España - Valencia
Metales preciosos
Rafael Díaz Gómez
Valencia, miércoles, 3 de marzo de 2004.
Palau de la Música, Sala Rodrigo. Spanish Brass Luur Metalls. Christian Lindberg, trombón. Ole Edvard Antonsen, trompeta. J. S. Bach (arr. Fred Mills): Tocata y fuga en re menor. Áskell Másson: Shadows. Juanjo Colomer: Diálogos inmencionables. W. Lutoslawski: Mini overture. Robert Delanoff: Concerto. C. Lindberg: Groundhog Mamba. Aforo para la representación:420. Ocupación: 100%
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Se celebraba el decimoquinto aniversario del Spanish Brass Luur Metalls. El día anterior se había presentado en sociedad, en el Club Diario Levante, el último disco del grupo, el séptimo de la lista: Absolute. El título pretende hacer referencia a la idea de libertad total que ha de regir el proceder del artista. Libertad que defiende con la cabeza bien alta este quinteto de metales, un conjunto cuyos miembros se dedican exclusivamente a hacer música de cámara con sus compañeros, lo que no deja de ser curioso en una tierra donde el pluriempleo musical está a la orden del día, generando, en no pocos casos, una relación inversamente proporcional entre rendimientos artísticos y económicos.En la presentación del compacto se escucharon palabras elogiosas. Disciplina, facilidad para comunicar con el público, compromiso con su tiempo caracterizan al grupo, según José María Agramunt, un representante de la única institución que lo apoya, el Instituto Valenciano de la Música. Probablemente el mejor quinteto de metales de la actualidad, dijeron, cada uno por su parte, Ole Edvard Antonsen y Christian Lindberg (¡y estas voces si que son autoridades!), quienes situaron al SBLM en el extremo de una tradición de ilustres quintetos que cada vez alcanza cotas más altas de perfección. Como uno de los eslabones de esa tradición estaría el conjunto de Philip Jones, a quienes el SBLM dedica el registro.Para demostrar que las palabras eran ciertas nada mejor que profetizar en la propia tierra. El Palau ofreció la sala Rodrigo, donde se celebran habitualmente los conciertos de cámara. Al parecer, los responsables de la casa no se esperaban que el aforo se completara y ni siquiera ordenaron editar programas de mano suficientes para toda la asistencia, así que muchos tuvieron que compartir el tríptico (la economía de guerra fomenta la solidaridad: ¡qué idea tan bonita!). El programa del concierto proponía las mismas obras que las incluidas en el disco compacto. Se respetó incluso el mismo orden. Dos obras clásicas del repertorio para quinteto de metales iniciaban cada una de las dos partes de la sesión. Una exhumación y tres estrenos absolutos conformaban el resto.El arreglo de la Tocata y fuga en re menor abrió la espita de la felicidad. Los músicos de pie, se movían, se giraban, buscando y logrando combinar diferentes planos espaciales. Algunas imprecisiones no lograron empañar las buenas sensaciones. El ambiente se comenzaba a caldear. Acabada la pieza, Carlos Benetó, uno de los dos trompetas del grupo, presentó a Ole Edvard Antonsen como a alguien que cuando le escuchas tocar en directo te caes para atrás. Él fue el solista de Shadows, concierto para trompeta y quinteto, un encargo del grupo al islandés Áskell Másson (1953) para conmemorar su aniversario. Según informa la carpetilla del disco, Shadows es un “juego de sombras entre el solista y el grupo (…) La idea principal es presentar al trompeta solista como un foco de luz entre todas y cada una de las sombras que parpadean a su alrededor”. Y precisamente esa cualidad que tiene la luz de ligereza, de inmaterialidad, pero a la vez de revelación de todos los volúmenes fue lo que los intérpretes lograron recrear.Otro concierto, en este caso para trombón, cerró la primera mitad del programa. La obra de Juanjo Colomer (Alzira, 1966), Diálogos inmencionables, es un encargo del Instituto Valenciano de la Música. La partitura sigue la estructura básica de unas variaciones en las que el solista se va desvinculando progresivamente de su papel asociado al conjunto para ir haciéndose con el protagonismo de la obra. Si el protagonista es ni más ni menos que Christian Lindberg, el espectáculo está garantizado. Detrás de las trazas de hombre nervioso, simpático y comunicativo debe de haber un rigor extremo que le lleva a ser capaz de plasmar de forma alucinantemente precisa y profunda todas las indicaciones de una partitura.En el descanso, las primeras felicitaciones entre el respetable. Y los comentarios sarcásticos a la valenciana: que si Lindberg parece un motero (por sus pantalones de cuero y su camisa medio psicodélica), que si los chicos del quinteto son buenos para tocar en Fallas… La verdad es que, bromas aparte, el público era joven y entendido, en buena parte procedente de la gran cantera de los vientos locales.Aunque no hay que ser muy experto para disfrutar con la Mini overtura de Lutoslawski, una mini obra maestra, refinada y sutil, perfectamente traducida por SBLM. Después, llegó la obra rescatada, pues no se había tocado desde su estreno hace ya veinte años, el Concerto de Robert Delanoff (República Checa, 1942). Sus tres movimientos, de estructura clásica, tienen un carácter casi sinfónico por el uso continuado de los cinco instrumentistas. La partitura es interesante y justamente rememorada.Pero el plato fuerte se dejó para el final. Fue la obra de Christian Lindberg Groundhog Mamba. La mamba es una serpiente verde del Sureste de África y la groundhog es la marmota americana. ¿Por qué la titula así su autor? Él mismo nos dice que el nombre lo encontró de pronto, después de haber escuchado la música una y otra vez en su cerebro. Nada más. Tampoco importa. Se trata de un doble concierto para trompeta y trombón y quinteto, de nuevo un encargo del SBLM. Es una música sinuosa y tensa, muy vital. Los intérpretes, tocándola, nos atraparon con su virtuosismo y su musicalidad impresionantes. Porque sobre el escenario había un auténtico conjunto, un grupo que sabía traslucir un pensamiento no único, sino común y perfectamente equilibrado. Eso es hacer música de cámara. Y crear volúmenes, sonidos que pesan, que adelgazan, que se evaporan, intensidades infinitamente matizadas, colores con todo tipo de brillo, fuerzas rítmicas que te arrastran… Hay mucho trabajo detrás de tanto gozo.Y para gozo final, las propinas: una de cada solista, proyectando sonidos que aunque te lo expliquen con moviola no entiendes cómo han podido salir, y luego, los siete juntos, y bailando, el ‘Intermedio’ de La boda de Luis Alonso. Apoteósico. Nos habíamos caído de espaldas, efectivamente. Después, todos en pie, a aplaudir. La próxima vez que el SBLM vuelva al Palau ha de ser en la sala grande. Apostar por este grupo, en disco o en directo, es apostar sobre seguro. Son metales preciosos.
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