Stacey Alleaume es una Beatrice de gran temperamento, irónica en la vidriosa transparencia con que gobierna las numerosas e impermeables coloraturas, vibra, se eleva y se interioriza, esculpiendo el personaje en la ronda con pliegues, cadencias y saltos agudos, moliendo notas y agudos.
No tengo más que mirar y escuchar a Marina Monzó para sentir que ahora se canta magníficamente (y en su caso, además, se actúa).Que Francesco Meli, Anna Pirozzi y Franco Vassallo no alcancen las glorias del cum laude es una lástima, pero los tres rindieron a un alto nivel porque tienen sustancia, se apoyan en una buena técnica y no regatean entrega en unos papeles que conocen sobradamente
Hay que tirar de anales para encontrar en un teatro como la Bayerische Staatsoper dos roles principales cubiertos por cantantes españoles, y si confrontamos edades creo que el hecho está cerca de lo inaudito, pues a día de hoy ninguno supera los treinta años.
Una producción en la que no hay disonancias entre libreto y partitura de un lado y escenificación del otro, resulta mucho más apropiada para iniciar a la ópera a un público bisoño que “actualizaciones” cuya incongruencia se convierte en un obstáculo insalvable
El motivo del sonambulismo tiene un poder utópico aquí, entre las más bellas coloraturas y melodías cadenciosas.El foco no está en lo resbaladizo de una sociedad que eleva su moral sexual, sino en un escapismo que deja dolorosamente claro el anhelo de libertad y partida.
Oropesa es una de las cada vez más raras representantes de una tradición que está siendo peligrosamente abandonada.Al oírla se tiene la impresión de estar frente a una de las grandes sopranos líricas italianas del siglo pasado.
Como siempre con Loy, por una idea buena hay una serie de tonterías, repeticiones, o simplemente la nada, y entonces nos conformamos con una obra atemporal y moderna pese al texto
Cuando Adriana declama, la cantante entra en el melodrama del habla-conocimiento, un medio de demostrar emoción o desenfado, que aquí consigue un efecto especial por su duración y originalidad (el canto se convierte en un medio normal de comunicación, el habla sirve a la expresión artística).
Homoki logra aquí una puesta maravillosamente minimalista de La Traviata y sin embargo tan emotiva que no deja nada que desear.Esto no solo se debe a la dirección y a la ingeniosa escenografía, una superficie oblicua a modo de espejo en la que se juega todo el destino de una mujer destruida por la sociedad.