Italia
Muy curiosa en algunos aspectos
Anibal E. Cetrángolo
I Lombardi es la cuarta ópera de Verdi y sucede al éxito clamoroso de Nabucco. El libretto de Temistocle
Solera se basa en un poema escrito en 1826 por Tommaso Grossi que en su época
tuvo mucha difusión. Los cruzados de Grossi no aparecen idealizados, sino que son
capaces de actos atroces. Esta visión es recogida por Verdi y Solera. La red de
personajes que pueblan al texto original es muy nutrida y esa complejidad es
solo parcialmente acogida por el libreto. Uno de los sobrevivientes a tal poda
es Pirro.
La ópera, a pesar de haber sido escrita en tiempos agitados de la política
peninsular, no fue censurada por el poder austriaco ya que en la época de su
presentación en la Scala -1843-, no se había llegado al momento crítico de
tensiones que habrían de manifestarse cinco años después. Más bien fue la
iglesia la que hubo de quejarse y de estas acciones eclesiásticas resulta que un
íncipit de una oración a la Virgen debe pasar de un “Ave Maria” a un “Salve
Maria” en cuanto no se podía aludir a una oración canónica en un escenario
teatral.
I Lombardi faltaba de Venecia desde la época de su creación. La versión que se muestra
esta vez resulta de una edición flamante realizada por David R. B. Kimbel y tal
empresa forma parte de una acción mayor, ya que la Casa Ricordi, en colaboración
con la Universidad de Chicago, encara el complejo programa de publicar
ediciones críticas verdianas. Francesco Izzo es el responsable de esta
actividad, habiendo sucedido en ese rol a Philip Gossett.
Izzo, que es docente de la Universidad de Southampton, ha participado de una presentación organizada por La Fenice pocos días antes de que I Lombardi subiese a escena. De tal evento participaron también el director artístico del teatro, Fortunato Ortombina, el director musical de esta representación Sebastiano Rolli -que debutaba en Venecia- y Michele Girardi, docente de historia de la musica de la Universidad Ca’Foscari de Venecia. Resultó una manifestación de altísimo nivel gracias a que, además de los dos especialistas de la musicología, personalidades de gran relevancia internacional, tanto Ortombina como Rolli mostraron una competencia en los aspectos históricos que no son habituales en los profesionales de la música o de la gestión teatral, baste decir que Rolli fue discípulo del gran Pierluigi Petrobelli.
En especial modo resultó de gran interés el diálogo que se estableció entre el responsable de la edición crítica y Rolli. Allí se puso sobre el tapete un tema muy delicado: la relación entre el texto resultante de una operación de investigación histórica y su realización práctica. Fue el director artístico quien lanzó la manzana de la discordia. Ortombina, recordando el famoso caso en el que Muti por ser fiel a la partitura se enfrentó con el público de la Scala al suprimir el tradicional, pero no original, do de pecho de “Di quella pira”. ¿Se conservaron agudos en I Lombardi? La respuesta de Rolli, sentado al lado de Izzo fue la siguiente: “Si, hay muchos. Los hemos agregado”, lo que lejos de crear una contraposición con Izzo fue ocasión de un momento de alta musicología.
Izzo explicó que una edición crítica no limita, sino que se abre a la creatividad, libera de una tradición que puede llegar a ser una imposición agobiante, otro “com’è scritto”. Fueron dichas muchas otras cosas interesantes, pero no quiero abusar de quien me lee para saber cómo resultó el Lombardi della Fenice pero aconsejo vivamente a quien tenga curiosidad por lo que se conversó en la mesa redonda de consultar este link de youtube.
Esta ópera es muy curiosa en algunos aspectos. Los numerosos cambios escénicos -nueve- muestran, sobre todo una estructura de tableaux, que se suceden. Cuando en 1847 Verdi transformó I lombardi en Jerusalem para la Opéra de París, procuró una desarrollo más lógico, pero en esta operación, piensa Julian Budden, se cometió un error fatal al transformar a los lombardos originales en francos y esto anulaba cualquier referencia al Risorgimento y tal vez sea por eso que Jerusalem no consiguió nunca reemplazar al original.
El resultado de aquella sucesión de
cuadros, desde la óptica de nuestro tiempo, va en detrimento de la
caracterización de los personajes lo que en su época, lejos de considerarse un defecto fue visto como ocasión de variedad de soluciones dramáticas y sonoras.
Se enfatiza lo colectivo, sobre todo ante la centralidad del coro. Síntoma de
este no casual enfoque, es que al principio de la ópera, en vez de mostrarse los
habituales momentos a solo se nos presenta una situación polifónica, un concertato entonado por casi todos los
personajes centrales del melodrama. Estas características son sagazmente estudiadas
por Alessandro Roccattagliati, quien firma uno de los textos que La Fenice
preparó en esta ocasión
La ópera, que comienza con un brevísimo preludio orquestal, debe resolver,
alzado el telón, un problema que resulta siempre incómodo para el melodrama,
objeto que se mueve en el presente: contar hechos pasados. Eso es
resuelto, como ocurrirá más tarde en el prólogo de Il Trovatore, con una escena de grupo en la que se relata lo ya
ocurrido. En I Lombardi esta función
la cumple el coro 'Era Viclinda - gentil doncella'.
Otra curiosidad de I Lombardi es
mostrada en la escena sexta del tercer acto, que es prologada por un momento
musical de gran interés: un comprometido momento para el violín solista que
resulta en un breve concierto tripartito. Creo que solamente la rutina ha
impedido a esta bella página de gozar de vida independiente en las salas de
concierto. Llama la atención en I Lombardi una rareza dramatúrgica: la aparición post mortem de Oronte, lo que es curioso
porque la tradición italiana del teatro es realista, no ama lo ultraterreno y cuando
en la ópera italiana aparecen los fantasmas estos son traídos de la mano de la gente
del norte, Shakespeare, Walter Scott …
El regisseur de esta ocasión fue Valentino Villa, y las escenografías
fueron de Massimo Cecchetto. La escena mostraba un enorme paralelepípedo. En
diferentes momentos de la acción, los diferentes paneles que lo componían se
deslizaban dando lugar a espacios y a geometrías luminosas como una gran cruz
del fondo, una puerta árabe o mostrando la Ciudad Santa. Solamente en alguna de
las últimas escenas el gran paralelepípedo se abría al cielo. Todo esto se
presentó austero y funcional pero, lamentablemente, el director de escena sintió la
necesidad de pagar tributo “a los tiempos que corren” abonando la tarifa
standard con los aggiornamenti de
siempre: la cueva del eremita era la carcasa de un jeep, hubo un par de semi
striptease masculinos y se vieron ametralladoras por doquier. Hasta hubo dos
niños que daban vueltas por el escenario sin que se entendiese el motivo. No
faltó el coup de grâce
final cuando los modernizados cruzados destrozaron un quiosco de kebab.
La célebre consigna “Deus vult!”, proclamada por el Papa Urbano II, -Odo de Lagery- en Clermont-Ferrand cuando lanzó la cruzada, fue puesta en relieve por grandes cartelones. Esto resultó muy acertado porque evidenciaba la dicotomía establecida entre tal posición de la Iglesia con el texto de Verdi-Solera. Los autores de I Lombardi, valientemente subrayaron en cambio un “Dio non lo vuole” que canta Giselda “quasi colpita da demenza”. Para que no quede duda alguna, en la ópera se repite enfáticamente la frase y -según nos cuenta Izzo- el compositor hubo de subrayar aquel “no” en la partitura. He aquí un texto que, sobre todo en estos momentos, merecería ser más conocido:
No! ... Giusta causa ~ non è iddio
la terra spargere ~ di sangue umano;
è turpe insania ~ non senso pio
che all'oro destasi ~ del monsulmano!
Queste del cielo ~ non fur parole...
no, Dio no 'l vuole ~ no, Dio no 'l vuole!
El vestuario de Elena Cicorella persiguió con empeño una fealdad y una
monotonía que no se consiguen por descuido. Triunfó en su cometido plenamente.
La dirección musical de Sebastiano Rolli fue por cierto segura, dinámica y
vital pero también estentórea, sobre todo para un teatro pequeño como La
Fenice. Tal volumen sonoro pudo haber determinado la también vehemente
participación del tenor principal y la soprano, aunque seguramente ambos
pusieron de lo suyo.
Oronte es un rol ingrato. Ocupa pocos momentos de la acción y son estos muy
comprometidos. Por otro lado su aria, una de las que más amo del primer Verdi,
se canta a voz fría en el momento de presentación del personaje. Antonio Poli
tiene una voz hermosa y sonora. El tenor es seguro y generoso aunque carece de variedad
en los matices.
Roberta Mantegna, Giselda de esta versión, es una gran cantante con una
bella voz de colores claros, flexible en los legati y en la dinámica: evidenció hermosos pianissimi. Resultó siempre muy eficaz aunque a veces su
registro agudo fue ácido, estridente.
Michele Pertusi es una gloria de la lírica. Los años pasan y no en vano,
pero gracias a su excelsa calidad artística el gran cantante mantuvo constantemente
su nobleza de estilo. Nos hizo gozar de un excelente momento verdiano, el aria
'Ma quando un suon terribile' con su estupenda frase final
“di nuovo allor quest'anima
redenta in ciel sarà”.
En algún momento la exigencia dramática -Oronte está muriendo- y los pp de la partitura obligaron a estos tres cantantes y a la orquesta a bajar los
decibeles. Resultó entonces un momento de éxtasis sublime en torno al
maravilloso terceto, 'Qual voluttà trascorrere', donde el violín pretende
defender su centralidad apenas ganado el protagonismo en el concierto que antes
había ejecutado. Aquí, como en otro bello momento de la ópera, el dúo 'O belle,
a questa misera' entre Giselda y Oronte, la languidez estática es matizada,
siguiendo sabias tradiciones del género, con el final esdrújulo de los
versos: “trascorrere/misera”
Fue excelente la Viclinda de Marianna Mappa, se trata de una artista con
voz voluminosa que es gobernada con inteligencia y por eso capaz de exhibir una
mórbida línea de canto. Fue también muy bueno el Arvino de Antonio Corianó
El resto del reparto fue muy correcto.
El coro de la Fenice tiene ahora un nuevo maestro, Alfonso Caiani. El grupo se desempeñó de
manera brillante en la nutrida responsabilidad que asigna este título a los coros
y que incluye un célebre número que fue himno patriótico para los italianos en
tiempos del Risorgimento: 'O Signore, dal tetto natío'.
La orquesta inobjetable. No hubo jamás desajuste entre escenario y foso. El
solo del concertino en el violín fue memorable.
El público mostró gran entusiasmo al final de la velada pero me resultó curioso que la prestación del tenor en la célebre 'La mia letizia infondere', muy digna a pesar da alguna reserva, no hubiese recibido los aplausos de rito, un elemental honor a las armas y esto me abre a una duda: el público de la Fenice está resultando nórdicamente respetuoso o, lo que creo más probable, la gente que presenció este Lombardi era como la que encontré en otras ocasiones, completamente extraña al universo lírico.
Quiero subrayar que es un lujo para La Fenice contar con un director artístico del nivel cultural de Fortunato Ortombina. Paralelamente reitero mi opinión esbozada en ocasión del reciente Fidelio acerca de un teatro que sospecho alimentado por las agencias hoteleras, pero cada vez más lejano de la sociedad veneciana.
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