Pocas zonas del repertorio musical más tradicional son tan engañosas como el ámbito de la opereta y de la música de danza vienesa. Su aspecto inofensivo, su aparente 'simplicidad', su aire de ingenuidad, ocultan unas aguas erizadas de escollos en las que, si el intérprete no es un experto, o como mínimo un navegante avisado y consciente del riesgo, el naufragio está garantizado. La música de Lanner, Strauss, Léhar, Ziehrer, Millöcker, Fall, Fahrbach, Fucik o Komzak, por nombrar sólo a los más célebres de toda una pléyade de compositores 'ligeros', hay que llevarla en la sangre, por haber crecido con ella desde la cuna, por haberla estudiado con ahínco o, mucho mejor, por ambas causas. Quien no se la toma en serio, paga por ello. No basta con leer la partitura y seguirla; hay que ser consciente, como en ningún otro género musical, de que…
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