaparecido, pero en cuyo predio se erige hoy el teatro de revistas Friedrichstadt-Palast de la capital alemana, El baile del Savoy vive un auténtico renacimiento en estos años.
La música de Abraham suena moderna y compleja, sus armonías jazzísticas anticipan el género de los musicales de la actualidad, los personajes son profundos y no tan estereotipados; su trama sabe además sorprender a la platea.
Aunque Ball im Savoy presenta los habituales atuendos e ingredientes de una opereta que se precie de tal, el compositor supo ocultar hábilmente también las candentes cuestiones sociales del decenio de 1920 en Alemania.
Sevilla
Tras el preludio (un vals y un foxtrot lento) y en un animado pasodoble, los protagonistas y el coro de la ópera cantan sobre sus recientes viajes por el Mediterráneo, comparando experiencias en diferentes ciudades e introducen el primer acto con un elogio a la capital de Andalucía: Am schönsten war es in Sevilla…Dort spielt zum Tanze Herr Padilla (Lo mejor fue Sevilla...allí toca en el baile el Sr. Padilla), y ya comienza a captar el público el impecable buen humor que destila esta opereta.
En el Savoy (de Niza), donde se desarrolla buena parte de la historia, se espera un invitado sorpresa, una gran estrella de aquella década, el compositor de jazz José Pasodoble. Sin embargo, se trata de un seudónimo, ya que se desconoce la verdadera identidad del artista, pero se dice que se revelará en el baile.
Y hete aquí que este José Pasodoble es en realidad una mujer, Daisy Darlington (excelente Susanne Seefing), conocida por su acrobática Big Band. A primera vista, esto parece muy divertido, pero muestra ya el grave contexto social. En la época de la República de Weimar, el papel de la mujer seguía siendo otro -pese a la creciente emancipación- y nadie podía imaginarse realmente a una mujer como compositora de jazz de éxito; solo se le concedía el triunfo bajo un seudónimo masculino.
En El baile del Savoy, todo el mundo se lía con todo el mundo. Cuando la protagonista femenina Madeleine (encantadora, Gabriela Kuhn) revela su infidelidad en público con convicción emancipadora y es celebrada por las damas que la rodean, el compositor Paul Abraham convierte en absurdos los típicos escándalos y aventuras amorosas de la pieza.
Las cosas se ponen incómodas, porque el marido, el marqués Aristide Faublas (muy bien, Andrea Matthias Pagani), simplemente se niega a creer que su esposa Madeleine le haya engañado, pese a todas las pruebas y comprensibles seguridades.
Ella, disfrazada y con el rostro cubierto con una máscara, se topa con su marido en el baile, se hace pasar por una "rusa de Brasil", y le pregunta si está casado. Al marqués no se le ocurre otra cosa y le miente, al responder que su mujer "ha muerto". A su vez, le formula la misma cuestión a Madeleine y ella le contesta que su marido vive todavía, pero que "morirá pronto", ante la incontenible hilaridad de las espectadoras.
Aristide en realidad había acudido a la reunión social para encontrarse con la bailarina argentina Tangolita (la soprano Janet Bartolova), con buena presencia física y escénica, quien sin embargo no parecía encontrarse muy a gusto en su papel de paica milonguera, devenida en gato (prostituta de lujo).
El golpe
Al final, Madeleine ha permanecido fiel a su marido, después de todo, las aventuras solo eran fingidas en ambos casos. Paul Abraham ha llevado al público de las narices. En fin, que se sepa, ser fiel a uno mismo no es algo de opereta. ¿Qué eran los hombres para mí? Novelas - solo leídas fugazmente cantan las mujeres del coro. El papel de los hombres en el Savoy es a todas luces secundario.
La Comunidad de Teatros de Krefeld y Mönchengladbach ha contado aquí con un excelente reparto. El apuesto Markus Heinrich encarnó al chauvinista, pero interesante papel del bon vivant turco Mustafá Bei con increíble comicidad. Interesante además porque su papel no tiene nada de turco, Mustafa Bei es más bien una especie de suplente judío al que ya no se permitía representar en escena en aquella época, como demuestra su música de influencia yidis. Los nazis ya influían en 1932, antes del inminente ascenso al poder de Adolf Hitler y su régimen genocida.
Personalidades
Musicalidad
Michael Preiser, que completó el conjunto con un entusiasmo maravilloso.
Los locos años '20
La forma en que Matthus toma en su puesta todas las insinuaciones y ambigüedades del libreto con humor descarado e ingeniosos interludios de danza (maravillosa coreografía de Ralph Frey), con fluidos cambios de escena, roza la genialidad.
Ball im Savoy es todo lo que hace buena a una opereta, un ejemplo para el trabajo de todo director moderno. Incluso al término de la representación, cuando sonaba por segunda vez consecutiva el popurrí de canciones del espectáculo, el público prorrumpió en efusivos aplausos y altisonantes exclamaciones de aprobación, porque quería que a toda costa continuara la historia sobre el escenario.
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