Rusia
Una historia de tres, que no un trío
Maruxa Baliñas
Ya es una tradición la visita anual de Plácido Domingo al festival Estrellas de las Noches Blancas, como cantante y como director de orquesta. Es uno de los acontecimientos del festival y las entradas se agotan siempre. El año pasado comenté su Macbeth -como cantante- mientras Carreira escribió sobre su Trovatore -como director- y este año ha sido un placer volver a coincidir con él y ver que el público lo sigue adorando y se vuelca con él.
Con otra producción, esta hubiera sido una noche redonda. Pero el trabajo de Claudia Solti fue muy desigual y en general no aportó nada a una ópera tan trabajada ya como Traviata. El primer acto transcurrió en una estructura redonda que iba girando y abriéndose para mostrar diferentes estancias de la casa de Violetta. Esta misma estructura y decorados se usó también para la casa de Flora, aunque tanto la escena de las gitanas como de los toreros se hicieron más bien en el exterior de la casa, y lógicamente para el último acto. El jardín de las afueras, que debía haber representado un contraste con este mundo nocturno y falso, fue tan sumamente artificial -lleno de dorados y árboles imposibles- que molestaba más que nada. Tampoco la habitación de Violetta en la escena final tuvo ningún interés.
El movimiento de actores fue igualmente descuidado. Solti puede tener razón en concentrar la acción en Violetta, Alfredo y su padre, pero debe cuidar igualmente el resto de los personajes. Y si no fuera por la parte vocal, ignoraría quiénes eran Flora, Obigny, y Gaston. Respecto a los que no se pueden obviar, Douphol apareció con gafas de sol -tan oscuras que al principio pensaba que era un ciego que estaba allí de relleno, como el enano de la fiesta- y se portó como un macarra, pero incluso un macarra poco convencido, pasota incluso; Annina fue una criada que apenas hizo nada más que atravesar habitaciones y abrir la cortina (excepto por lo vocal, no se le vió interés por Violetta); y el Doctor Grenvil llegó a ponerme nerviosa en el último acto porque nunca había visto un médico que mientras el paciente muere se quede pegado a una pared y no se le acerque ni una sola vez o haga algún gesto. Creo que Solti se equivocó también en su visión de Giorgio Germont, a quien no definió ni como padre ni como sufriente o arrepentido. Como el doctor, cuando llega al lecho de muerte de Violetta se queda pegado a la pared más alejada y no se acerca a ella, con la diferencia de que Domingo de vez en cuando, para mostrar su arrepentimiento, se gira avergonzado hacia la pared. Violetta y Alfredo podrían haber estado mejor dirigidos, pero hicieron lo que se esperaba de ellos, eso sí, sin especial dedicación.
Vocalmente en cambio fue una noche de lujo. La soprano uzbeka Oxana Shilova me dejó encantada. La voz es preciosa y la usa bien, no es una Violetta doliente, sino un poco áspera, pero hizo todas sus arias impecables y sólo en el brindis inicial se le podría reprochar demasiada lentitud, hasta el punto de que Gergiev tuvo que frenar a la orquesta y también el tenor cambió su tempo, aunque sin llegar a encajar con la lentitud de ella. En el resto de la ópera no volvió a haber disimilitudes semejantes. Hizo un tercer acto realmente conmovedor.
Migran Agadzhanyan (1992) debutaba como Germont y en algún momento se le notó. Las arias sonaron todas muy bien, pero en momentos menos importantes -y faltándole una dirección escénica suficiente- hubo caídas de tensión. Fue el caso por ejemplo del segundo acto, cuando aún cantando bien todas las notas, no conseguí enterarme si la marcha de Violetta le producía enfado o dolor, y nuevamente en la fiesta de Flora si predominaba la venganza o la ofensa. Agadzhanyan es un tenor muy interesante, porque todavía no ha definido su carrera, se ha formado como cantante y ha ganado algunos premios, pero sus estudios son principalmente de piano y dirección de orquesta, y de hecho, con menos de 20 años formó la Orquesta Sinfónica Juvenil de San Petersburgo, que dirige desde entonces con éxito. En pianistas u otros instrumentistas no es tan rara esta dedicación al virtuosismo concertístico al tiempo que se inicia una carrera de director de orquesta, pero en cantantes es mucho menos habitual. Agadzhanyan ha formado parte de programas de jóvenes cantantes de la Academia de Santa Cecilia de Roma (su italiano es impecable) y actualmente del Domingo-Colburn-Stein Yong Artist Program de la Ópera de Los Ángeles. Además ha estrenado ya algunas composiciones.
El tercer elemento de esta ópera de tres personajes fue Plácido Domingo. Vocalmente hizo un buen papel, pero la edad se le nota y algunos problemas los resolvió a base de experiencia, creo que además está perdiendo flexibilidad dinámica. Por un momento cuando empezó a cantar me dió pena porque ya no puedo escuchar al Domingo mítico de los discos, pero luego pensé en quién le podría sustituir mejor en este papel de Giorgio Germont, y me contesté a mí misma que el cantante que quiero escuchar es Domingo, y el público de la sala creo que también lo entendía así. ¿Puede haber voces mejores para este papel?, es probable. ¿Alguien que lo haga mejor?, no lo tengo tan claro. Actoralmente, Domingo se sabe el papel muy bien y no tuvo los problemas de Agadzhanyan, pero -como antes indiqué- la dirección escénica no se lo puso fácil, por eso me gustó más dramáticamente en el segundo acto, donde los gestos de interés por Violetta y en general la evolución de su personaje le salen ya naturalemente, que en la escena final, con esa lejanía física respecto a Violetta.
Correcta pero anodina la Annina de Varvara Solovyova (en otras ocasiones una gran cantante), preciosa voz la de Vladimir Feliauer (Doctor), correcto pero también anodino Begansky, un lujo los cantantes de los personajes 'de relleno': jardinero, criada de Flora, Gastón o d'Obigny. En estos personajes es donde se nota la existencia de una compañía, porque estos papeles secundarios a menudo no recaen en cualquiera como pasa en otros teatros, sino en solistas de la compañía que de este modo descansan de papeles más exigentes.
Poco puedo decir de la dirección musical de Gergiev: es uno de mis directores de orquesta favoritos y cuando creo que no me va a sorprender, lo hace nuevamente. Casi empecé a llorar con la obertura inicial de la ópera, porque el drama ya se desarrolló en síntesis ahí, y todas las emociones tuvieron su sitio. Pero además es un gran acompañante que sabe lucir a sus cantantes y cubrirlos cuando es preciso, por lo que en las funciones que dirige no sólo se disfruta de la orquesta y el concepto general de la ópera, sino también de unos cantantes que lucen mucho más bajo su férula. Y no hay ni que decir que con Gergiev a la batuta, los metales del Mariinski -su punto más delicado- no tienen fallos.
El coro también se lució, y como ya me ha pasado en otras ocasiones me he quedado en ocasiones sin saber si lo que estoy viendo son coristas que bailan o bailarinas que cantan. O sea, en la escena de las gitanas sólo salieron seis mujeres que bailaban y cantaban como profesionales, y en diversos momentos de la ópera volvió a asombrarme la ductilidad dramática del coro.
En resumen, en el aspecto musical una de las mejores Traviatas que he visto .... y ya van unas cuantas. Salí de la función prácticamente levitando del gozo. Al regresar a mi apartamento, en el autobús, coincidí con unos colombianos y una brasileña que venían del fútbol, desanimados porque los dos equipos latinoamericanos que aún seguían en el mundial (Brasil y Uruguay) habían sido eliminados esa tarde. Pero cuando les dije que yo venía de escuchar a Domingo y que había sido un éxito absoluto, a unos de los colombianos le cambió la cara y dijo: "entonces no ha sido un día tan malo". No, no lo fue.
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