Valladolid, jueves, 10 de abril de 2003.
Teatro Calderón. G. Bizet: L´Arlesienne (Suite Nº1); M. Ravel: Shéhérazade (Trois poèmes sur des verses de Tristan Klingsor); C. Debussy: La Mer. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director invitado: Josep Pons. Soprano: Virginia Parramón.
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Con un sugerente programa afrancesado, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León recorrió su noveno concierto de abono de la mano de Josep Pons, director invitado por la orquesta regional en el que ha recaído la conducción de la nacional. La Suite Nº 1 de L´Arlesienne de Bizet comenzó algo confusa en los momentos de mayor grueso en el conjunto orquestal, si bien a medida que fue avanzando la 'Ouverture' fue mejorando la definición del grupo. Más coherente, sin embargo, y con una presentación más minuciosa de los temas, resultó el 'Minuetto', siguiendo bajo el mismo criterio el resto de movimientos, si bien en el 'Adagietto' no resultó muy clara la narración de la cuerda. En el 'Carillon' final no estuvieron todo lo nítidas que debieran las trompas, y en la presentación del motivo principal destacó la versión de flautas y oboes por encima de la brindada posteriormente por el volcado de la orquesta.La primera parte se completó con la Shéhérazade de Ravel, obra en consonancia con los gustos exóticos de los tiempos de su composición, y que se basa en tres poemas del autor Tristan Klingsor. La orquesta sonó en ésta más inspirada que en la primera pieza, representando con una sonoridad apropiada los tintes sugestivos e insinuantes y la riqueza de matices de la obra. La soprano Virginia Parramón, con una voz mediana que siguió a la orquesta sin lograr imponerse a ella, tuvo su mayor logro en una notable expresividad interpretativa, sensual en ocasiones, mínima e intimista en otras, como el pasaje en arabesco que comparten voz y flauta en 'La Flûte enchantée'.En la segunda mitad sonó una versión bien llevada de La Mer de Debussy, en la que Pons incidió extremamente en la descripción de los caracteres impresionistas que determinan la pieza. Esta particularidad propició los mejores momentos de la interpretación en el descriptivo y efectista 'De l´aube à midi sur la mer', al que comenzaron a llegar las oleadas de los instrumentos de metal, protagonistas de la obra a medida que avanza la misma, quienes se mostraron en ocasiones propicios, otras inmoderados. En 'Jeux de vagues' se logró con acierto la atmósfera insinuante determinada por el autor y en el 'Dialogue du vent et de la mer', fue de nuevo la sección de viento la que se impuso sobre el resto de sonoridades marinas, hasta llegar a volcarse con desmesura sobre el brillante final.
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