Argentina
El Tríptico en el infierno
Gustavo Gabriel Otero

Luego de repetir en los últimos años La Boheme (2003, 2006, 2010, 2018 y 2022), Tosca (2003, 2016 y 2022), Madama Butterfly (2000, 2014 y 2023) y la póstuma Turandot (2006, 2019 y 2024) el Teatro Colón salió de la rutina con la que programa las óperas de Giacomo Puccini y luego de 14 años ofreció, en nueva puesta en escena, Il Trittico cuyas últimas versiones integrales fueron únicamente en 1974, 1983, 1997 y 2011. Entre las óperas del maestro de Lucca largamente postergadas por el teatro de la calle Libertad podemos mencionar a Le Villi, solo ofrecida en 1967, La Rondine, ausente desde 1990, La Fanciulla del West, vista por última vez en 2002, o Manon Lescaut, presentada por última vez en 2004. Caso aparte el de Edgar, única ópera del maestro de Lucca que nunca se ofreció en el escenario del Teatro Colón a pesar de que su versión definitiva fue estrenada mundialmente en Buenos Aires, en presencia del compositor, en el desaparecido Teatro de la Ópera en julio de 1905 hace casi exactamente 120 años.
La nueva puesta escénica de Il Trittico de Puccini, ideada originalmente para el Teatro Comunale
de Bolonia y que se ofreció, además, en Triste firmada por Pier Francesco
Maestrini, ubica todas las acciones dentro de la Divina Comedia de Dante: todos
los protagonistas ya están muertos y recuerdan su vida o son zombis. En una
idea fallida y confusa que vuelve sobre la cuestionable tesis de Mosco Carner
-publicada originalmente en 1958- que sostiene la correspondencia entre las
tres obras del Tríptico y la Commedia de Dante: así solo para Carner Il
tabarro correspondería al infierno, Suor Angelica al purgatorio y Gianni
Schicchi al paraíso, tesis que ninguna fuente avala y casi ningún estudioso
contemporáneo adhiere. Esta transposición requiere un exhaustivo conocimiento
de la obra de Alighieri difícil de encontrar en públicos fuera de Italia o
comprender las larguísimas explicaciones de Maestrini en el programa de mano (para
las cuales utiliza ocho páginas) y siempre queda claro que cuando el puestista
explica demasiado es porque la propuesta no es comprensible.
La versión de Pier Francesco
Maestrini, con escenografía de Nicolas Boni, vestuario de Stefania Scaraggi, vídeos
de Nicolás Boni y de Nicolás Boni y Matías Otálora para Suor Angelica, con
iluminación de Daniele Naldi, se inspira más en La divina comedia, y más
concretamente en las 136 ilustraciones de Gustave Doré sobre la misma, que en
los libretos de las tres óperas de Puccini. La visión general además de fallida
resulta algo monótona y con actuaciones deliberadamente apáticas.
Al fondo de la escena una pantalla
con proyecciones acordes al momento, una gran puerta a la izquierda,
evidentemente la puerta del infierno, que permanecerá todo el tiempo, y un peñasco
a la derecha es la escenografía básica. En Tabarro se adiciona la barca, en
Angelica un árbol y por detrás restos de una construcción con visos de gótica y
en Schicchi una gran cama. Un gran trabajo de Nicolás Boni de una belleza
sobrecogedora y a la vez inquietante tanto en la escenografía como en las
proyecciones.
Monocorde en tonos apagados el
vestuario que firma Stefania Scaraggi y que no permite diferenciar ni a las
monjas en Angelica ni a los parientes en Schicchi. Adecuada la iluminación de
Daniele Naldi.
Pier Francesco Maestrini hace del transportador
fluvial, Michele, un remedo de Caronte, para justificar las bocinas de los
barcos previstos en la partitura se recurre a la proyección de Nembrod que toca
el cuerno. Las bocinas de los autos, también prevista, ha desaparecido o no se
escucharon, naturalmente no hay automóviles en el infierno. El trabajo
interminable de Luigi y los otros estibadores recuerda el tormento de Sísifo
replicado en las proyecciones. Con todo, la visión no molesta demasiado y la
marcación actoral es fría pero razonable.
El claustro de Suor Angelica aparece
como la playa del Antepurgatorio, no hay capilla o fuente, solo un árbol en
medio del escenario. Por detrás un lago o mar en casi toda la obra; cuando parece
llegar la salvación el cielo se ilumina de estrellas, en el envenenamiento que predice
la condenación, aparece el bosque de los suicidas y el alma de Angélica se
convierte en árbol por lo cual la cantante debe ingresar dentro del árbol de la
escenografía, el milagro es otra proyección donde el bosque muta en nubes y la
soprano sale del árbol. La tía Princesa tiene un alter ego que según Maestrini
es su alma, Angelica jamás mira a su tía sino a su doble. Las ideas de la
puesta se ven más alejadas de Puccini-Forzano, la concepción comienza a
molestar a pesar de la belleza de la escenografía y de las proyecciones.
En Gianni Schicchi la puesta muta en
confusa y de mal gusto. Los Donati visten capas doradas por fuera y de plomo
por dentro como los hipócritas en Dante, pero ellos son zombis que comen restos
de cuerpos humanos y se arrancan las orejas, en una desagradable metáfora, y se
mueven en círculos sin sentido. La escena muestra una enorme cama y muchísimos
cuerpos desnudos apilados, los diablos merodean. Tanto el médico como el
notario y los testigos saldrán de entre los cuerpos apilados para cantar sus
partes. Lauretta no irá a la terraza a dar de comer a los pájaros, sino que
desde un costado alimentará a un animal infernal. El testamento está en la piel
de Donati y es arrancado del cadáver, de la misma forma el diablo escribe el
testamento falseado en la carne de la espalda del notario. La visión de
Florencia es atravesada por el fuego y antes de caer el telón vemos un demonio
que se posa sobre una de las barandas de la cama de Buoso y apunta con su
trasero, según las palabras de Maestrini: “la flatulencia más famosa de la
literatura”. De esta manera concluye un Schicchi sin comicidad, confuso y de
mal gusto.
En el plano musical las cosas fueron
mejores, aunque una platea a casi doscientos dólares es abusiva para un teatro
como el Colón que está fuera del primer circuito internacional y que ofrece
elencos casi enteramente locales.
Beatrice Venezi condujo la Orquesta
Estable, logrando una muy buena versión musical, sólida, potente, homogénea y
sin fallas. La relación de sonido entre el foso y el escenario fue excelente.
El único punto débil fue el canto de los parientes de Donati en Schicchi en el
principio de la obra, que probablemente por los movimientos en círculos
resultaron poco homogéneos.
Triunfadores de la noche resultaron Fabián
Veloz (Michele); Mikheil Sheshaberidze (Luigi); Marta Torbidoni (Suor Angelica),
Ricardo Seguel (Gianni Schicchi); Jaquelina Livieri (Lauretta), Santiago
Martínez (Rinuccio), y Guadalupe Barrientos (principalmente como la zia
principessa).
Fabián Veloz fue un Michele de
sólidos acentos, buena presencia, compenetración vocal y calidad general. No en
vano es uno de los argentinos residentes en el país con verdadera carrera
internacional.
El personaje Giorgetta sobrepasó las
posibilidades de Carla Filipcic-Holm en un rol, un estilo y un compositor que
parece no estar dentro de la vocalidad y los intereses de la muy buena soprano
argentina.
El personaje de Luigi en Il Tabarro
es complicado e ingrato, se tiende a cantarlo gritado, forzado y hasta
rústicamente. El tenor Mikheil Sheshaberidze fue una grata sorpresa. Nada de
los habituales vicios con los que se interpreta este personaje estuvieron en el
canto del artista nacido en Georgia. Una voz para volver a escuchar.
Guadalupe Barrientos tuvo algunos
problemas en la zona aguda como la Frugola, fue impactante como la zia
principessa, y muy correcta en Zita, un balance plenamente satisfactorio.
La soprano italiana Marta Torbidoni
comenzó a cantar el rol de Sor Angelica con cuidado profesionalismo y a partir
de la escena con la Tía Princesa demostró toda su valía. Posee buen volumen y
adecuada proyección, maneja con inteligencia las gradaciones y logra conmover
en la gran escena final.
El chileno Ricardo Seguel el papel
protagónico de Gianni Schicchi se destacó por sus medios vocales, por la gran
creación de la falsa voz de Buoso Donati y logró dar realce actoral a la parte
a pesar de las absurdas marcaciones de la puesta.
En un rol pequeño, pero de gran
lucimiento como el de Lauretta, Jaquelina Livieri volvió a brillar e hizo
pensar le pena que da que el papel sea tan breve.
Santiago Martínez (Rinuccio), se
conjugó perfectamente con su amada en la ficción (Lauretta) y volvió a
demostrar que es un tenor confiable, de agudo firme y calidad actoral.
En los roles menores sobresalieron Mario
De Salvo como Talpa, Fermín Prieto (Tinca), Laura Polverini (Sor Genoveva);
Daniela Prado (la celadora) y Luis Gaeta (maestro Spinelloccio). Muy correctas
y ajustadas tanto María Luján Mirabelli (la abadesa) como Cecilia Díaz (maestra
de novicias). Con buenas prestaciones individuales pero irregulares en los
conjuntos los parientes de Buoso Donati: Marina Silva (Nella); Pablo Urban
(Gherardo), Juan Salvador Trupia (Betto di Signa), Juan Font (Marco), Eugenia
Fuente (la Ciesca) y Mario de Salvo (Simone).
Correcto el resto del numeroso
elenco, así como los coros en las intervenciones internas.
En suma: con sus más y con sus menos una buena noche de ópera.
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