Francia
Aix-en-ProvenceDoble o nada
Jesús Aguado
Vuelve
el Festival d’Aix-en-Provence, como cada verano, y casi como cada verano,
vuelve Dmitri Così
fan tutte con una de sus propuestas. Reconozco que tras el
inenarrable atentado que supuso el del año pasado, mi nivel previo de tolerancia a las ocurrencias
del ruso estaba en niveles bajísimos, pero no me gusta acudir con prejuicios a
la ópera, así que decidí, como siempre, que me iba a basar únicamente en lo que
viera ayer en el teatro, como si fuera esta mi primera experiencia
tcherniakoviana.
Y
lo primero que tengo que decir es que la experiencia fue larga: el director nos
presenta dos óperas en vez de una, con un entreacto de hora y media que los
restaurantes de los alrededores agradecieron sin duda. La duración total del
espectáculo, con pausa incluida, se fue a más de cinco horas, lo que un Wagner
cualquiera, por lo que el agotamiento no vino estrictamente de la música sino
de la dichosa propuesta.
Pero
que no cunda el pánico, que aquí está Tcherniakov para explicarnos la relación
entre ambas obras: como una ocurre antes y otra después de la guerra de Troya,
el tema principal es la guerra. Que la guerra es muy mala, nos descubre el
bueno de Dmitri. Lo que es el genio, madre mía.
En
fin, como ninguna de las dos óperas es de las más conocidas del repertorio,
resumo brevemente el argumento: en Ifigenia en Áulide, los griegos se están
congregando para ir a la guerra de Troya bajo el mando de Agamenón, pero el
augur Calchas predice que no tendrán vientos favorables porque la diosa Diana,
furiosa contra él por haber matado un ciervo sagrado, exige el sacrificio de su
hija mayor, Ifigenia. Ifigenia llega a Áulide acompañada de su madre,
Clitemnestra, con la promesa de convertirse en la esposa de Aquiles, el gran
héroe. Cuando Aquiles e Ifigenia descubren cuál es el verdadero propósito de su
viaje, reaccionan de manera opuesta: Aquiles jura salvarla aunque tenga que
enfrentarse a Agamenón, mientras que Ifigenia acepta su destino. Llegado el
momento del sacrificio, Diana perdona la vida a Ifigenia y asegura vientos
favorables a los griegos.
En
Ifigenia en Tauride, unos quince años después, Ifigenia es sacerdotisa de
Diana, y es la encargada de sacrificar a los extranjeros que llegan a esas
tierras. A las costas de Tauride, tras una tormenta, llegan dos forasteros, que
no son otros que Orestes, hermano de Ifigenia, y su amigo Pílades. Son
capturados para ser sacrificados, sin que los hermanos se reconozcan. Ifigenia
no consigue obligarse a perpetrar el sacrificio, especialmente cuando, aún sin
saber que uno de los extranjeros es su hermano, descubre que son originarios de
Micenas, como ella misma, y convence a Thoas, rey de los tauros, de que solo
muera uno de los dos, pidiéndole al que sobreviva que lleve una carta a su
tierra natal. El elegido para el sacrificio es Orestes, pero cuando va a morir,
Ifigenia descubre quién es su víctima y se niega a llevar a cabo el rito.
Pílades regresa con refuerzos, mata a Thoas, y Diana aparece una vez más
perdonando a Orestes y reuniendo así a los dos hermanos.
¿Qué hace Tcherniakov con todo esto?
¿Qué
hace Tcherniakov con todo esto? Pues, oh sorpresa, presentarlo todo como el
conflicto de una familia burguesa, vamos, una idea completamente original que
al genial director no se le había ocurrido nunca. La escenografía es
prácticamente la misma en las dos óperas, presentando la misma estructura, una
casa vista de frente dividida en sus correspondientes pequeñas habitaciones por
las que los personajes se mueven como hámsters en sus jaulitas (y mover al coro
por allí dentro no es tarea fácil, por cierto).
Vemos
un dormitorio, un comedor, una salita con una chaise-longue, todo en relajantes
tonos crema, y todos los personajes parecen llegar de hacer sus últimas compras
en la Quinta Avenida, o de dirigir su último desfile, en el caso de
Clitemnestra, transformada en una Carolina Herrera cuyo color insignia fuera el
verde aguamarina. Ifigenia aparece al principio vestida con gorro, camiseta y
pantalones como si hubiera llegado en monopatín, Aquiles se nos presenta como
alguien que si no fuera a casarse estaría en Magaluf con todo incluido, e
incluso, en el apogeo de la celebración de boda, se pone un penacho de jefe
indio y baila con lascivos movimientos de cadera. Todos hacen bailes absurdos,
y con ello nos demuestran la profundidad de sus sentimientos.
Al
final, en otro alarde de genialidad, cuando aparece Diana para perdonarle la
vida a Ifigenia, aparece vestida exactamente igual que ella, con lo que no se
entiende nada, y menos, cuando, a pesar de las palabras de perdón, Agamenón le
corta el cuello y durante un rato todos se hacen selfies con el cadáver,
mientras la auténtica Ifigenia, apartada, está triste y cariacontecida, imagino
que por el panorama familiar que le ha tocado en suerte.
La
estructura de la casa se mantiene igual para la segunda ópera, pero ahora todo
es oscuro, y las líneas de la casa vienen marcadas por neones. La apariencia de
Ifigenia ha cambiado también: ya no es la jovencita de pelo corto y oscuro,
sino una especie de rubia Viridiana inexpresiva que se mueve como un robot por
el siniestro escenario post-bélico en el que le toca desenvolverse. Los neones
van marcando los puntos de atención en que se centra la acción, pero los
personajes siguen haciendo cosas bastante extrañas. Thoas tiene ataques
epilépticos, Orestes y Pílades se hacen arrumacos constantes (siguiendo el
texto original, en que se juran amor eterno cada tres compases), pero lo hacen
como dos adolescentes tontorrones que no saben besarse y se dan empujones para
demostrarse el afecto.
También
tenemos profundísimos simbolismos, ya que hemos visto a Orestes como un niño en
la ópera anterior y lo vemos como adulto en esta, vemos también a todos los
personajes de la primera transformados aquí en fantasmas con sus ropas
desteñidas, y los muñequitos verdes con que el niño Orestes jugaba una especie
de ajedrez guerrero es lo único que conserva Ifigenia de su pasado.
En
fin, que el hecho de decir que por lo menos el director de escena ha respetado
más o menos la historia de las óperas originales en lugar de, como tiene por
costumbre, inventarse su propia narrativa sea una especie de elogio, da una
idea del aprecio que siento por el genio ruso como director de escena. Pasemos
a otras cosas.
Una lectura exacta y ajustada
Por
suerte, la parte musical estuvo bastante mejor servida. Emmanuelle
La
segunda en intensidad fue, cómo no, para
Repasando
los cantantes de Ifigenia en Áulide,
Respecto
a Ifigenia en Tauride, fantástico el Orestes de Florian , lleno de
fuerza y expresividad. Fabuloso el Pílades de Stanislas de , de lo
mejor vocalmente de la noche. También pletórico de fuerzas el Thoas de
Alexandre .
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