España - Andalucía
El magisterio de una Freni
Paco Bocanegra
A falta de una verdadera temporada lírica –en la presente, ausente de Carlos Álvarez, no se han programado sino dos títulos de ópera y uno de zarzuela-, situación en verdad vergonzante para una ciudad de la entidad de Málaga, el Teatro Cervantes parece querer compensar semejante carencia con la presencia de cantantes célebres en el final de su carrera: Raina Kabaiwanska el pasado enero, Mirella Freni ahora, y la prevista, aunque no tan prometedora, Mara Zampieri.
Si el recital de la carismática soprano búlgara repitió el merecido éxito apoteósico de Madrid, gracias también a sus incondicionales, el de Mirella Freni, no por haber estado envuelto de un clamor mucho más discreto ha desmerecido en absoluto respecto del primero. La circunstancia de la cancelación repentina y posterior aplazamiento sin duda privó a muchos de la posibilidad de disfrutar de una artista que, a sus sesenta y ocho años confesados, muestra una salud vocal envidiable y unas tablas extraordinarias.
Nunca ha derrochado la de Módena esa fascinación característica de algunas divas, pero su naturalidad y sencillez han venido acompañadas siempre de una voz que la ha colocado con justicia como una de las más sobresalientes sopranos líricas de los últimos cincuenta años. Freni sigue siendo la misma de siempre. El centro se mantiene casi intacto y la fluidez de línea de canto y belleza del timbre continúan produciendo esa suerte de efecto simpático inconfundible con que tan expresivamente adorna cuanta melodía afronta.
El jugoso programa fue escogido con sabiduría, pues le permitió extraer lo mejor de sí misma sin exponerse innecesariamente a grandes riesgos. Si para comenzar deleitó con piezas como O del mio dolce ardor de Gluck o Deh, pietoso, oh addolorata e Il tramonto de Verdi, en las que desde el primer instante sedujo por la autoridad de la emisión, la pureza del canto y la propiedad estilística, con las canciones de Tosti y muy especialmente con el Ave Maria de Mascagni y el 'Dio pietoso' de la ópera Resurrezione de Alfano, se adentró en terrenos de carga verista en las que consiguió sobrecoger al público, con sus característicos graves incluidos. Estuvo inolvidable en la escena debida a Alfano, cuando supo crear ese profundo silencio admirable en todo cantante de ópera y que distingue a los auténticos fuera de serie.
Tras el descanso y la exquisitez del Soupir de Duparc y Elegie de Massenet para recobrar aliento, llegó el momento álgido. “'Adieu, notre petite table' de Manon rozó la perfección: condensó en pocos minutos no sólo todo un retrato de su personaje sino la atmósfera completa de toda la obra. Una oportunidad impagable. Por último, la esperada escena y aria de la carta de ‘Tatiana’ de Eugene Oneguin sumó a cuanto se ha señalado anteriormente la expectación por el modo en que la soprano atacó a todo riesgo y con la mayor desenvoltura sus bellísimas frases en pianissimo.
Un recital memorable obsequiado con dos entregadas propinas: “Io son l’umille ancella” de Adriana Lecouvreur y El sueño de Rachmaninov. En ellas como en todas las demás piezas el pianista Ronald Schneider se mostró consumado acompañante para Freni, así como un intérprete experimentado de notable maestría técnica y sensibilidad.
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