Alemania
Reencuentro con una obra maestra
J.G. Messerschmidt
Dentro de unos cuantos días se cumplirán en
Múnich veintiséis años de la primera representación de La bayadera en un país de lengua alemana.1 En
1998 poner en escena este ballet era casi una audacia, dadas sus altísimas
exigencias y el aura de misterioso prestigio que lo envolvía. La por aquellos
días directora del Ballet de Baviera, Konstanze Vernon, contaba en su compañía con
algo que le otorgaba una ventaja considerable y de lo que seguramente no
disponía ninguna otra compañía en la Europa Occidental: dos ex-estrellas del
Ballet del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, que fueron los protagonistas
del estreno. En el mundo del ballet centroeuropeo este estreno fue un
acontecimiento bastante sensacional.2 Desde
entonces La bayadera se ha convertido
en piedra de toque para medir la calidad de toda gran compañía de ballet
clásico y el nivel artístico y técnico de sus solistas.
En los veintiséis años que esta obra lleva
representándose en Múnich hemos visto pasar por el escenario a muchos repartos.
Personalmente recuerdo a una docena de primeras bailarinas en el papel
protagonista (y fueron unas cuantas más), algunas de ellas ilustres, como
Svetlana Sajarova, Polina Semionova o Lucía Lacarra. Pero sin duda fueron
Yelena Pankova y Uliana Lopatkina quienes ofrecieron las más fantásticas y
verdaderamente antológicas interpretaciones del personaje de Nikia, sin olvidar
las esplendorosas de Kusha Alexi y Maria Shirinkina.
Por otra parte, esta producción ha sido
llevada al extranjero en diversas giras. Hace ya unas dos décadas fue
presentada también en Sevilla y Madrid. Este mismo año el Ballet de Baviera
regresará al madrileño Teatro Real para ofrecer cinco funciones de La bayadera entre el 30 de mayo y el 2
de junio.
La función del pasado 24 de febrero estuvo
marcada por una cierta inquietud: en algún momento se oyeron fuertes ruidos
desde atrás del escenario; en la platea hubo puertas que se abrían y cerraban;
algún telón bajó a destiempo y no faltaron espectadores muy poco silenciosos,
evidentemente no habituados al teatro y sólo superficialmente interesados por
el ballet. A ello se debe añadir una dirección orquestal cuyos tiempos fueron inusualmente
rápidos.
De la producción en sí ya hemos hablado en
otras ocasiones. Baste decir que esta versión de Patrice Bart contiene tanto
números procedentes del original de Petipa como añadidos que se fueron
incorporando a lo largo de casi un siglo, sin que falten algunas coreografías
creadas expresamente por Bart para la ocasión. La escenografía y el vestuario
de Tomio Mohri combinan abstracción, decorativismo, tradición y un fantasioso orientalismo.
En todo caso se trata de una versión que, sin pretensiones puristas o historicistas,
se mantiene dentro de la ortodoxia
clásica.
En la función que comentamos el cuerpo de
baile se mostró coherente, muy inspirado y entusiasta. Superó hábilmente las
dificultades planteadas por la ya mencionada celeridad de los tiempos y en
conjunto dio testimonio de poseer un buen nivel. Precisamente esos tiempos inusualmente
rápidos le permitieron, una vez vencidos los obstáculos, hacer una
interpretación especialmente dinámica e incluso arrebatadora.
El personaje protagonista, la bayadera Nikia,
fue interpretado por Ksenia
Shevtsova, quien
debutaba en este papel. Se trata de una bailarina procedente de la Academia
Vaganova de San Petersburgo y que hasta 2023 fue primera bailarina del Ballet
Stanislavsky de Moscú. Ciertamente Ksenia
Shevtsova posee un
bonito port de bras, etéreo y dúctil,
muy propio de la escuela petersburguesa, su línea es elegante, con gran legato, se desenvuelve con igual
comodidad en el adagio que en el allegro y sigue los muy vivaces tiempos
marcados por la orquesta con total comodidad.
Ahora bien, el papel de Nikia es, tal vez, el
más complejo de todo el repertorio clásico. Requiere no sólo un máximo nivel
técnico, sino también unas excepcionales dotes dramáticas y fina sensibilidad
interpretativa, pues hay bastantes escenas pantomímicas de gran peso. A lo
largo de la pieza la figura de Nikia pasa por diversos estadios (hierática
sacerdotisa, amante juvenil y dichosa, apasionada rival amorosa, amante
súbitamente madura y dolorida, seductora danzarina oriental, espectro
sobrenatural y semidivino), lo que exige gran penetración y versatilidad
psicológica. La mayor dificultad estriba en que es un papel muy lírico y muy
dramático al mismo tiempo. En el plano teatral la interpretación de Ksenia Shevtsova no resulta
satisfactoria. Incluso en números de danza pura pero que requieren acentos marcados,
se queda corta, pues los afronta con un lirismo demasiado blando, de modo que
esos acentos, si es que llegan a esbozarse, se diluyen pronto en un
amaneramiento sin energía.
En los pasajes pantomímicos o en los momentos
de la danza que deben expresar emociones fuertes (como en el rechazo al
brahmán, el entusiasmo amoroso en el paso a dos del primer acto, la
impulsividad en el encuentro con Gamzatti, el dolor en el lamento, la
voluptuosidad en la danza con el cesto de flores, etc.) su actuación es
desvahída y emocionalmente débil. Su gestualidad resulta inadecuada, como si la
bailarina, más allá de la superficie de la anécdota argumental, no supiera bien
de qué trata la historia. Para encarnar a Nikia son necesarias ciertas dosis de
reflexión intelectual, intuición, temperamento y versatilidad, todo lo cual en
su interpretación se echa bastante de menos.
Por el contrario, en el “acto de las sombras” Ksenia
Shevtsova se muestra como una sobresaliente bailarina clásica, que sabe
impregnar al fantasma de la bayadera muerta de la digna distancia sobrenatural
que le corresponde. Al mismo tiempo luce con naturalidad una muy buena técnica
y gran dominio estilístico de la danza abstracta clásica, con giros
perfectamente centrados en sus ejes, pasos de minuciosa exactitud, ligera
elegancia y un muy apreciable port de
bras. Podemos imaginarla en un papel más distante, como el de Aurora en La bella durmiente, el de la
protagonista en Raymonda, o quizá danzando
una abstracta coreografía de Balanchine.
Jinhao Zhang interpreta el papel de Solor de
una forma que podría calificarse de “funcional”, cumpliendo con lo necesario,
pero nada más. Su interpretación es discreta, correcta, pero sin brillo (los
límites del intérprete son demasiado perceptibles) y dramatúrgicamente muy
pálida. En su tarea de acompañante tiene también algún percance. El personaje
de Solor queda desdibujado y pasa casi a un segundo plano.
La Gamzatti de Elvina Ibraimova, formada en la
Escuela del Teatro Bolshoi, resulta algo desconcertante en su primera
aparición. No se tiene la impresión de estar ante una princesa, que es lo que
exige el libreto, pues falta majestad y sobra coquetería. Sin embargo, ya en su
primera y muy difícil variación se advierte una interesante configuración del
personaje. La Gamzatti de Ibraimova aparece como una sinuosa mujer fatal, un
poco como Odile en El lago de los cisnes.
Aunque seguramente Ibraimova no tenía su mejor día (tuvo algunos traspiés, pero
al parecer el suelo tampoco estaba en las mejores condiciones), es evidente que
se trata de una bailarina sólida y de notable capacidad expresiva.
Una mención especial merecen las tres sombras,
interpretadas por Margarita Grechanaia, Bianca Teixeira y Carollina Bastos, quienes
realizaron una labor impecable en sus respetivas variaciones. Ariel Merkuri ejecutó
sobria y elegantemente la 'variación del Ídolo de Oro'. Norbert Graf dio vida al
Brahmán, papel que ya interpretó en el estreno de 1998, siendo el único miembro
de aquel reparto que sigue activo.
La Orquesta del Estado de Baviera ofreció una magnífica interpretación de la partitura de Minkus. En veintiséis años esta partitura jamás había sonado como lo hizo en esta velada. Tampoco conocemos ninguna grabación que se acerque al nivel alcanzado en esta ocasión. Por lo general los directores de orquesta o se toman la música de Minkus a la ligera o, en el mejor de los casos, se limitan a interpretar limpiamente las notas que tienen sobre el atril. No así Kevin Rhodes, que va mucho más allá y aborda la música de La bayadera con extraordinaria seriedad y mucha pasión. Se advierte que ha leído con gran atención la partitura, que ha reflexionado sobre ella y, sobre todo, que disfruta dirigiéndola.
En primer lugar se pone de manifiesto una muy rica matización
dinámica. El segundo rasgo sobresaliente es la atención con la que es tratado
el colorido tímbrico por medio de una excelente disposición de planos sonoros,
lo que permite descubrir efectos e incluso oír voces que en las versiones al
uso pasan totalmente inadvertidos. En el fraseo el director estadounidense
traza amplios arcos melódicos que ponen de manifiesto la calidad discursiva de
la partitura.
De este modo se recuperan dos aspectos
primordiales de la obra: un exuberante colorido exótico (comparable al de otras
obras francesas o rusas de intención orientalista) y una tempestuosa fuerza
dramática. Aunque, como ya hemos señalado, los temperamentales tiempos que
dominan a lo largo de toda esta interpretación pueden plantear problemas a los
bailarines, lo cierto es que también ellos contribuyen a dar unidad, sentido y belleza
a una partitura que aquí se revela como de un nivel inmensamente superior al
que habitualmente se le atribuye.
La siempre estupenda Orquesta del Estado de Baviera, por su parte, se muestra excepcionalmente inspirada y afín a su director. ¡Por fin una interpretación de La bayadera que desvela toda la belleza y la calidad de esta música!
Notas
1. La historia de 'La bayadera' fuera de Rusia es bastante azarosa. Tras varios intentos fallidos de ponerla en escena entre las décadas de 1920 y 1940, sólo a principios de la de 1960 se pudo representar en la Europa Occidenal su tercer acto, el “acto de las sombras”. En 1980 la versión de Makarova para Nueva York dio a conocer la obra en su totalidad. En 1992 siguió la de Nureyev en París. Estas dos producciones despertaron un inmenso interés y estimularon al Ballet de Baviera a incorporar 'La bayadera' a su repertorio.
2. Sin duda el éxito de esta producción animó a muchos otros a lanzarse a la misma aventura. Si lo había logrado el Ballet de Baviera, una compañía de calidad, pero no de primerísima línea como el Ballet de la Ópera de París o el Royal Ballet de Londres, también otros podían intentarlo. En cascada siguieron incontables producciones de 'La bayadera' en todo el mundo. A ellas se añadieron los muy interesantes intentos de reconstrucción histórica de esta obra (que a lo largo de la historia ha sufrido innumerables alteraciones) realizados por Serguei Vijárev (San Petersburgo, 2002) y Alexei Ratmansky (Berlín, 2018).
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