Alemania
Bruckner 200Das Mysterium
Juan Carlos Tellechea
Philippe Jordan fue ovacionado esta tarde en la Filarmónica de Colonia tras su exitoso debut como director invitado de la WDR Sinfonieorchester, interpretando la Sinfonía nº 8 en do menor WAB 108 de Anton Bruckner, en la conmemoración del bicentenario de su nacimiento. Bajo la égida de Jordan, la Orquesta Sinfónica de la WDR, transforma la obra en una impresionante narración sinfónica llena de referencias a Richard Wagner, a quien Bruckner tanto admiraba.
Ahí están las cuatro tubas wagnerianas, alternando con otras tantas trompas (de las ocho en total), así como las tres arpas que necesitaba el eximio maestro para su extenso Adagio, subidas al peldaño superior del lado izquierdo del escenario. Como decía Bruckner en dialecto altoaustríaco, tratando de justificar su audaz decisión: “un arpa no pertenece a ninguna sinfonía”, pero “¡no pude evitarlo!” (A Harf'n g'hert in ka Symphonie...i' hab' ma nöt helf'n könna!).
Experiencia increíble
Bruckner utilizó este instrumento solo en la presente sinfonía, la última completamente terminada, pero consiguió uno de los pasajes más bellos de la literatura. A todas luces, no es fácil, cuando la arpista (en este caso Emily Hoile) lleva casi media hora sentada en medio de la orquesta sin tocar y luego tiene que hacerlo como solista. Mas es una experiencia increíble, también para el espectador, cuando se la ve entregar sus delicados sonidos, rodeada por el esplendor y el vibrato de las cuerdas.
Wiener Staatsoper (Ópera Estatal de Viena), es un experto en teatro musical, pero tocó mucho las sinfonías de Bruckner cuando era director titular de la Orquesta Wiener Symphoniker (2014-2020). Su capacidad para orquestar grandes dramas sinfónicos no tiene rival entre los directores de su generación y así quedó demostrado una vez más esta tarde en la Filarmónica de Colonia.
Metales
Desde el Allegro moderato inicial, Philippe Jordan crea tensión y emoción al mismo tiempo. En general, la sección de vientos metales de la WDR Sinfonieorchester brilló con un sonido especialmente potente y de color homogéneo. Los timbales estuvieron en su justa dimensión, influyendo positivamente en la estructura rítmica; tuvieron un solo expuesto, dinámico y vigoroso.
El “Scherzo. Allegro moderato – Trio langsam – Scherzo da capo” comenzó de forma enérgica y angulosa, pero la interpretación de Jordan sorprendió de pronto con la delicada y hábil repetición del tema en dinámicas tenues en la segunda sección. El trío, por su parte, pudo parecer un poco intenso, pero fue intencionado para crear un claro contraste con la áspera potencia de las secciones exteriores.
Contrabajos
El sublime “Adagio. Feierlich langsam, doch nicht schleppend”, que representa el núcleo emocional de la sinfonía, se ejecutó aquí con gran equilibrio y delicadeza. La platea disfrutó en todo momento de una interpretación excelentemente bien lograda. Los metales aportaron calidez y grandeza, mientras que los contrabajos crearon con su prodigiosa labor una base de tono oscuro y sonoro con acentos ondulantes, sobre la que planean las cuerdas más agudas. Esta interacción orquestal fue conmovedora.
El clímax del movimiento estuvo meticulosamente preparado y el director lo llevó con vitalidad hasta su momentos culminante. Los dos golpes de platillo sonaron con precisión y presencia. La coda se escuchó embelesada y delicada.
El “Finale. Feierlich nicht schnell” de esta sinfonía comenzó ferozmente, para terminar de forma muy controlada; Jordan evitó claramente el pretendido efecto abrumador. Las cuerdas de la orquesta fueron especialmente encomiables y contribuyeron a la infinitud y profundidad emocional de la magistral interpretación.
Das Mysterium
El propio Bruckner calificaba a su Octava Sinfonía de “misterio” (Mysterium) y Jordan fue el encargado de desvelarlo ante una sala colmada de público hasta el techo. No se percibieron ni sonidos llenos de incienso ni monumentos pintados con brocha gorda ni ascetismo ni ampulosidad. Más bien, Jordan realizó su trabajo como un arquitecto interesado en iluminar muy delicadamente las estructuras de un edificio complejo para resaltar los matices en cada detalle y en todas sus facetas.
El resultado fue una maravillosa transparencia y muchas sutilezas insufladas de vida. La música se interpretó con rapidez, pero sin prisas. Los bloques de sonido se entrelazaron maravillosamente, los temas expansivos se desarrollaron con cuidado, poniendo siempre esmero en el arco de tensión. Todo se creó como a partir de un único molde; un enfoque intelectual cristalino que nunca resultó cerebral, sino muy elegante y estéticamente encantador.
Éxito para una sinfonía fracasada
Una apasionante historia rodea a la Octava Sinfonía de Anton Bruckner. Corría el año 1884 y Bruckner celebraba su primer gran éxito. El estreno de su Séptima Sinfonía, pero no en su Austria natal, sino en la Gewandhaus de Leipzig (Sajonia, Alemania). Con el viento de cola de esta Séptima, Bruckner se puso a trabajar en su Octava sinfonía. Laboró en ella durante tres años y la dedicó al emperador Francisco José I de Austria.
El estreno estaba previsto para 1887 bajo la dirección del director Hermann Levi, pero fracasaría porque éste rechazó la partitura, expresando su horror ante la enormidad de la obra. En un principio, Bruckner cae en una profunda depresión, pero luego decide rehacerla (segunda versión que completó en 1890, editada por Leopold Nowak) y recibe una gran y entusiasta acogida del público en el estreno del 18 de diciembre de 1892 en Viena por la Orquesta Wiener Philharmoniker, bajo la dirección de Hans Richter.
Al margen de los círculos
Bruckner, si bien de hecho era un personaje divertido que no encajaba en la imagen vienesa del artista de aquellos tiempos, confiaba más en los demás que en sí mismo. Es probable que solo se puedan tener ideas insólitas si el creador artístico se libera de lo que le viene de todas partes y se hace propietario-administrador de lo suyo propio. Bruckner se dejaba influir indebidamente por las dudas que tenía sobre la calidad de sus composiciones.
La lucha con el material ha preocupado probablemente a todos los compositores en mayor o menor medida. Johannes Brahms pasó años retocando, descartando, corrigiendo y rediseñando sus obras. Otros, como Piotr Chaikovski, tiraron rápidamente de la cuerda ante las críticas y se mantuvieron casi desafiantes a su propio diseño.
Críticas
Bruckner en cambio, abrazó todas las críticas, de hecho. No parecía haberse dado cuenta realmente de que podría haber sido el dueño autónomo de la obra que había creado. En su caso, esto llegó al colmo de disculparse servilmente por sus supuestos errores. En una carta dirigida a Levi y refiriéndose a su Octava Sinfonía escribiría:
Por supuesto que tengo motivos para estar avergonzado (…) avergonzado -al menos por esta vez- por la octava. Soy un burro.
El compositor no se movía en los círculos de músicos cultos de la época, por lo que no iba a los cafés elegantes, sino que penetraba en los bodegones populares más profundos. Para los instrumentistas de una orquesta, aún hoy en día, Bruckner es siempre masivo. Un sonido muy grande que requiere una gran formación, pero también con una expresión muy diversa; muy íntima a veces, cargada de misticismo en otros pasajes, y totalmente abierta en algunos otros más.
Un genio
La monumentalidad de esta Octava Sinfonía ha llevado a menudo a ponerle diversos apodos. Además de “misterio” (Mysterium), como la tildara el propio Bruckner, ocasionalmente se le ha llamado “apocalíptica” o, más raramente, “trágica” (como suena en algunos pasajes del Adagio), aunque también se la suele denominar, y con toda razón, “la joya de la corona de la música del siglo XIX”.
Hoy en día, la Octava de Bruckner es considerada una de las mayores obras de arte musical del repertorio sinfónico, al punto de que Johannes Brahms no tuvo más remedio que reconocer en su momento que “¡Bruckner es un genio después de todo!”...qué más se puede decir.
El de esta tarde en la Filarmónica de Colonia fue un grandioso final para la celebración del bicentenario de Anton Bruckner. Pocas veces se ha escuchado tanta música de él como en este aniversario, y no solo en los países de habla germana. El director Philippe Jordan y la WDR Sinfonieorchester triunfaron con la imponente Sinfonía nº 8 como epílogo de esta colosal evocación.
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