Ópera y Teatro musical
Donde la Nilsson es solo Birgit: Memorabilia y actualidad en las Jornadas Birgit Nilsson en Suecia
Agustín Blanco Bazán
En el título de su inolvidable autobiografía, una cosechadora de papas del condado sueco de Scandia se presenta como “La Nilsson.” Y así conocemos todos a esta aldeana para quien el paso por Bayreuth, la Opera de Viena, la Scala o el Met, siempre fueron desvíos laborales de una rutina doméstica que la devolvía todos los años a la pequeña aldea de Västra Karup, y a la iglesia donde dio su primer recital y junto a la cual está hoy enterrada.
A pocos kilómetros está la cercana granja donde creció y pasó sus veranos hasta el final. La casa está como siempre, con un amueblado rústico de típica filiación escandinava, ahora sin los gatos que llamaba a comer con el grito de guerra de La walkiria y con un imponente busto suyo en el jardín. El granero es ahora un excelente museo de archivos, grabaciones de sus momentos magistrales y recuerdos de todo tipo.
Entre muchos objetos allí almacenados me sorprendió encontrar el famoso casco alado con una linterna adosada para que parezca como de una walkiria luchando para poder ver algo en la profundidad de una mina. Famoso porque la Nilsson se lo puso en un ensayo para protestar contra una oscurísima regie impuesta por Herbert von .
Y por supuesto que para comentar su paso por el Colón de Buenos Aires, la audioguía incluye el relato de cómo en 1955 la joven Isolda y su marido tuvieron que escapar en pijamas al sótano del Hotel Claridge para protegerse de los combates que terminaron con el primer gobierno de Perón. “¡Aquí no vuelvo más!”, juró la diva para regresar en repetidas visitas y dedicar un generoso capítulo una ciudad y un teatro cuyas deficiencias no hacían sino refrescar su capacidad de reírse de sí misma.
A quienes no esperan encontrar este tipo de humor en Escandinavia, me apresuro a advertirles que si en algo pude asociar a Birgit con el foco de cultura creado en su homenaje en su terruño, ese algo es en el humor. “¡Es que a nosotros nos encantan las papas!” me comentaron algunos al referirse al quehacer agricultural de la cantante, siempre en tono de sorna, como invitándome a que me riera un poco de la paradoja de que una de las más grandes sopranos dramáticas del siglo XX hubiera salido de entre ellos.
Los conciertos de las Jornadas Birgit Nilsson organizadas este verano tuvieron lugar en la iglesia de Västra Karup donde la diva dio su primer recital el día de su bautismo con un huracán de gritos y llantos que fue acallado con el chupete local, consistente en la punta de un trapo previamente sumergida en brandy. La primera de las veladas (todas con acompañamiento de piano) fue un recital de alumnos que acababan de ser educados en clases magistrales a cargo de Miah Persson.
El segundo programa incluyó fragmentos de ópera y lied a cargo de Johanna Wallroth, una soprano de formidable apoyo, pareja densidad vocal y consumada expresividad de recitativos ganadora de la Beca Birgit Nilsson 2021. Al cierre de las jornadas, y Wallroth se unieron a la mezzo Emma (ganadora de la misma beca en el 2020), el tenor Joel Annmo y el bajo Henning von en fragmentos de Don Giovanni, Fidelio, Lohengrin, Macbeth y El Caballero de la Rosa. Y a continuación van algunas observaciones sobre este festival veraniego tan vital y libre de amaneramientos como la campesina que logró inspirarlo.
Mi primera observación es sobre el desbalance entre la abrumadora mayoría de excelentes cantantes femeninas y la relativa escasez de tenores, barítonos y bajos que pareciera prevalecer en Escandinavia. El recital de los alumnos de las clases magistrales incluyó seis mujeres y dos hombres, y no puedo dejar aquí de recordar aquí la observación de Stephen Landridge, quien fue director artístico de la Ópera de Gotemburgo, en el sentido que tal vez hay una forma de cantar telúrica que produce buenas sopranos o mezzos pero que no ocurre lo mismo con cantantes masculinos.
La Nilsson cosechaba papas, ordeñaba vacas y cantaba varias horas por día hasta el punto de recibir serias advertencias de que si no se cuidaba se le iban a debilitar las cuerdas vocales.
Pero parece que ocurrió lo contrario: más cantaba y más fuertes se ponían mis cuerdas vocales. Y cuando tomaba lecciones me daba la sensación de un entrenamiento de boxeo,
comentó una vez la diva a un periodista británico.
Otra revelación fue para mí la calidad del repertorio de lied escandinavo. Los alumnos de las clases magistrales estuvieron entre correctos y buenos en la interpretación de fragmentos de ópera italiana o alemana, pero parecieron transformarse con Grieg, y otros compositores menos conocidos internacionalmente como los suecos Ture qué poder de comunicación en los seis Lieder op.48 de Grieg! ¿Y qué nos habrá estado comunicando en los dos maravillosos lieder de Wilhelm (1871-1927) que incluyó en su programa? ¡Qué pena que el programa no incluyera una traducción al inglés! (1884-1947) o Emil (1853-1918). En el recital de Johanna Wallroth, todo fue superlativo porque esta soprano ya tiene un nivel internacional de buen fraseo e intención dramática en Mozart, Duparc, Poulenc, Korngold y Puccini, pero, ¡qué profundidad de sentido y
El recital de cierre fue de nivel internacional, con Miah Persson radiante y segura como Doña Ana, Elsa, Leonore (Fidelio) y la Mariscala, junto a la Zerlina, Marzelline y Sophie de Wallroth y Emma Sventelius como Doña Elvira y Octavian, más Henning von Schulman como Leporello, Rocco y Banquo y Joel Annmo como Jaquino y Don Ottavio. Frente a estas voces, la iglesia reverberó agresivamente y no puedo dejar de imaginarme como habrá temblado esta nave con Birgit Nilsson, quién, nos informa la documentación de su museo, no sólo logró romper el vitral de un edificio público con su voz láser sino también quebrar la piedra de uno de sus aros (en exhibición en el museo).
La solución a las reverberaciones parroquiales está en lo que hasta hoy había faltado en la patria chica de Birgit, a saber, una buena sala de conciertos. Este octubre se inaugurará un pequeño pero excelente auditorio y centro cultural junto al mar en los idílicos jardines de Norrvikens, no muy lejos de la costa áspera y rocosa donde Ingmar Bergman filmó el partido de ajedrez de Max von Sydow con la muerte.
Nada ahorraron los lugareños de esta comarca de paisajes de maravillosos contrastes para imponernos su Birgit Nilsson. Hasta nos organizaron larguísimas caminatas, algunas de ellas con escaneos en parajes campestres con grabaciones que incluyen lo que Birgit cantaba con sus paisanos. Por supuesto que se ha incluido en estos recorridos esa emblemática Niculina que de niña se envalentonó para cantar de improviso y a capella en una celebración comunitaria de navidad. Fue un momento de excitación que pagó con una paliza de su madre, porque nada menos apto para una celebración luterana que una canción de picantes insinuaciones eróticas.
Pero así era la Nilsson desde pequeña y hasta el final: imparable y avasalladora en su entusiasmo, su espontaneidad y su irreductible aptitud para tomarse la vida siempre un poco en solfa, sin que nada ni nadie lograra imponerle la solemnidad o la adulación como algo digno de respeto. El bajo Hans Hotter cuenta haber visto al Sigfrido de Wolfgang Windgassen tratando de contener la risa antes de despertar a la Brünhilde de Nilsson durante una función en Bayreuth. Ocurrió que el tenor acababa de levantar el escudo de la walkiria durmiente para descubrir uno de esos carteles hoteleros de “Do not disturb” sobre el pecho de la walkiria.
Para los recorridos que Birgit hacía en bicicleta los organizadores de las jornadas nos transportaron afortunadamente en auto, y no quedó lugar mencionado en la autobiografía de la cantante que no nos hicieran visitar: la casa del profesor que le profetizó que iba a ser una gran cantante, el lugar donde su madre murió en un accidente de auto, un estadio donde cantaba con fines benéficos, etc.
Hasta pudimos encontrarnos, en el museo de la ciudad de Bastad, con el armonio que la cantante recibió de niña como regalo en reemplazo de un piano de juguete con teclas negras pintadas. De más está decir que algunos nos abalanzamos sobre el instrumento para comprobar el famoso detalle: de vuelta de uno de sus viajes, una Nilsson ya famosa visitó el museo para ver si todavía estaba suelta una pequeña pieza de madera decorativa en el centro superior, arriba del atril. Sí, seguía suelta, porque a nadie se le había ocurrido pegarla como es debido. Y sigue suelta hasta el día de hoy.
“Birgit debe darse cuenta de que, realísticamente hablando, no es posible para una granjera transformarse en cantante”. Así amonestó con legendaria estupidez el tenor escocés John Hislop a la alumna que, con Ingmar Bergman, ha puesto en el mapa universal de la cultura a una pequeña comarca del condado de Scandia.
En el caso de la granjera cantante, sus vecinos han contribuido a la preservación de su legado de una manera que, en cierto modo, es más significativa que los teatros de ópera que ella honró con su arte. Porque ninguna diva operística ha logrado ser mejor homenajeada en su más prístina humanidad que Birgit Nilsson en su parroquia natal.
Es por ello que … ¡nada de Isolda, Salomé o Elektra como numero musical ilustrativo de esta crónica! Mejor Niculina, con la Nilsson, o ... ¡perdón!, Birgit, descalza y acompañándose con el famoso armonio de maderas flojas en medio del aplacado pero inocultable regocijo de sus paisanos
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