Obituario
Cristóbal Halffter: El hombre que nunca estuvo allí
Enrique Sacau
La última semana de diciembre pasado subía la calle de la Bola en Madrid camino del famoso restaurante de cocidos cuando vi a Cristóbal Halffter bajando a pie hacia su casa. Caminaba un poco renqueante asistido por un chico joven, posiblemente su nieto. Acabé hablando con mis compañeros de almuerzo sobre su vida y su obra. Lo más curioso fue llegar a la conclusión de que se sabe muy poco. La sorpresa es mayor cuando en los obituarios de la prensa española de los últimos días se le considera como el más importante representante de la composición musical patria de la segunda mitad del siglo XX.
No hay buenos estudios sobre la obra de Halffter, sino alguna tesis doctoral y varios artículos más o menos hagiográficos destacando su importancia internacional, quizás analizando alguna pieza o haciendo referencia al humanismo de su obra. Con respecto a su vida, no hay nada escrito que valga la pena. Se recogen los hechos tal y como los contó él mismo, sin mayor interés en realizar un trabajo crítico como el que se haría sobre cualquier artista biografiado.
No quiero dedicar muchas líneas a la definición del género biográfico, pero intentar entender el dónde y el cuándo, así como el por qué me parece lo mínimo. Y cuando se trata de un personaje de la importancia cultural que los obituarios le atribuyen, diría que la biografía de Halffter se nos debe desde hace algún tiempo.
La narrativa de lo poco que se ha escrito parece girar sobre dos ejes: su liberalismo humanista y su perenne vocación de vanguardia. Esto último contrasta con la virulencia de las críticas que hizo el compositor a la vanguardia en los años 50. En un artículo de 1954 dice:
Si la música tradicional no nos ofreciese más campo, si ya estuviese todo dicho, yo me inclinaría, sin duda alguna, al lado de la música concreta. Pero creo que la música tiene todavía caminos por donde continuar, aunque sea mucho más difícil decir algo nuevo en una obra tonal que en un experimento “concreto”. Para lo primero hace falta ser “músico”, mientras que lo segundo lo realiza muchas veces la casualidad.
No es una crítica cualquiera. Halffter se ceba con la vanguardia (que llama música concreta) y duda que sus autores sean “músicos”. Un músico, dice el compositor, es alguien que sabe qué hacer con la tonalidad. Los vanguardistas se benefician de la casualidad, quizás como el burro flautista del célebre refrán.
Halffter probablemente cambió de opinión, como hacemos todos en nuestra vida, pero nadie nos lo cuenta ni intenta explicarnos el por qué él y tantos otros lo hicieron. Y así son las biografías de Halffter, como aquella de Tomás Marco de 1972, que purga lo que no interesa desde un punto de vista estilístico. Se inventa fases de la carrera del compositor y omite el análisis de lo que no le encaja, como la Misa para la Juventud (1965) o In memoriam Anaick (1967).
El foco en su humanismo es también omnipresente. Es difícil encontrar un artículo que cuando comenta su música del tardo-franquismo (obras de finales de los 60 y hasta la muerte del dictador como Elegía a la muerte de tres poetas españoles, Yes speak out yes, o Planto por las víctimas de la violencia) no haga referencia a su enorme compromiso con la libertad. En 1987 Herman Danuser escribe Cristóbal Halffter. Un ejemplo de la nueva música comprometida, pero no explica el “compromiso” al que se refiere. En 1994 escribe un Elogio a Cristóbal Halffter. Los musicólogos no escriben o no deberían escribir elogios. En el prólogo de la biografía del compositor escrita por Emilio Casares, publicada en 1980, Pedro Laín Entralgo firma un prólogo que ríete tú de lo que se escribiría de la madre Teresa. Su más prolífico estudioso actual, Germán Gan Quesada, le dedica una sentida despedida en Scherzo esta semana, así es que estas loas no sorprenden.
Cuando se habla de la música de los años 60, sin embargo, y pienso sobre todo en Microformas (1960) y Secuencias (1964), no se habla de política, sino de vanguardia rebelde. Por ejemplo, se utiliza el abucheo madrileño en Madrid de la primera como argumento que prueba que Halffter era el líder de una “guerrilla” cultural. Al fin y al cabo, para ser el líder de una generación vanguardista hace falta un aura de rebelión. Lo que no se menciona es que Enrique Franco (autor de Montañas nevadas, orquestador del Cara al sol, Director de Radio Nacional y a la postre crítico del diario El País) reprendió al público por abuchear la pieza. Dice Enrique Franco en su crítica del concierto que el abucheo fue manifestación del “terrorismo de la protesta irreflexiva, acto de subversión artística”. Es curioso que el establishment musical español considerase el abucheo y no la pieza de vanguardia como un acto de subversión artística.
El caso de Secuencias es aún más interesante, pues se trata de la obra que Halffter escribió para el “Concierto de la Paz” que se celebró en junio de 1964. Este fue el concierto más importante de la campaña de propaganda más importante llevada a cabo por el Franquismo, la de la celebración de 25 años en el poder. De esta obra importante de Halffter o no se habla o, si se hace, se evita mencionar las circunstancias del estreno.
Esta inconsistencia a la hora de discutir el contexto de la creación musical de Halffter se extiende también a algunos aspectos de su vida privada. El Halffter humanista de Yes speak out yes parece haber mamado el liberalismo en casa, de sus padres y de sus tíos. O eso nos cuentan. Halffter dice, repetidamente, que su padre era un hombre muy liberal amante de la paz que se llevó a los niños de España al principio de la guerra en 1936 y nadie parece tener curiosidad por averiguar más.
El padre se llevó a la familia a Alemania, donde llevaba tres años en el poder Adolf Hitler. Al final de la contienda los Halffter volvieron a España, la España de Franco, de las purgas y el racionamiento, donde los niños ingresaron en el Colegio Alemán. Ojo que es posible que la niñez de Halffter transcurriese en un ambiente familiar liberal. Pero no hay prueba alguna de que haya sido así y se evita el debate. Se podría tener una conversación sobre si es comprensible o no que una familia burguesa como los Halffter hubiera querido huir del Madrid del terror rojo y los paseos que se cobraron la vida de Muñoz Seca o Ponce de León. A sus tíos se refieren Halffter y sus biógrafos en los mismos términos humanistas, para lo que conviene no mencionar Amanecer en los jardines de España (1937), la obra de Ernesto Halffter que cita musicalmente el Cara al sol.
Personalmente me da igual que Halffter fuera de derechas o de izquierdas y mucho más aún que su padre fuera o no un liberal. Pero si Halffter se trata, como dicen los obituarios, del gran compositor de vanguardia español, entonces se merece un trato más respetuoso y no una narrativa que lo presenta a él y a su familia en términos tan hiperbólicos en lo personal y lo artístico que entran en el reino de los personajes de ficción.
Y hay mucho que sería interesante estudiar en la larga vida de Halffter. Podría analizarse su relación con la Ford Foundation. ¿No hay cartas, como las que existen entre Nicholas Nabokov y Luis de Pablo? O su nombramiento como catedrático del Conservatorio de Madrid, y luego su breve período como director del mismo. O la evolución de su obra y su estética musical, de detractor a entusiasta de la vanguardia. O lo que el mecenazgo público del que disfrutó explicaría sobre la historia social y política de la música en España. O el trasfondo de la famosa cena de apoyo al Comisario Nacional de Música, Antonio Iglesias, a la que asistió Halffter tras haber asegurado a Llorenç Barber que él estaba con los críticos de Iglesias y por la democracia.
Halffter ha sido un compositor de talla nacional, que se ha beneficiado, como toda la vanguardia musical occidental, de vivir la paradoja de que el Estado patrocinase la música que el público no quería escuchar. Lo hizo con Franco y lo hizo con la democracia. Más allá, su éxito ha sido limitado: su música no se toca en el extranjero, ni se habla de él, ni bien ni mal porque no se le conoce. ¿Es culpa de los historiadores de la música extranjeros que sea ignorado? ¿O de los políticos españoles por no gastar más dinero en promocionar su música en el exterior?
Estas son las preguntas que toca hacer para entender al fallecido así como la naturaleza de la composición musical en España y en Occidente. Cómo lo hacemos cuando estudiamos a Mozart, sin dejar fuera ni la economía ni la política. Reflexionar sobre la dificultad de escribir de forma crítica sobre un contemporáneo no vendría mal tampoco.
El compositor era propenso a quejarse de la falta interés de la vanguardia en España. (Esto no es particular de Halffter: los vanguardistas se lamentan siempre a gogó). Ahora que ha fallecido, empiezo a darle la razón. Sus obituarios están llenos de ausencias: de nuevo las obras que se mencionan y las que no se mencionan; la obsesión con su música de vanguardia y la falta de interés en lo que no era tal. Reducen así el campo de estudio y con él reducen a Halffter.
Viendo a sus admiradores que lo halagan en obituarios breves en la prensa nacional, me pregunto cómo es posible que ninguno de ellos se haya tomado el tiempo de reflexionar sobre su figura y su contexto. Es Halffter, sin duda, el compositor más representativo de la España de la segunda mitad del siglo XX: una España de dictadura y también de democracia, una España que es parte de la Guerra Fría, vanguardista al tiempo que folclórica. Una España adicta al artista áulico y a la subvención.
Citan a Halffter en el obituario que publica el diario El Español:
El arte siempre está hecho por un ser humano y es fruto de su sensibilidad. En cada obra está la impronta del momento en que fue hecha. Por eso el arte por el arte no existe, sería inhumano.
Sus palmeros, temo que con su aquiescencia, lo deshumanizan: no le dan la oportunidad de existir cuando censuran su vida, cuando lo adulan y lo emborronan. Cuando crean un personaje perfecto, de cuento, tan ficticio que su silueta, añadida con photoshop a un fondo histórico complejo, no es plausible y por tanto es perecedera.
Ahora lo dejan ir y se lleva consigo muchas conversaciones y recuerdos valiosos sobre la España contemporánea. Se lleva la memoria de una vida larga y rica, la vida de un hombre que estuvo y no estuvo. Del que se sabe y no se sabe. Desconocido en el exterior y falsificado traicioneramente por sus biógrafos patrios. Perdido, ahora sí, para siempre.
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