La exposición "Die Oper ist tot, es lebe die Oper" (La ópera ha muerto, viva la ópera) rinde homenaje a los 400 años de existencia del género lírico, reuniendo abundantes testimonios sobre su historia y las importantes formas artísticas que cobija en su núcleo esta fábrica de ilusiones.
No fueron muchas las ocasiones en que el temperamental público napolitano se olvidaba de ver al cisne de Pesaro como ‘lo straniero' sucesor de Pergolesi, Jommelli, Paisiello o Cimarosa, y aunque fueron muy dulces algunas de las veladas rossinianas vividas en el San Carlo, fueron quizás más las amargas, sobre todo durante los cinco últimos años de su estancia partenopea.
En 1815, el empresario Domenico Barbaja, que de camarero de café llegó a ser una de las figuras más importantes de la Italia musical del XIX, fue a Bolonia para ofrecer a Rossini un contrato al que no podría renunciar: por la suma anual de quince mil francos, se haría cargo de la dirección musical de los teatros napolitanos de San Carlo y del Fondo, con el compromiso de escribir más de una ópera al año.
No fue la Colbrán la única española universal el la Italia belcantista, pero quizás por el triste y casi indocumentado final de su vida, el paso a la historia de la diva rossiniana por excelencia se ha visto empequeñecido por otras figuras, con las que además colaboró estrechamente en el terreno profesional, como el sevillano Manuel García.
El San Carlo de Nápoles posiblemente sea el más antiguo teatro de ópera activo en Europa.Construido en 1737, cuarenta y un años antes que la Scala de Milán, comparte con este coliseo el mérito de haber fundado la primera escuela de baile italiana en 1812.