Artes visuales y exposiciones
Eva Beresin: Thick Air
Juan Carlos Tellechea
Cuando el visitante recorre las salas del Albertina de Viena en estos días no le pasan por alto unas imágenes horrorosas que de pronto divisa en uno de los recintos y a las que tiene que mirar más de cerca para cerciorarse de que son reales. Se trata de los cuadros y las esculturas (éstas creadas en impresoras 3D) de Eva Beresin (Budapest, 1955) que se exponen aquí desde el 1 de mayo al 15 de septiembre. Ni sus espantosas pinturas ni sus monstruosas efigies pasan desapercibidas para el espectador.
El catálogo de la exposición, con contribuciones, ensayos y artículos del director general (saliente) del Museo Albertina, Klaus Albrecht Schröder, y de la comisaria de la exhibición, Angela Stief, así como de galeristas, críticos y coleccionistas de arte, fue publicado por la editorial Hatje Cantz de Berlín (distrito de Charlottenburgo).*
La muestra, titulada Thick Air (Aire denso), invita a echar una segunda ojeada, lo que pronto se convierte en un examen más apropiado sobre sus obras. Porque aunque Beresin parece haber pintado y formado sus figuras a toda prisa, casi frenéticamente, el espectador tiene que tomarse su tiempo para observarlas en profundidad y no perderse ni un solo detalle de ellas. De lo contrario, se le puede escapar, verbigracia, la ironía del frasco de Iberogast (contra malestares gastrointestinales y flatulencias) que Jesús de Nazaret tiene delante de su plato de pescado durante la última cena; cuadro que ella ha titulado The Seven Spiritual Laws of Success (Las siete leyes espirituales del éxito).
Horror y belleza
Horror y belleza chocan permanentemente entre sí con mucho humor sarcástico (tal vez algo blasfemo, para alguien demasiado religioso) en esta singular exposición. En las creaciones de Beresin, nacida un año antes del alzamiento de Budapest y la histórica Revolución húngara, aplastada por los tanques soviéticos, se percibe algo así como una rebeldía contra todo lo preestablecido y sobreentendido.
Por lo bajo, Sigmund Freud le aconsejaría al asombrado visitante no sentir temor ante lo que ve, porque está presenciando ni más ni menos que el poder creativo de una artista que ha abierto las puertas a la liberación de su inconsciente, en estrecha relación con su biografía e historia familiar.
Cuando murió su madre en 2007 y al revisar una cómoda en su alcoba, Eva Beresin descubrió los diarios que había escrito su progenitora en 1945, cuando escapó del Holocausto. Como en la mayoría de las familias supervivientes, nunca se hablaba con hijas e hijos sobre ese oscuro capítulo. Leyendo esas páginas se enteró así por primera vez de que muchos miembros de su familia habían sido asesinados en los campos de exterminio nazis, bajo el régimen del genocida Adolf Hitler.
Triunfo y escrúpulos
Una vez que el observador termina no solo de mirar, sino de admirar los 31 trabajos (24 cuadros y siete esculturas) de Beresin en el Albertina de Viena sale con la indeleble impresión de que el triunfo puede ser acelerado en la medida en que se superen los escrúpulos. Los trabajos de Beresin no son cínicos, sino despiadados, contra todo y contra sí misma, por lo que en esta ebullición resultaría imposible predecir o imaginar lo que puede venir todavía en un futuro próximo.
Eva Beresin, quien vive y trabaja en Viena desde 1976, posee una amplia paleta temática que incluye tanto lo bizarro como lo trágicamente existencial; desde atrocidades aparentemente medievales hasta banalidades cotidianas, pasando por lo humorístico, en episodios grotescos e irónicos que parecen surgir de otro mundo, En sus lienzos brotan figuras hechizadas que manan de profundidades encantadas; criaturas fantásticas de universos maravillosos llevadas a la realidad, tanto pictórica como escultórico tridimensional.
Animales y humanos
En esos universos oníricos de la artista, rebosantes de alegres colores asoman figuras fantásticas, híbridas, grotescas, de extraño aspecto. Beresin suele dotar a sus personajes de un comportamiento animal. A la inversa, los numerosos animales que pueblan sus cuadros, perros gatos, burros, ranas, renacuajos, pájaros (desde el búho a la garza), pulpos y ejércitos de ratones, sin olvidar a los numerosos peluches, portan rasgos humanos.
Se abre ante el espectador un universo artístico que, celebrado con picardía y travesura, parece haberse descoyuntado, roto por las costuras. Son momentos absurdos, sin sentido, los que se ven representados en escenas grotescas que se funden en una apoteosis del otro yo, enigmático y marginado.
Es este un arte de contrastes, de intimidad frente a la publicidad, de abstracción frente a la figuración. La distorsión de los puntos de vista ordinarios, las rupturas de la perspectiva y la transposición de las circunstancias evocan a las escenas del carnaval (de Río de Janeiro, por ejemplo) o sugieren escapadas manierísticamente exageradas.
Encanto
Para Eva Beresin no hay gestos ni pintura falsos. Ella se siente encantada en esa sensación de estar agotada, vaciada y descargada en el lienzo. Para Beresin no hay nada que ocultar, todo es digno de representación, no hay ni errores ni deslices. La rapidez del proceso de trabajo y la expresividad de la manifestación artística subrayan la autonomía del acto de pintar, que en buena parte tiene lugar horizontalmente, sobre el suelo de su taller.
En las creaciones de Beresin siempre hay momentos de exposición, en los que se tensan los límites de la vergüenza entre la intimidad y la publicidad. Raramente formuladas y, sin embargo, dominantes, las leyes del decoro son desquiciadas con fruición por la artista el artista.
Misticismo
El juego de la ocultación y el destape, que parece más bien de origen místico, se refleja también en su programa pictórico: una oscilación entre la abstracción y la figuración. Figuras sombrías que emergen fantasmales del fondo del cuadro, la agitación de los animales o de los pies parecen llevar al observador a un misterioso viaje al subconsciente.
En su arte, Beresin busca superlativos de proporciones existenciales y los encuentra en un poderoso modo de expresión. Sus cuadros impresionan por sus formatos monumentales que llenan enormes paredes de la exposición.
La alegría pura de la artista al pintar refleja la necesidad interior de crear arte. El extenso proceso de trabajo en su estudio recuerda los dinámicos movimientos de los gladiadores en una arena; la competición entre la forma y su disolución.
Vida
En un momento dado, las figuras parecen haberse despegado de los cuadros, haber cobrado vida. Esas imágenes, nacidas de la pintura, se convierten en una silueta más, una parte de la realidad en un acto casi de animación. Beresin quería saber cómo se ven sus criaturas bidimensionales desde otra perspectiva y las tradujo en equivalentes escultóricos, a través de una impresora 3D.
Primero creó pequeños especímenes manejables, luego los escaneó, los amplió digitalmente y los imprimió en esos artefactos capaces de crear piezas, figuras y objetos con volumen, partiendo previamente de un diseño realizado por ordenador.
Las piezas individuales se ensamblaron y se pintaron, y el resultado final fueron pequeñas escenas, sobre todo con animales, como perros, osos, un rinoceronte, pero también bebés llorando y una pareja de enamorados.
Je suis le tableau, le tableau est moi
Como si parafraseara a Luis XIV, el rey sol, Beresin hace hincapié en la inmediatez entre la artista y la obra de arte, en el sentido de que ella es el cuadro y el cuadro es ella misma. Esto es, la máxima identificación; tal vez una sobreidentificación es la que se refleja en sus autorretratos, en contraste con el género clásico, mucho más comprometido con la realidad.
En sus obras, la artista a menudo desempeña un papel protagonista o aparece como sujeto singular que ocupa el espacio pictórico. Su típico alter ego está desnudo, tiene las uñas de los pies y los labios pintados de rojo, una hiperestilización de su personaje que no concuerda en absoluto con la de la artista y su habitual modestia y sobriedad en la vida real. La picardía es también un tema transversal en sus esculturas: Eva se reencarna en un contenedor de basura de plástico verde, en el que ya se ha instalado un buitre, o en otra obra -con un guiño- sensualmente en plena feminidad.
En esos autorretratos hay autoironía, humor, inseguridades, traumas, terror, miedo al envejecimiento. Pero en la hondura de su gesto hay siempre una actitud positiva hacia la vida, ante la que no siempre ni todos los días hay que tomarse demasiado en serio sus acontecimientos.
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