Discos
Genial Cavalli
Raúl González Arévalo
La popularidad de Francesco Cavalli va imparable en aumento. Sin alcanzar la fama y el predicamento de Monteverdi, cada vez hay más grabaciones integrales de sus óperas, en CD (La Calisto, Giasone, Gli amori d’Apollo e di Dafne, Eliogabalo, Statira, Artemisia, L’Ormindo) como en DVD (La Calisto, Ercole amante, La Didone, Il Giasone, La virtù de’ strali d’amore, Elena). Algunas cuentan incluso con varias versiones. Naturalmente, su música es indispensable en cualquier recital sobre la lírica italiana del siglo XVII (para muestra, los recientes recitales de Filippo Mineccia y Emőke Baráth) cuenta con otros discos monográficos, como los de Raquel Andueza y Xavier Sabata (Miracolo d’amore, Anima e corpo) o Raffaele Pe y Giulia Semenzato (Sospiri d’amore, Glossa).
Tras los recitales centrados en Vivaldi, Porpora, J.C. Bach, Caldara o Handel, Philippe Jaroussky se fija ahora en el genial veneciano, normal si tenemos en cuenta su acercamiento previo a Monteverdi, particularmente conseguido con L’incoronazione di Poppea. En mayor medida que el último recital handeliano, el nuevo es más variado en el carácter de las piezas que presenta. Ciertamente, el compositor lo ponía fácil, pues la gama de emociones que abordó en la treintena larga de óperas que compuso (de las que se conservan veintisiete) es extensa. Era obligada la presencia de sus lamentos, invención propia en colaboración con sus libretistas, a medio camino entre el recitativo y el aria. Pero también de sus escenas cómicas, no pocas veces ligadas a un tratamiento divertido y abiertamente sexual de los momentos amorosos.
Jaroussky, cantante consumado con un dominio absoluto sobre su voz, en un momento de madurez artística insuperable, hace plena justicia a ambas variables. La dulzura del timbre y el acento doliente resaltan el sentido de la tragedia que subyace en los lamentos de Erismena (sublime en “Uscitemi dal cor”), Eliogabalo (“Misero, così va”), Gli Amori d’Apollo e di Dafne (“Misero Apollo”) y La virtù de’ strali d’Amore (“Desia la verginella”). Al mismo tiempo, es capaz de toda la ironía y la picardía que requieren piezas como el aria del Sátiro y, sobre todo, el personaje de Endimione en La Calisto; “Ombra mai fu” de Xerse es mucho más sarcástica que la posterior de Handel, mientras que resulta evidente la falta de sinceridad en el aria de Giasone (“Delizie contenti”). No falta tampoco la ocasión de puro lucimiento, haciendo gala del dominio de las rápidas agilidades ligadas en “La bellezza è don fugace” (Xerse). Donde resulta menos convincente por la falta de mayor agresividad en el canto y un uso menos incisivo de la palabra es en el aria marcial de Statira (“All’armi mio core”).
No están presentadas en orden cronológico, pero no tiene importancia alguna por la unidad estilística. La presencia de Baráth y Lemieux es anecdótica, casi podríamos calificarlas de visita de pleitesía, pues realmente les aporta más a ellas aparecer en el disco del francés que a él, especialmente a la húngara, estrella emergente de perfil igualmente delicado, que a la consagrada québecoise, irresistiblemente cómica como ninfa que rivaliza con el sátiro. Lo que no es anecdótico, sino fundamental, es el desempeño del conjunto Artserse, fundado por el propio contratenor. Respecto a Monteverdi, Cavalli desarrolló la participación de los instrumentos, como revelan en particular sus sinfonías, una auténtica delicia a pesar de su brevedad. En definitiva, un gran retrato de un gran compositor, el más importante del Seicento italiano junto con su maestro.
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