Países Bajos
Bruckner 200Un talento excepcional
Agustín Blanco Bazán
La relación de
la orquesta del Concertgebow con la obra de Anton Bruckner comenzó cuando en
1892 William Kes, primer director titular de la orquesta, dirigió la Tercera
Sinfonía. Willem Mengelberg puso el resto en el repertorio de la orquesta,
con excepción de la Quinta estrenada en la sala del Concertgebow por
Evert Cornelis en noviembre de 1918. La ultima vez que se escuchó allí antes de
la aparición de Klaus Mäkelä fue en el 2015 bajo la dirección de Daniel
Harding.
Furtwängler
(en las antípodas de Celibidache) se apuraba con esta obra hasta el punto de
cortar el hipo para tensar la unidad interpretativa. Mäkelä en cambio sabe
tensar sin apurarse… o sin detenerse demasiado. Y con esta orquesta consigue una
excepcional riqueza cromática. En el andante, por ejemplo, sobresalió un
decantado fraseo de violas que consiguió arrebatarlo todo, algo bien raro con
cualquier pasaje de viola en cualquier obra sinfónica.
Y los sforzandi, esos pilares de cualquiera de
las tan mentadas “catedrales” sinfónicas brucknerianas, salieron como debían
salir: masivos y arrolladores pero sobrios, nunca estereotipados o
pretendidamente exuberantes. Decididamente Mäkelä sabe diferenciar Bruckner de
su antítesis (¡Mahler!, en mi opinión).
También sabe contrastar y construir sin nunca perder de vista una unidad interpretativa en
este caso tensionada ya a partir del inicial pizzicato de chelos y contrabajos y
hasta el masivo coral en fortissimo que cierra la obra. Un final que debe guardar
relación con la coda del primer movimiento, cuya transición del menor al mayor fue ejecutada con virtuosa espontaneidad. Particularmente notable en esta
lectura fue el énfasis preciso pero distendido puesto en los cantabile, casi
una invitación a que algún espectador como yo los acompañara a boca cerrada,
porque… sí… crease o no, algunos podemos canturrear pasajes del primer
movimiento.
En el segundo
movimiento (Adagio) el marcado de los pizzicatos, esencial para asegurar el
pulso del progreso hasta el final, apoyó el canto de un oboe sensible pero tan
económico en expresividad como la maravillosa melodía de cuerdas, en este caso
desarrollada bien a lo Bruckner, es decir, con una sensibilidad profunda pero
desprovista del menor sentimentalismo.
Casi sin pausa, Mäkelä introdujo un Scherzo
donde el tema de Ländler fue
progresando en énfasis a través de sus repeticiones. En algún momento pareció
transformarse en marcha para después volver a su moderación inicial.
El progreso de este énfasis hacia la coda
del último movimiento fue iniciado con urgentes y agitados sforzandi interrumpidos
por un clarinete coloridamente paródico. A partir de allí los cantabile parecieron absorber la doble
fuga en un torrente musical diversificado a través de los llamados de metales,
implacables pero nunca agresivos y meditadas alternativas de contrapuntos entre
luces y sombras. El coral de conclusión, a pesar de su asertividad tan similar
al celebérrimo Amen de Dresde, acreditó
con su pirotecnia de infinitas posibilidades, la reflexión de Furtwängler en el
sentido que Anton Bruckner “no trabajaba para el presente; en su arte solo
pensaba en la eternidad y creaba para la eternidad.”
Una integral de las sinfonías de Bruckner
por la orquesta del Concertgebow publicada recientemente incluye versiones en
vivo de Berndt Haitink (Sinfonías nº 1 y 7), Riccardo Chailly (nº 2 y 9), Kurt
Sanderling (nº 3), Klaus Tennstedt (nº 4), Eugen Jochum (nº 5), Maris Jansons (nº
6) y Zubin Metha (nº 8).
La orquesta ha incluido un ciclo completo
en dos temporadas para conmemorar el bicentenario del nacimiento del
compositor. Su Octava sinfonía será dirigida en Ámsterdam por Christian
Thielemann el 20 y 21 de junio.
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