España - Cataluña
Un debut esperado
Jorge Binaghi
Coincidiendo con la imposición del nombre de la patrona
de la Fundación Victoria de los Ángeles a la sala principal del hasta ahora
llamado Auditorio Axa, muy amplio, cómodo y de buena acústica, se produjo por
fin el debut de uno de los grandes nombres de la lírica en calidad de cantante
de cámara. Tras sus muchos triunfos (y legítimos) en el Liceu la gran Natalie
hace tiempo que casi ha desaparecido de los escenarios líricos y salas
de concierto salvo para algunos con canciones de música ligera (Michel Legrand)
y algunas actuaciones teatrales que parece continuarán dentro de poco con un
Goldoni en una sala parisina.
El año pasado fui especialmente a Paris para escucharla
en un concierto que por el programa era idéntico a éste (aquí ha habido un
número y un bis más). Ya veo alguna ceja alzada diciendo ‘con lo poco que hace,
además repite programa’. Poco a poco. El recital de entonces fue excelente, y
además dialogaba con el público, cosa que aquí obviamente no podía hacer.
Al final estaba tan eufórica que se quedó a hablar con
parte del público (en especial los muchos jóvenes, varios de ellos estudiantes
de canto) y me acerqué un momento a saludarla. Pregunta obvia en este caso:
‘Señora, ¿cómo es que ha mejorado lo que no parecía casi mejorable?’. Sonrisa a medio camino entre la picardía y la conmiseración: ‘Fácil. Lo
profundicé mucho más’.
Si uno toma los programas de los grandes liederistas ve
que tienen variedad, pero que, por ejemplo, en una gira, los repiten prácticamente
idénticos, y por esa misma razón, hoy bastante caída en desuso.
Como quiera que sea no sólo apareció más
concentrada sino, luego de los tres primeros lieder de Fanny Mendelssohn, con
la voz en perfecto estado y un dominio soberano no sólo de técnica, lengua y
estilo, sino mucho más libre gestualmente. Uno recuerda las admirables manos y
las mirada de la gran Crespin, pero las de ‘la’ Dessay (en especial su juego de
brazos) no le van a la zaga. Nos hizo ver un ‘ala’ y nos hizo sentir unos
cabellos, y ya en Clara Wieck cantó un por todo concepto memorable ‘Liebst du
um Schönheit’.
Además agregó un nuevo lied respecto al programa
parisino, el fantástico ‘Er ist gekommen’. Tras una romanza para piano solo de
la misma compositora muy bien ejecutada (tal vez con un punto de vehemencia)
por
Pausa después de nutridos aplausos y algunos
bravos. Como siempre hay alguien que debe recordar los diez años de oro de la
soprano, hubo el inevitable ‘ah sí, pero no tiene ya el sobreagudo’.
Seguramente no; les pasa a casi todas las sopranos de coloratura (y conservarlo
no significa más que una técnica de hierro mantenida muchas veces a costa de
cosas como la inteligibilidad del texto o la interpretación ‘liberty’ para ser
eufemístico). Y aquí no hacían falta y no estaban escritos.
Si en vez de años de oro lo son de plata sólo
confirman que será imposible no evocar a la Dessay entre los grandísimos que
retuvieron porque tuvieron y porque con dos notas y un movimiento son capaces
de darnos la posibilidad de al menos asomarnos a la comprensión real de una
composición musical.
Lo que era verdad ya en alemán subió de punto
cuando en la segunda parte pasamos a su lengua materna. Si aceptó que se
proyectaran imágenes de los roles que compartió con De los Ángeles (Mélisande y
Marguerite, además de una Condesa mozartiana que ella no ha abordado nunca en
su totalidad, y es lógico) no quiso subtítulos porque consideró que distraían
más que ayudaban al público. Qué razón tuvo.
Tras una magnífica versión de ‘La chanson
perpétuelle’ de Chausson, llegó un momento fenomenal que superó a la versión ya
magnífica que diera en París de esa joya que es ‘La dame de Monte-Carlo’. Que
los intérpretes son diversos y nos pueden dar versiones bien diferentes entre
sí de un personaje o una canción se pudo comprobar aquí. No sólo
con respecto a sí misma apareció pletórica de matices, de claroscuros, de
ironías, amarguras y coqueterías, sino que, con la otra gran intérprete actual
de referencia de la pieza, ‘la’ Antonacci, se obtienen dos imágenes no diría
antagónicas pero sí complementarias que hacen justicia al texto de Cocteau. Por
cierto, al inicio tuvo una laguna y, muy decidida, dijo ‘volvemos a empezar’ y
las sonrisas comprensivas se transformaron al final en una ovación indecible.
Y después vino la ópera. La
transición no se hizo notar porque eligió la breve y maravillosa canción de la
torre de la protagonista de Pelléas et
Mélisande de Debussy a la que siguió sin solución de continuidad (intentó
en todo lo posible evitar que la gente aplaudiera entre números y casi lo
logró) con otra versión pianística, esta vez la de la conocida Élégie de Massenet, muy en carácter
Cassard.
Y a continuación lo que en París sorprendía -y aquí
también- pero que en aquella ocasión explicó. Hay un aria de Le Cid del enorme Massenet, la principal
de la protagonista, Chimène, que como se sabe es patrimonio de mezzos, sopranos
spinto o, cuando existe, una ‘Falcon’, bien lejos de las características del
instrumento de la Dessay. Pero, explicaba, la había escuchado tantas veces en
lecciones y concursos y le gustaba tanto que se decía ‘no podré cantarla
nunca’. Y ahora se da el gusto. Y el resultado es convincente y algo más, sin
forzar sus medios.
Terminó el recital con otro papel que nunca cantó en su
totalidad, la Marguerite del Faust de
Gounod con el aria de las joyas (sin recitativo precedente) donde volvimos a
escuchar trinos como deben ser, incluso algunos de esos agudos que alguien
echaba de menos, y como en todo el concierto un dechado de piani, messe di
voce, legato que hicieron rugir al respetable.
Como bis ofreció, igual que en París, la cavatina de la
Condesa, ‘Porgi amor’ y sólo puedo repetir las líneas precedentes. Pero cuando
nadie se lo esperaba agregó un breve fragmento de Lakmé, uno de los roles que ha dejado marcado para siempre, que fue
pura y simplemente una delicia.
Me llamó la atención que en ocasión tan señalada y con
mucha prensa presente no hubiera representación oficial alguna del Liceu. Ellos
se lo han perdido.
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