Rusia
El Mariinski, un teatro verdiano
Maruxa Baliñas
Aunque en San Petersburgo se estableció antes la compañía de ópera alemana que la italiana, desde hace ya más de doscientos años la preferencia por la ópera italiana es clara, de hecho La forza del destino (1862) fue un encargo de este teatro Mariinski -cuando aún no se llamaba así- y Verdi asistió al estreno. Sin remontarnos tanto al pasado, en estos momentos el Teatro Mariinski tiene en repertorio un total de catorce óperas de Verdi, además de una versión escénica del Requiem, y presume de que pocos teatros europeos son tan verdianos. A lo largo de esta edición del XXVI Festival Estrellas de las Noches Blancas se ha programado la representación de doce óperas de Verdi, de las que yo asistí a cinco (otras tres las había visto el año pasado), lo cual para dos semanas no está nada mal, y realmente se puede hacer en pocos o acaso ningún teatro europeo. La estrella era un nuevo montaje de Falstaff a cargo del director escénico Andrea de Rosa, con el que se abrió el festival el pasado 23 de mayo, y que yo vi precisamente en mi último día en San Petersburgo, el 15 de julio, aunque con un elenco casi totalmente distinto al del 23 de mayo, donde dirigía Gergiev y se había seleccionado a cantantes mejores. Este año asistí a Traviata, La forza del destino, este Don Carlo, Attila, y Falstaff, y además se hicieron Rigoletto, Aida, Simon Boccanegra, Trovatore (que vi el año pasado, dirigido por Plácido Domingo), Ballo in maschera, Otello (que vi, también el año pasado, en el montaje de Vasily Barkhatov) y Macbeth (también de la visita de 2017, en montaje de David McVicar y protagonizado por Domingo).
Tanto para Attila como en este Don Carlo, los responsables del Mariinski optaron por elegir directores escénicos italianos, que -por lo menos en teoría- están más cercanos a las óperas de Verdi. Este montaje de Giorgio Barberio Corsetti (Roma, 1951) fue estrenado en el Teatro Mariinski el 29 de diciembre de 2012, tras un encargo de Gergiev, quien en abril de 2011 había sido el director musical de una Turandot en La Scala de Milán dirigida escénicamente por Corsetti. El montaje sigue bastante el estilo de Corsetti y su equipo: la sencillez formal, el uso moderado de vídeos o juegos lumínicos, el seguimiento bastante directo del texto, etc. Hubo detalles estúpidos, como la utilización de máscaras de carnaval o de danzas de la muerte medievales en la caracterización de los monjes durante el Auto de Fe, un momento que tiene que ser serio e incluso impresionante, y no una 'carnavalada'. Muy positiva en cambio la idea de presentar a los propios protagonistas en proyecciones viodeográficas gigantes en el fondo del escenario realizando acciones sencillas relacionadas con lo que está ocurriendo en escena: Don Carlo rompiendo las flores con su espada para mostrar su frustración, Elisabeth expectante y optimista al principio de la ópera, etc. Sugerente también la proyección en que Don Carlo enfadado coge su espada para pelear y su imagen se va multiplicando hasta que hay dieciocho Don Carlo en el fondo.
Los decorados fueron sencillos: el monasterio de San Justo era una estructura muy sencilla, poco más que una pared de piedra con unas ventanas que se veían muy modernas, que permitía la proyección de vídeos y sobre todo del cartel que se ha convertido en símbolo de la obra: "Tempus fugit, aeternitas manet". El jardín de San Justo fue apenas más que una proyección de árbol y hierba ante las paredes del monasterio. Tampoco se complicaron la vida Corsetti y su equipo para el resto de los decorados, oscilando entre la modernidad de las celdas, unos agujeros rectangulares en el suelo por los que a veces aparecían o desaparecían personajes, el esquematismo de la plaza de Valladolid -prácticamente idéntica a la cárcel por lo que se define por los personajes- y las intemporales estancias del rey. En ocasiones eran los cambios de iluminación los que indicaban un cambio escénico, aunque sin duda fue el color rojo el que más definió esta ópera.
El papel de Don Carlo estuvo a cargo de Migran Agadzhanyan, el tenor que había hecho dos días antes Alfredo en La Traviata. Pero si como Alfredo me había convencido, a pesar de que debutaba el papel y se le notaba cierta inseguridad y sobre todo poco dominio dramático del papel, en su papel de Don Carlo me gustó menos. Creo que simplemente es demasiado 'novato' para afrontar dos protagónicos con sólo dos días de diferencia. Conoce el papel, frasea bien y tiene buen gusto, pero a veces se quedaba escaso de potencia -sobre todo porque sus dos partenaires femeninas no tenían problemas al respecto y la comparación le pejudicaba-, cometió algunos errores pequeños y en los dos primeros actos parecía cansado. Su mejor momento fue en el tercer acto, cuando Rodrigo viene a sacarlo de la prisión, y -actoralmente- el final de la ópera.
Su amigo Rodrigo, encarnado por Alexei Markov, fue posiblemente el mejor cantante de la representación. Markov es un cantante de la compañía del Mariinski que mantiene también una amplia carrera fuera de Rusia, como se puede observar en el buscador de Mundoclasico.com donde figuran intervenciones suyas en EEUU, Europa y España. En los dúos Don Carlo y Rodrigo, y especialmente en el primero donde se declaran su amistad, resultó evidente la superioridad de Markov, un barítono que además actúa muy bien.
Aunque hubo un tercer protagonista de este dúo y en general de toda la ópera: el director de la orquesta, Christian Knapp, quien me gustó aún más en este Don Carlo que en su anterior intervención en La forza del destino. No pudo evitar algunos errores en los metales, que son -por lo que he visto en estos días- algo casi fijo en todas las representaciones, pero llevó la orquesta con agilidad y control, y con una enorme musicalidad. Casi cada aparición del tema de la amistad entre Rodrigo y Don Carlo fue cuidadosamente mimada convirtiendo así Don Carlo en una ópera donde la búsqueda de la libertad y la amistad son tanto o más importantes que el amor. Fue muy aplaudido al final de la representación, tanto o más que los cantantes.
La mezzosoprano Ekaterina Semenchuk (Princesa de Éboli) es de mis cantantes favoritas del Mariinski. La voz es preciosa, potente y bella, y Semenchuk sabe utilizarla: todo lo que canta suena convincente, musical y trasmite emoción. Me parece excesivo compararla con Obraztsova, como han hecho algunos críticos musicales, pero también es cierto que yo sólo conozco a Obraztsova como gran figura y no sé cómo sonaba en sus comienzos. Como a Markov y Churilova, ya le había escuchado el año pasado en el Trovatore que dirigió Domingo y este Don Carlo sirvió para reafirmarme más en mi convicción de que Verdi es un compositor que le va muy bien por voz y estilo.
Irina Churilova (Elisabeth de Valois) tiene una bonita voz y un fraseo cuidado, además de actuar muy bien su papel, pero en algunos momentos me desagradó la emisión, que me parece demasiado abierta. Su esposo, Mikhail Petrenko (Felipe II) fue irregular, junto a momentos muy logrados, en otros resultó un poco decepcionante. Se agredeció la potencia de voz y sobre todo su belleza. En el segundo acto se creció y al final fue de los cantantes más aplaudidos. Sergei Aleksashkin tiene una voz atractiva y fascinante, pero su interpretación del Gran Inquisidor fue simplemente discreta, porque la dirección escénica tampoco le favorecía, sólo en el final del III acto se mostró como el gran cantante que es. Dimitri Grigoriev (Monje) y Violetta Lukyanenko (Voz celestial) fueron excepcionalmente buenos, ya que el Mariinski puede permitirse cantantes buenos también para hacer estos papeles menores (de hecho, Lukyanenko me impresionó unos días después como una gran Nanette en Falstaff)
Don Carlo es una ópera que siempre me gusta escuchar y conozco relativamente bien. Sin embargo esta representación me hizo fijarme más en otros elementos de la historia principalmente gracias a la batuta de Knapp, un director que cada vez que lo oigo me convence más, a la calidad de Markov, que convirtió a Rodrigo en un personaje muy real, y en general al alto nivel de todos los cantantes. Si tienen ocasión, asistan a este Don Carlo y disfruten de la tradición verdiana que está creando el Teatro Mariinski, que añade a la receta de la tradición propiamente italiana unos toques de sabor originales y muy atractivos.
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