Austria
El bicentenario de Moniuszko
Jorge Binaghi

Al parecer el bicentenario de Moniuszko ha pasado desapercibido para todo el orgulloso mundo occidental (del que la muy cristianísima Polonia se supone que forma parte, aunque Europa debería hoy iniciarle un procedimiento de expulsión). Ha habido la excepción de esta coproducción entre el principal teatro lírico de Varsovia -donde se estrenó- y el teatro más emprendedor y renovador (para bien y para mal, ya se sabe) de la capital austríaca. El An der Wien ha sido tomado por asalto -me complace decir que había gente esperando por una entrada de último momento como ocurre con una ópera de Wagner en Múnich, por sólo poner un ejemplo- y las localidades se agotaron. Imagino que un poco o un bastante se ha debido a la presencia en el reparto de una gloria polaca (o suiza) actual de la interpretación, el gran Beczala, que además tenía verdadera ilusión por volver a cantar en su lengua natal después de aquel lejano Rey Roger de Szimanowski en Ámsterdam que tuve la suerte de escucharle.
Vaya por delante esto y la pequeña aclaración de que he tomado la fecha de ‘primera absoluta’ del programa, que se refiere a la versión en cuatro actos, pero que antes hubo una en forma de concierto en Vilnius (Vilna en castellano) en 1848 y otra escénica en la misma ciudad en 1854, por lo que parece que le costó llegar, pero también que su autor era tozudo. Y lo bien que hizo. Aunque el libreto es bastante débil y desperdicia oportunidades de caracterización o profundización de personajes (sólo el triángulo amoroso está más o menos desarrollado aunque es bastante monofacético; el padre de la prometida, ésta misma, y el mayordomo quedan muy desperdiciados) la música es una maravilla del principio de la obertura hasta la escena final.
Tal vez por eso mismo la parte musical resultó más interesante y lograda que la escénica. El conocido Trelinski lo es también por sus arbitrariedades (aunque al lado de Warlikoski se queda, por suerte, corto), pero asimismo (a diferencia del otro ‘enfant’ mucho más ‘terrible’, en todos los sentidos del término) es cierto que lo que presenta tiene coherencia y no se basa sólo en obsesiones personales siempre iguales. Por lo menos se dejan las palabras originales y no se las suprime o manipula en los subtítulos para que digan lo que el director escénico quiere decir. Pero un libreto más bien flojo del siglo XIX con la historia convencional de la muchacha de campo seducida y abandonada por el rico propietario, Janusz, que luego se casa en la ciudad con una de su clase, mientras Halka va a reclamar su amor sin conseguirlo (y entonces, un final que no se puede cambiar de ninguna forma, se suicida, pese a los vanos esfuerzos de su enamorado de siempre, Janek, que siempre aparece para solucionarle alguna papeleta pero del que nunca hace el menor caso) si se pasa a los años setenta o incluso ochenta del siglo XX produce disonancias (el director de escena concede una larga entrevista que se puede leer en el programa de sala -yo, que en esto soy aun más troglodita que en otras cosas, por principio no leo nunca esta parte para ver si me entero solo de algo, que creo que es el criterio para decidir si la producción funciona o no).
En sí mismo el montaje funciona muy bien, con estos nuevos ricos que visten de modo bastante hortera (en especial las damas) al son, al parecer, de una música rock, en la que un campesino se convierte en camarero y Halka en chica de la limpieza -bastante torpe ella- pero dándose de bofetadas con texto y música, al margen de que en aquellos años, por más que se tratara de la parte pobre de Europa ocupada por los siniestros rojos, el suicidio por amor se hacía bastante difícil de entender. Las luces, el vestuario, la escenografía todo está bien en un tono más bien gélido y distanciado -casi siempre- que no le cae bien a la música.
En cambio, en el podio la presencia de Borowicz asegura una lectura idiomática, bella, profunda, matizada, nunca invasiva pero siempre presente (¡qué difícil parece -cada vez más- conjugar ambas cosas) y la orquesta y el coro suenan estupendamente bien, aunque este último, tan célebre, tal vez por problemas lingüísticos al principio sobre todo muestra oscilaciones.
Vocalmente las cosas van de lo fantástico a lo correcto pasando por todos los estados intermedios. Naturalmente Beczala cosecha un nuevo triunfo y agrega un nuevo gran papel a su galería de personajes de quien probablemente sea el tenor más dúctil y de invariable altísimo nivel del momento. La voz sigue bellísima, algo más consistente en el centro sin merma de sus espléndidos agudos y de sus ‘piani’ (que aquí puede lucir poco) y obtiene una ovación tras su primer aria, que es espléndida, pero menos que la segunda, mucho más larga, difícil y menos espectacular (por lo que se le aplaude mucho, pero menos que en la primera). Aunque cada una de sus intervenciones haya sido digna del aplauso quisiera especialmente señalar su labor en el único gran concertante de la pieza, cuya primera mitad tiene que cantar desde el fondo de la escena.
Hay otros dos fuertes aplausos durante la representación, uno para la protagonista tras su gran escena del último acto, y otra para el malvado atormentado de Konieczny. La primera es totalmente justificada porque Winters hace un gran trabajo escénico y en lo vocal empieza bien pero sin mucho relieve para irse afirmando en el transcurso. La voz no es de gran belleza y tiene un agudo metálico, pero canta bien. La segunda se debe sin duda a la fuerte personalidad del bajobarítono (cada vez más bajo por el color y el volumen de su grave) que sin embargo, con este tipo de música, puede disimular menos bien las irregularidades de su emisión y la falta de homogeneidad del color entre registros.
Los otros cumplen bien, y habría sido interesante escuchar más de Thikomirov y Jakobski, pero la poca extensión y la mayor facilidad de los respectivos papeles no permite del todo saber a ciencia cierta si lo interesantes que parecen es realmente tal. En cambio, Kawalek en un papel también bastante reducido muestra claramente que es superior como actriz y bastante modesta como cantante. Hay dos roles pequeños, bien interpretados. Muy buenos los bailarines y adecuada al contexto escénico la coreografía.
Gran éxito, en particular al final de cada acto y sobre todo al acabar la representación, aunque es evidente que al público, que sigue en perfecto y silencio y con interés, le es desconocida Halka sobre la cual publicamos la pasada primavera un artículo de Raúl González Arévalo, quien inició el año Moniusko con un artículo sobre La casa encantada.
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