Alemania

Mejor imposible

J.G. Messerschmidt
jueves, 7 de marzo de 2024
Ivan Fischer © 2019 by Marco Borggreve Ivan Fischer © 2019 by Marco Borggreve
Múnich, viernes, 1 de marzo de 2024. Herkulessaal. Zoltán Fejérvári, piano. Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Dirección: Iván Fischer. Ernst von Dohnányi: Minutos sinfónicos op. 36; Variaciones sobre una canción infantil para piano y orquesta. Claude Debussy: Primavera, suite sinfónica. Erik Satie: Gimnopedia n° 1 (orquestación de Claude Debussy), Gnosiana n° 3 (orquestación de Francis Poulenc). Maurice Ravel: Dafnis y Cloe, suite n° 2.
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La Sinfónica de la Radio de Baviera aúna, sin ninguna duda, la máxima calidad técnica y artística posible con una fuerte personalidad propia, lo que la ha librado de sufrir la uniformización que convierte a tantas orquestas en clones de un anodino modelo musical “globalizado”.

Cuando este conjunto se encuentra con un director como Iván Fischer se produce una conjunción realmente extraordinaria. Lo cual quedó claro desde el tiempo inicial de la primera obra, los Minutos sinfónicos de Dohnányi, por desgracia poco conocida y que en sus cinco breves movimientos atesora bellezas dignas de mucha atención. Dohnányi prefigura aquí lo que será pocos años después (la obra es de 1933) la mejor gran música sinfónica para cine.

El primer movimiento (Capriccio: Vivacissimo possibile) suena ligero, casi coreográfico, con pinceladas impresionistas y ecos de Mendelssohn. La lectura de Iván Fischer no excluye el humor y pone de relieve el colorido de la pieza, un rasgo que se mantendrá a lo largo de todo el concierto. En el segundo tiempo (Rapsodia: Andante) sobresalen por su belleza las partes encomendadas al corno inglés y al clarinete, interpretadas con incomparable refinamiento. Por momentos se vislumbra un parentesco con la música de Kodály. El tercer tiempo (Scherzo: Allegro vivace) recuerda a Richard Strauss y a las Danzas sinfónicas de Rachmaninov. El cuarto (Tema con variazioni: Andante poco moto) ofrece grandes posibilidades de lucimiento a las cuerdas y a los metales, oportunidad que los músicos de la Sinfónica no desperdician. El movimiento final (Rondò: Presto) es prácticamente una evocación de las Danzas eslavas de Dvořak.

Una de las mayores y más interesantes virtudes de la obra es el logro de unidad estilística sin intentar siquiera disimular el eclecticismo del que parte, algo así como la cuadratura del círculo. La interpretación de Iván Fischer es al mismo tiempo refinada y enérgica. Lo único lamentable es que la obra sea tan breve, pues apenas dura un cuarto de hora, que se hace demasiado corto.

Las Variaciones sobre una canción infantil son una pieza en la que el sentido del humor y la ironía están presentes en todo momento, sin que ello les reste seriedad ni rigor compositivo. También aquí Dohnányi muestra una increíble capacidad para jugar con el eclecticismo (a veces nos parece oír ecos de compositores tan dispares como Prokofiev y Ketèlbey) sin perder su propia personalidad musical.

La interpretación de la parte solista ofrecida por Zoltán Fejérvári no acaba de convencer. Se trata de una versión seca, cortante, llena de aristas, en la que el piano suena demasiado percusivo. Ciertamente hay pasajes que exigen una cierta brusquedad, que en esta versión ha sido extendida a toda la obra. Por el contrario la orquesta hace un trabajo de ensueño.

También de ensueño pueden ser calificadas las interpretaciones de la segunda parte del concierto, en primer lugar los dos movimientos de los que consta Primavera, de Debussy. En el inicial Très modéré sobresale el bellísimo fraseo que pone de relieve la calidad melódica de este movimiento. El marcado impulso rítmico que impone Iván Fischer convierte a esta música en casi un ballet. En conjunto el maestro húngaro se inclina por una lectura levemente más romántica que impresionista (la pieza está en el límite). Especialmente hermoso es el diálogo entre las distintas voces instrumentales. En el segundo tiempo (Moderé) resultan especialmente gratos el colorido y la elegante, etérea sensualidad de esta interpretación, en la que no falta una nota de fresca y pletórica ingenuidad.

La Gimnopedia n° 1 de Satie suena lánguida y sensual, lírica e impresionista. El tiempo escogido por Iván Fischer es decididamente lento. Ello no obsta a que impregne a la pieza de un marcado carácter de danza, gracias a un no explícito pero sí muy vigoroso pulso rítmico que discurre como una corriente subterránea. Todas las frases, todas las notas son pronunciadas con claridad y coherencia absolutas.

También en la Gnosiana n° 3 el tiempo es muy lento. La lectura que Iván Fischer y sus músicos hacen de esta obra es realmente fantástica. En sus manos la Gnosiana es una sombría danza oriental cuyas melodías fluyen como una fina, misteriosa espiral de humo que se elevase en el vacío: pura exquisitez.

Llegados a este punto, la orquesta y su director ya han seducido plenamente al oyente y lo han llevado de paseo por inimaginados territorios sonoros. Y sin embargo, lo mejor aún está por venir. La interpretación que Iván Fischer y la Sinfónica de la Radio de Baviera hacen de la segunda suite de Dafnis y Cloe es suprema. Como sucede siempre que se intenta reseñar una interpretación genial, las palabras se quedan cortas al intentar describir la música. Desde el primer compás Iván Fischer logra hacernos sentir en medio de un paisaje mitológico, lleno de colores y luces. El paisaje de la isla mediterránea surge de la orquesta en todo su esplendor: aves, mar, olas, cielo, sol, nubes, cañadas, pinares, flores, insectos, garrigas, brisa, aromas... Todo en incesante movimiento. La intensa sensualidad, frescura y juventud que transmite esta interpretación es insuperable.

Inevitablemente uno se pregunta cómo se puede lograr por medio del sonido un efecto mágico como éste. En primer lugar, Iván Fischer consigue establecer una transparencia total que permite oír de forma diáfana todas las voces de la orquesta, captar todas las texturas, todos los colores armónicos y tímbricos. La configuración de planos sonoros es perfecta.

El segundo gran recurso es una musicalidad y una continuidad sin concesiones, una congruencia férrea en el despliegue de todas las melodías contenidas en la partitura, así como una ininterrumpida atención al carácter siempre cambiante de cada frase, a las ininterrumpidas metamorfosis que son el hilo conductor de la obra. Y desde luego, un fraseo inspiradísimo y una dinámica en la que no se descuida ningún detalle, ningún matiz.

La combinación de todos estos aspectos, tan difícil, surge con total naturalidad y como si no requiriera el menor esfuerzo. El resultado es simplemente embriagador. No se puede pedir ni más musicalidad ni más belleza. 

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