España - Madrid
Los gavilanes vuelan bajo
Germán García Tomás
19 años llevaba el Teatro de la Zarzuela sin subir a su escenario Los gavilanes de
, uno de los títulos más taquilleros de su autor, y por extensión, de todo el género lírico, que vio su estreno hace casi un siglo en este mismo coliseo con un éxito que no ha dejado de acompañarlo hasta hoy. Las melodías pegadizas y sencillas, pero sinceras y plenamente inspiradas del maestro de Ajofrín, han hecho de esta zarzuela con aires de opereta y cierta aspiración operística, una de las obras más queridas por el público.Ya por fin levantadas todas las restricciones de aforo, el estreno oficial de esta producción había tenido lugar el día anterior al de la presente reseña con las voces del segundo reparto, pues el viernes 8 de octubre las unidades técnicas del Instituto de Artes Escénicas y de la música (INAEM), del que depende el
El veterano
, uno de los directores escénicos más versados en zarzuela, opta por unos Gavilanes que se definirían como deslocalizados si no fuera por la gran bandera de Francia desplegada al comienzo del segundo acto.Puesta en escena sencilla y un tanto estática en la escenografía concebida por Ezio
con apoyo de Ricardo Massironi, poco creíble a la hora de retratar un pueblo de la Provenza francesa, y en la que han construido estructuras a modo de grúas que cambian de posición en determinados momentos. Sobre un gran panel al fondo se van alternando proyecciones de corte paisajístico en cada diferente escena, un recurso discutible, cada vez más extendido y que se utiliza para ayudar a favorecer la diversidad de ambientaciones. El vestuario de Franca es colorido y heterogéneo.La obra sufre diversos cortes en el texto de José
En este primer reparto el triunfador indiscutible es
, que otorga enorme personalidad y garra dramática a su creación del personaje de Juan el Indiano.Sus poderosos medios vocales de barítono lírico y su gran proyección despuntaron en cada una de sus intervenciones desde su famosa salida (“Mi aldea”), brindando una interpretación creíble.
Por contra, no ha sido una elección oportuna la de
, ya en plena madurez vocal, para dar vida a Adriana. La mezzo madrileña se ve en exceso forzada para llegar a la altura que demanda la parte, convirtiendo en estridencia cada agudo que emite.Nos duele y nos da mucha lástima que una grandísima artista como Montiel sufra lo indecible para sacar adelante un papel que no es ni por asomo idóneo para su tesitura grave, por lo que lamentamos profundamente este compromiso artístico adquirido. Tampoco destaca en especial en el plano actoral, donde, siempre con estimables y elocuentes intenciones teatrales, se la nota no obstante algo ortopédica.
El Gustavo del tenor
resulta un poco envarado y en el plano vocal demasiado lánguido, como cuando canta su famosa romanza “Flor roja”, en la que lo hace a media voz, con falsette, además de evidenciar discontinuidad en el registro, cambiando de color en la zona de paso. Una prestación ciertamente irregular. Ambos hombres (Rodríguez y Jordi) acusaron pequeños lapsus con la letra de ciertos cantables, y que son de un estreno.Completando el cuarteto protagonista, la Rosaura de la excelente soprano
es junto a Rodríguez, lo mejor de la función a nivel musical, pues la voz derrocha frescura y ligereza. En el terreno (casi) puramente hablado, -partichinos a la española-, la contribución de Lander Iglesias y Esteve Ferrer es providencial para mantener bien alto el nivel de atención de la historia, pues la equilibrada vis cómica de cada uno encumbra a personajes entrañables en la obra como son el alcalde y el militar.Lo mismo puede decirse del buen hacer de Trinidad Iglesias y de un maduro Enrique
, ya relegado a papeles actorales, como la cuñada y el hermano de Juan, respectivamente, y de Ana Goya como la abuela de la joven, actuaciones que logran dignificar la idiosincrasia de cada personaje.Infortunada época de recortes para el Coro del Teatro, con apenas 16 integrantes que se entregan con el empeño acostumbrado, y una Orquesta de la Comunidad dirigida por Jordi
que suena empastada y con refinados timbres instrumentales, al servicio de las voces.Unos Gavilanes, en suma, que se quedan bastante lejos en lo escénico de aquellos firmados por
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