Argentina
Una España de postal
Gustavo Gabriel Otero

Como
nueva puesta en escena el Teatro Colón de Buenos Aires presentó la ya clásica
visión de Calixto Bieito de la ópera Carmen de Georges Bizet originalmente estrenada
en el Festival Castell de Peralada en agosto de 1999 y vista y registrada en
diversos formatos en múltiples ciudades del mundo como Barcelona, Madrid,
Viena, París, Turín, Budapest, Venecia y Palermo, entre otras, a lo largo de
este cuarto de siglo; también copiada o utilizada como inspiración en varias
versiones escénicas.
Solo para
una minoría del público del Colón la puesta continúa siendo disruptiva, ofensiva
o intolerable, y ello se notó por el breve y aislado abucheo que sufrió el
repositor, Yves Lenoir, atento a que no se dignó a pasar por Buenos Aires
Calixto Bieito, al saludar en esta primera representación bonaerense. Sin
entrar a considerar sobre la falta de respeto que significa un abucheo, la
provinciana visión de los ofendidos o la preparación previa en posteos en las
redes y comentarios para exaltar a los más conservadores, es irrefutable tener
en cuenta que con 25 años a cuestas el paso del tiempo desgastó probablemente
las clásicas provocaciones de Bieito en su concepción y hoy la puesta luce
razonable, con un interesante movimiento escénico de cantantes y coro.
La
ubicación temporal en torno a los años del final del Franquismo permite
explorar una España de postal -no la clásica ideada por Bizet y sus
libretistas- sino otra que es igual de antigua para este siglo XXI: cierta
apertura al turismo, corridas de toros y toreros como ídolos populares, mujeres
extranjeras que van a la playa, militares autoritarios y abusadores de su poder
con los simples reclutas, proxenetas varios, contrabandistas y mujeres que
explotan su sensualidad tanto para nativos como para turistas, todo en un
contexto decadente, autoritario y machista.
El
planteo dramático es austero, con algunos elementos caprichosos como el uso
abusivo y poco respetuoso de la bandera española, otros de no fácil comprensión
-el bailarín desnudo del inicio del tercer acto con su danza que puede ser
tomada como un rito de los toreros o una demagógica concesión a los que quieren
ver cuerpos masculinos- o completamente innecesarios para la acción como la
sugerencia de la hija de Mercedes, una preadolescente iniciada por su madre en
el contrabando y, probablemente, en la prostitución, y hasta de mal gusto como
en la escena entre Micaela y Morales en el primer acto con el uso por parte del
militar de su fusta como símbolo fálico provocador.
Con todo se
sigue contando la misma historia de Carmen que no es, naturalmente, la ideada
por Mérimée sino la Carmen de los libretistas y no siendo objeto del presente
señalar las diferencias entre novela y ópera, que son muchas; con una visión
más actual por la que el crimen pasional deja de estar escondiendo lo que es y
fue en realidad: violencia de género y femicidio.
Continúa
sorprendiendo en el cuarto acto la marcación del coro que avanza hasta el
proscenio y contempla un desfile invisible contenidos por una cuerda justo al
borde del proscenio. Gran golpe de teatro y a la vez permite salir del desfile
folclórico de toreros, figurantes y ayudantes varios.
La escenografía
de Alfons Flores es simple: en el primer acto un mástil con la bandera española
junto a una cabina telefónica, en el segundo un automóvil, en el tercero se ve
el Toro que usa como símbolo la marca Osborne junto a varios automóviles
(siempre Mercedes Benz, la marca que utiliza Bieito en sus puestas) que se
detienen en ese descampado; mientras que en el cuarto se ve simplemente el
ciclorama y se marca un ruedo taurino en el suelo.
Muy
apropiada al concepto de la puesta la iluminación de Alberto Rodríguez Vega y
en perfecto estilo y época el vestuario de Mercè Paloma.
En cuanto
a la versión musical se optó por la que contiene diálogos, pero extremadamente
amputados, con algunos cortes en la música y hasta resabios de recitativos. O
sea, la versión musical que convenía a Bieito para su puesta en escena sin
respetar en nada al compositor.
Probablemente
la mezzosoprano italiana Francesca Di Sauro con sus 29 años sea la intérprete
más joven del rol de Carmen en el historial del Teatro Colón. Y si bien es
evidente que le queda un largo camino de crecimiento, su gitana, que cantó por
primera vez en año pasado en un Festival en Austria, ya es una hermosa
realidad. Creíble en lo escénico, fresca en su belleza y juventud, acometió la
parte sin forzar en ningún momento, con un registro homogéneo, de bellísimo
color, una depurada línea de canto, buen francés cantado y razonable hablado, y
buen volumen. En el dramático dúo final se la notó un poco fatigada; fruto,
quizás, de una versión que en lugar de sus tres intervalos con sus descansos
para los artistas y el público se ofrece en dos grandes bloques, o de los
nervios del estreno.
Leonardo
Caimi no decepciona como Don José. Su voz es potente y de buen color; conoce el
personaje, que ha cantado en muchísimas ocasiones, y a la perfección esta
puesta. Su francés es aceptable y logra hacer algunas sutilezas, medias voces y
agudos en perfecto estilo francés como en la esperada 'Canción de la Flor'. No
terminó de convencer en el dúo del tercer acto.
Simón
Orfila a la par de excelente presencia escénica para el torero Escamillo
exhibió buen caudal y adecuada proyección.
Jaquelina
Livieri compuso una gran Micaela con su habitual profesionalidad, compromiso y
entrega. Mientras que Daniela Prado y Laura Polverini como Mercedes y Frasquita
demostraron que están preparadas para roles de mayor enjundia.
En el rol
mudo -aunque se extrapolan en varios sitios absurdos gritos- de Lillas Pastia, Iván
García siguió a pie juntillas las marcaciones actorales de esta puesta en la
cual adquiere protagonismo a la largo de todos los actos, como si fuera un
viejo gitano que mueve los hilos de la representación.
Los Coros
de adultos se escucharon preparados con esmerada corrección por Miguel Martínez
a la vez que el de niños, que prepara Helena Cánepa, puso su cuota de frescura.
Correcto sin más y con algún endeble francés el resto del elenco.
La
Orquesta Estable del Colón dirigida por Kakhi
Solomnishvili realizó una muy buena faena sin estridencias y sin pifias. Quizás
faltó algo de vuelo, pero fue una versión prolija y ajustada.
En suma: una
interesante versión de Carmen.
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