Discos
Rarezas de huérfana
Raúl González Arévalo

Con una competencia feroz, discográfica y sobre los escenarios, para una voz relativamente abundante como la de soprano de coloratura es complicado ofrecer un producto original. Por otra parte, la originalidad a toda costa tampoco es un valor en sí mismo, como confirmaba hace poco el desconcertante debut en solitario de Nadine Sierra, There’s a place for us, también en Deutsche Grammophon. Afortunadamente no es el caso del segundo recital de Julie Fuchs para el sello amarillo, que sin embargo tiene una falta difícilmente justificable: no se incluyen las letras de las arias, a pesar de que hay tres primicias y piezas de indudable rareza.
A primera vista el programa elaborado no tiene un hilo conductor, hay que entrar en las notas para comprender que lo que une a todas las protagonistas es el hecho de ser huérfanas, condición habitual de muchas protagonistas operísticas. Si además añadimos como premisa un marco cronológico espaciado entre 1815 y 1850 en el que seleccionar rarezas, el resultado es que, en vez de encontrarnos con Amina de La sonnambula o Fiorilla de Il turco in Italia -que también se barajaron- aparecen propuestas tan inesperadas como el aria de Clorinda, una de las hermanastras de La Cenerentola rossiniana, casi siempre cortada; un aria de Catherine de L’étoile du Nord de Meyerbeer; una romanza de Mis dos mujeres de Asenjo Barbieri (¡sorpresa! ¿influencia del director?), la Zaida de Berlioz y primicias absolutas en disco de arias de Raimondi (L’orfana russa), Fioravanti (Gli zingari) y Pacini (La regina di Cipro) con su versión inédita sobre Caterina Cornaro, de la que se conocen los retratos de Donizetti y Halévy. Como no era plan tampoco de asustar al personal, el recital abre fuego con “Il faut partir” que cierra el primer acto de La fille du régiment de Donizetti y se incluyen también otros tres Rossini, la famosa plegaria de Pamyra de Le siège de Corinthe y dos arias de Adèle de Le comte Ory.
Julie Fuchs es sin duda una cantante muy apreciable, con un timbre cristalino y una seguridad técnica envidiable, que le permite despachar agudos y sobreagudos con facilidad (aunque no suenan particularmente potentes), ejecutar trinos y otros embellecimientos, así como recorrer las escalas con desenvoltura, como muestran el aria de Fioravanti y la cabaletta de Pacini en particular. Con Donizetti transmite la dulzura del momento y capta el carácter doliente de la plegaria de Pamyre. Sin embargo, aún falta desarrollo en la personalidad de la intérprete. Aclamada como Comtesse Adèle en un Comte Ory que ha sido llevado al DVD (Naxos), en el mismo papel la francesa carece sin embargo del desparpajo de una inesperada Cecilia Bartoli (Decca) o del virtuosismo deslumbrante de Diana Damrau (Erato). En italiano se echa en falta un acento más incisivo, como revela la gran aria de Caterina Cornaro, que pide más drama, como ocurre en otros títulos de Pacini de la década de 1840 (Maria, regina d’Inghilterra o Medea). Se trata de una cuestión menos importante con Fioravanti o Raimondi, pero que Rossini y Donizetti en italiano habrían puesto igualmente a prueba.
En todo caso, la soprano se beneficia del mimo con el que la dirige Enrique Mazzola, gran conocedor de las necesidades del género, versátil y atento a realzar a la protagonista desde una posición de compañero de viaje y no de mero acompañante. Además, no se puede poner una sola objeción a los tiempos elegidos para cada pieza, de modo que están bien diferenciadas y plenamente en estilo, distinguiendo oportunamente las piezas italianas de las ‘francesas’, aunque solo Berlioz sea de origen galo en realidad. En definitiva, se escucha con interés y agrado, pero hace falta más para dejar huella.
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