Discos
Vivaldi laico
Raúl González Arévalo
La presentación discográfica en solitario de Delphine Galou con el album Agitata me dejó más bien indiferente, a pesar de esperarla con curiosidad después de una serie de grabaciones integrales importantes, fundamentalmente de Vivaldi (Orlando furioso en la versión de 1714 y Teuzzone para Naïve, Il Farnace en Dynamic), pero también de Steffani (Niobe, Regina di Tebe en Opus Arte) y Caldara (La concordia de’ pianeti). Sin embargo, después llegaron el oratorio San Francesco di Sales del napolitano Francesco Feo y, sobre todo, su estupenda participación en un Serse referencial y me hicieron pensar que la cantante había empezado a recorrer un camino largo pero importante que podía llevarla a mejores resultados.
Indudablemente, la calidad de la voz, escasa en su condición de auténtica contralto, y el dominio técnico, estaban ahí y hacían esperar una evolución, confiando en que la capacidad dramática de la francesa se desarrollara. Y eso es justamente lo que ofrece este segundo disco en solitario, lanzado junto con otro de música sacra que comentaré próximamente.
Era lógico un programa monográfico articulado en torno a Vivaldi. La sucesión de arias de ópera alternando con cantatas está bien planteada para lograr un contraste oportuno entre las piezas y mantener la atención del oyente, más aún cuando descubrimos además que, de la docena de piezas que han sobrevivido de La Candace, las tres grabadas son inéditas; como también el aria de La verità in cimento (¿quién iba a sospechar tanto humor en la intérprete? ¡Qué descubrimiento!) que no figura en la grabación integral de Christophe Spinosi, siempre dentro de la serie Vivaldi Edition, que precisamente con este disco alcanza nada menos que la sesentena de volúmenes.
Por el contrario, la cantata Cessate, omai cessate que abre fuego es bien conocida, en interpretaciones tan dispares como las de Andreas Scholl y Max Emmanuel Cencic entre los contratenores, o Anne Sophie von Otter y Sara Mingardo (tal vez mi preferida) entre las mezzosopranos. Sin duda la voz de Galou es más oscura que la de las sueca y la italiana, aunque no posea la rotundidad abismal y la anchura de una Ewa Podles. Se trata de una limitación tímbrica que no afecta en términos de ejecución, inteligente y brillante en todo momento, variada como nunca hasta este momento, tanto en las ornamentaciones, más alejada de la sobriedad que le había caracterizado en anteriores ocasiones, como en el acento, en el que la intención dramática alcanza cotas sobresalientes en todo el recital, subrayando el efecto de la música.
El entendimiento con la Accademia Bizantina y Ottavio Dantone, a los que le une una colaboración importante desde hace un tiempo, es absoluto, en particular porque el director italiano, estilista supremo como la contralto, opta por imprimir un ritmo siempre adecuado y ofrecer contrastes sin exageraciones extravagantes, de modo que ni orquesta ni cantante aprovechan la música del Prete Rosso para montar un espectáculo circense. Con todo, es cierto que la óptica es muy diferente a la adoptada por Cecilia Bartoli y Giovanni Antonini en su reciente álbum para Decca. Otra diferencia con el recital de la romana son las cuidadísimas y detalladas notas de presentación, como es norma de la casa. Naïve siempre es una garantía y elige muy bien, como demuestra la serie vivaldiana.
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