DVD - Reseñas
Antológica Giovanna d’Arco
Raúl González Arévalo
El título de esta reseña tiene un sentido tanto vocal como histórico. El estrictamente operístico, por la proeza absoluta de la encarnación de Anna Netrebko de la protagonista de Verdi, de una perfección casi milagrosa, adelanta lo que el espectador encontrará si se acerca a este DVD. En el histórico, por el hito que supone la revisión escénica de un título poco frecuentado, y que seguirá previsiblemente así.
La ópera de Verdi nunca ha cosechado una gran consideración entre público y crítica, por lo que apenas conoce exhumaciones puntuales. La historia es bien conocida: narra la epopeya de Juana de Arco, que decía escuchar voces divinas, pero que no sería santa hasta 1920, cinco siglos después de haber sido quemada en la hoguera por bruja. Antes le dio tiempo a levantar el ánimo a los franceses y liderarlos en la Guerra de los Cien Años contra los ingleses, logrando el milagro de levantar el asedio inglés sobre Orleans y coronar posteriormente a Carlos VII en Reims. El libreto, con una evidente influencia del elemento sobrenatural del Roberto el diablo de Meyerbeer (1831), añade la presencia de demonios que representan las tentaciones a las que hace frente Juana.
En disco la única grabación en estudio durante mucho tiempo fue la referencial dirigida por Levine con Caballé, Domingo y Milnes (Emi 1972). Renata Tebaldi y Katia Ricciarelli han dejado testimonios en vivo de interés. Más recientemente, aprovechando el bicentenario del nacimiento del compositor, se publicaron dos DVDs, con buenas protagonistas, Svetla Vassilieva (Cmajor 2013, con un Bruson ya maduro) y Jessica Pratt (Dynamic 2013), que pusieron al día la magra videografía, hasta entonces limitada a una única grabación desde Bolonia (Kultur 1989) con una excelente aunque fugaz Susan Dunn, acompañada entonces de un Bruson mucho más joven, del siempre recordado Vincenzo La Scola, y Riccardo Chailly a la batuta. El bicentenario verdiano dejó además otra grabación en CD en Deutsche Grammphon, la primera que publicaba una gran discográfica desde la pionera de 1972. Grabada en Salzburgo, en ella comparecían dos de los protagonistas presentes asimismo en este DVD: Anna Netrebko y Francesco Meli, además de Plácido Domingo, en su senda de exploración de los papeles baritonales de Verdi. Un buen intento, aunque con desequilibrios, especialmente en la dirección de Paolo Carignani.
La decisión de Riccardo Chailly, ya como director artístico de La Scala, de abrir la temporada 2016/17 con un título tan problemático desde el punto de vista teatral por las inverosimilitudes del libreto, y un atractivo musical relativo por el desconocimiento general de la obra, que no obstante precisa de tres protagonistas absolutos de altura, fue acogida con evidentes reservas. Por ese mismo motivo el logro artístico descomunal de una producción a la postre antológica fue un triunfo doble, inesperado, con muchos artífices. Afortunadamente, ha sido fijado en un DVD realmente insuperable.
A propósito de la grabación de Salzburgo escribí de la Giovanna de Anna Netrebko que “el primer Verdi, que abunda en los pasajes de coloratura di forza y requiere sopranos líricas de instrumentos plenos y agudos seguros, le favorece en un momento en el que su voz ha ensanchado y el timbre se ha oscurecido. Ha perdido cierta facilidad en las agilidades, que nunca fueron la marca de la casa a pesar de la frecuentación del bel canto (I puritani o Lucia di Lammermoor, aun con momentos buenos, son más discretas que las estupendas grabaciones de I Capuleti ed i Montecchi o Anna Bolena), pero supera con holgura los pasajes vocalizados. La plenitud del instrumento y la solidez técnica a prueba de bombas brillan en los momentos de recogimiento como la plegaria “A te fidente apro il cor” tanto como en los más expuestos, dominando sin dificultad los conjuntos. Esa capacidad y el vigor del acento bien podrían prefigurar una Odabella (Attila) o Giselda (I lombardi), a la espera de que ruede más y grabe Lady Macbeth. Triunfa con un canto menos puro que Caballé, pero con una interpretación más variada y partícipe que la de la catalana”. Tres años más tarde mantengo la misma impresión, con matices: la rusa se supera con una versión mejorada de sí misma, imponiéndose como la elección referencial.
Sin duda la escenificación de la obra potencia su interpretación, siendo como es un monstruo escénico. Hay una identificación absoluta con la decisión de no presentar una Juana real, sino una enferma mental angustiada que vive como reales sus alucinaciones, precisamente toda la historia. La rusa exhibe ahora mayor naturalidad en el lenguaje verdiano, habiendo dejado una espectacular Leonora del Trovatore y una interesante Lady Macbeth. La soprano despega muy fuerte con el aria de entrada, “Sempre all’alba”, aunque aborda con una cierta prudencia la coloratura más rápida. A partir de aquí, sube a la estratosfera y ya no baja. El aria del segundo acto, “O fatidica foresta”, menos conocida, es espectacular en el control y la regulación del sonido, proyectándolo, reforzándolo y expandiéndolo a voluntad, en un ejercicio de virtuosismo vocal difícil de creer que continúa a lo largo de toda la representación: ¡qué fiato, qué filados y qué medias voces! En los dúos exhibe el mismo dominio, con un altísimo entendimiento tanto con Franceco Meli (compañero no solo en Salzburgo, sino en la Anna Bolena grabada en Viena ) como con Carlos Álvarez.
El malagueño, en un momento espléndido, es otro pilar indispensable de la grabación. Su dominio del lenguaje verdiano es conocido hace años. Sin embargo, frente a grabaciones anteriores y de papeles más importantes de los que ya ha dejado importantes retratos, como Rigoletto o Carlo de La forza del destino, por citar los dos primeros que me vienen a la cabeza, hay una mayor madurez artística en este Giacomo. No es solo la adecuación vocal, sobrada, y la frescura del instrumento. Es la capacidad de conferir acentos de una dignidad doliente que hacen totalmente creíble el personaje y su sufrimiento de padre ante la evidencia de una hija amadísima que vive en la locura. En este sentido, alcanza el punto álgido con su aria del tercer acto, “Speme al vecchio era una figlia”, y el dúo con Giovanna en el cuarto, “Amai, ma un solo istante”. Su interpretación no teme la comparación no ya con Milnes, más genérico en el fraseo, sino con esa referencia en el papel que es Renato Bruson.
Francesco Meli parece haber encontrado en el Verdi más lírico el mejor campo para reivindicarse como artista de primera línea, y este Carlo es probablemente el mejor ejemplo. El papel no es exigente en materia de agudos, que siempre fueron el punto que menos convencía de su organización vocal. Tampoco requiere un gran esfuerzo interpretativo, y en esta producción, en la que forma parte de los delirios de la protagonista, menos aún, de modo que toda la atención se concentra en un canto matizado y un fraseo elegante, que recuerda por momentos la escuela del gran Bergonzi. Su personaje es el menos interesante -culpa del libreto y del compositor, no del intérprete- pero su contribución equilibra el trío protagonista.
Las óperas “de galera” del joven Verdi requieren directores con carácter. Así se explican los logros de Lamberto Gardelli y Riccardo Muti en este repertorio. Riccardo Chailly es otro nombre indispensable para estos títulos, como reivindican otras grabaciones, incluyendo la anterior de esta misma ópera. El maestro entiende el lenguaje verdiano como pocos y es un concertador excepcional. Sabe contener los momentos de mayor ímpetu en vez de lanzarse de forma genérica en las strettas, e incluso dota de sentido dramático lo que otros se limitaban a calificar de ridículo: el coro de demonios. De hecho, si algo merece un aplauso agradecido es que no es nada efectista, a diferencia de lo que podía ser, con esta misma Giovanna, Levine. La orquesta de La Scala bajo su dirección ha vuelto a las cotas de brillantez en las que las direcciones artísticas de Abbado y Muti la habían colocado, y Verdi es una de las marcas de la casa, con lo que no hay mucho más que decir, al igual que ocurre con la soberbia intervención del coro, también en el aspecto actoral.
Sin duda la dirección de actores es la principal diferencia con las otras propuestas en DVD. No podía ser menos con Moshe Leiser y Patrice Caurier al mando, siempre idean puestas en escena originales y pensadas, que potencian el aspecto teatral incluso allí donde las posibilidades parecen o son más limitadas, del Barroco (Giulio Cesare de Handel) al belcanto (Otello y Le comte Ory de Rossini, Clari de Halévy), llegando a este Verdi. Frente a la dificultad insalvable de hacer creíble una historia que no lo es, en particular por el elemento sobrenatural, han optado por presentar la trama como fruto del delirio de la protagonista, una Juana enferma, para preocupación de su padre, que presencia con horror los desvaríos de su hija. Así, no solo los demonios, sino todas las escenas con Carlos VII -completamente cubierto de oro, como una estatua que cobra vida- y la Corte solo viven en su cabeza. Al final, todo acaba de la única manera posible, con la protagonista en un sanatorio para enfermos mentales. La escenografía, que se vale de proyecciones, es muy eficaz y variada, y todos los demás aspectos de la producción (vestuario, iluminación) están absolutamente cuidados, como corresponde por San Ambrosio en Milán.
En definitiva, si el cine tiene sus lanzamientos más esperados para el verano, el equivalente en DVDs de ópera es este. Sin duda.
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