España - Castilla y León
Interpretar a Wigglesworth
Samuel González Casado

Bonito concierto el que protagonizaron la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y Mark
Se trata de una soprano con el centro ensanchado, lo que le hace tener muy buena presencia sonora dada la tesitura de estas canciones, y también imbuirlas de cierta fuerza dramática, muy necesaria en alguna de ellas. No le permite buena planificación del grave y dotar al texto de sutileza, porque el empleo del color es muy limitado y ella se desempeña con inflexiones (habitualmente acertadas).
Hay también un problema de articulación con el francés, no tanto por carencia idiomática sino por su tipo de emisión, que provoca que las consonantes se sitúen en lugares donde suenan poco claras, por lo que se hizo difícil seguir el texto en el programa de mano. En las medias voces lo pasó mal, con grandes dificultades para colocar el sonido tras el ataque, pero probablemente aquí influyó lo que pareció ser una afección de garganta.
Hubo buenos momentos, como el canto a contratiempo de Marine, y también todo lo que pudiera resultar dramático o redondo, con voces plenas que se equilibraron maravillosamente con la orquesta. Wigglesworth y la cuerda de la OSCyL aportaron un fantástico trabajo, lleno de matices que exprimieron esta maravillosa música a veces de forma insospechada.
Mark Wigglesworth es un director que antepone el orden y la claridad a cualquier otro criterio, pero una vez logrados los trabaja hasta que resultan expresivos, y en muchas ocasiones sorprendentes. Con él no hay golpes de efecto que no estén justificados en los forti, porque evidentemente le resultan más interesantes otros asuntos, por ejemplo algunos pasajes donde tiende a poner el foco sobre los staccati y a subrayar cierta parte de la orquesta; esto puede comprobarse en su predilección por marcar las intervenciones de los violonchelos.
En la Sala Jesús López Cobos este concepto funciona muy bien, porque los desequilibrios siempre se pagan, y el peaje de Wigglesworth fue muy escaso en relación a sus logros. El primer movimiento hizo honor a su nombre y sonó muy moderado, algo germánico, con detalles tímbricos realmente espectaculares, incluso en su discreción. El director, por ejemplo, es muy exigente con los pianos, y las maderas tuvieron que concentrarse al máximo para no romper ese delicadísimo enfoque (premio para el primer clarinete, Gonzalo Esteban).
Pero, si alguien pensaba que la moderación no iba a tener su contrapeso, se equivocaba: el Allegro fue brutal, en tempo y exigencia, y se concibió como una especie de culminación al movimiento anterior. En el Allegretto hubo algún pasaje poco definido en cuanto a direccionalidad, pero de nuevo la planificación fue espectacular, casi didáctica: Shostakóvich es difícil de interpretar, pero interpretar a Wigglesworth es mucho más cómodo. El momento “banda” destacó por ser mucho más sutil de lo habitual, con poco sarcasmo y mucho cuidado tímbrico. No hubo grandes discusiones en el Andante- Allegro, y sus tremendos contrastes de tono se integraron muy naturalmente sin dejar de estar bien definidos.
Se trató, por tanto, de una interpretación de Shostakóvich desde una visión moderna del compositor ruso, donde las grandes pasiones tienden a minimizarse para poder explorar otros aspectos que contiene una música inabarcable en un solo concepto; todo ello a la vez que las biografías sobre Shostakóvich han ido difuminando el ambiente (un poco decimonónico) de grandes conflictos para poner el foco en otros aspectos de la vida del compositor, antes obviados y sin embargo muy interesantes. Esta diversificación tiene su reflejo, o más bien su inspiración, en la visión de estas obras y en su misterioso porcentaje de carga autobiográfica.
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